🤍Valeria🤍
Mi vida es un reloj. O al menos, lo era. Porque el día que mi rutina perfecta de un martes se desvió hacia un banquete benéfico, supe que algo andaba mal, muy mal. No era mi tipo de evento, no, yo prefiero una presentación de PowerPoint a un canapé. Pero el Sr. Harrison había dejado claro que éste era el lugar para "hacer contactos", una frase qué, en mi diccionario, se traduce como "competir en el hábitat natural de Damon".
Y, efectivamente, allí estaba él, en su elemento. Vestido como si estuviera a punto de unirse a una banda de rock y no a un evento corporativo. Se movía entre la multitud como un imán, riéndose y estrechando manos, mientras yo me sentía como un código de barras en un catálogo.
Mi plan era simple: encontrar al Sr. Patterson, el genio de las galletas artesanales, y presentarle una propuesta tan brillante y bien organizada que mi ascenso sería una mera formalidad. Mi cerebro ya había calculado la trayectoria, la velocidad y el punto de impacto. No había espacio para errores.
Pero, por supuesto, el reloj de sol estaba a punto de eclipsar a mi Rolex. Cuando localicé al Sr. Patterson, Damon ya se había colado en su órbita. Estaba contándole una historia sobre las galletas como metáfora de la vida, usando palabras como "pasión" y "caos", como si fueran ingredientes de marketing. Por un momento, vi al Sr. Patterson sonreír, y el tic en mi ojo se hizo más grande.
No podía permitirlo. Mi yo interior, ese genio que vive para los números, se activó. Me acerqué con la frialdad de un iceberg.
—Sr. Patterson —dije, interrumpiendo la anécdota de Damon—, mi colega y yo hemos preparado un informe detallado sobre cómo la optimización de sus canales de distribución podrían aumentar sus ventas en un 15% en el primer trimestre. Le hemos preparado un documento visual...
—¿Un documento visual? —Damon me interrumpió con su risa odiosa—, Valeria, estamos en un banquete, no en un examen de matemáticas. El Sr. Patterson quiere vender galletas, no una tesis.
—Y un cliente quiere un plan de negocio, no una metáfora. —Mi voz sonó como la de un sistema de seguridad automatizado.
—A mí me gustan las metáforas —intervino el Sr. Patterson, con una sonrisa incómoda.
Damon le guiñó un ojo.
—Sr. Patterson, permítame ilustrarle un punto: el marketing es como el amor. Es una mezcla de arte, ciencia y, sí, un toque de caos impredecible. Y no hay nadie mejor para entenderlo que...
—Gracias por su tiempo, Sr. Patterson —interrumpí, viendo que Damon estaba a punto de soltar una de sus frases de genio creativo que lo harían caer en la trampa de su encanto.
El Sr. Patterson, abrumado, se rió, se disculpó y se alejó. Lo había espantado. Y no solo por mí culpa. Por su culpa. Mi cerebro, tan preciso, calculó una probabilidad del 99% de que Damon fuera la causa de mi fracaso.
—¡Mira lo que hiciste! —me siseó Damon cuando el Sr. Patterson se alejó— Lo arruinaste todo con tu obsesión por los datos.
—¿Yo? ¡Si fuiste tú el que lo espantaste con tus tonterías! ¡No eres más que un… un payaso! —Mi voz se alzó.
—Y tú una calculadora con piernas —me respondió con una sonrisa, aunque en sus ojos había una chispa de molestia.
Nuestra discusión se calentó en medio de una sala llena de gente elegante. Y en ese momento, vi el stand de postres. La pirámide de macarons, perfectamente alineada, era una obra de arte. Y supe lo que tenía que hacer.
—Permiso —dije, dirigiéndome al macaron de chocolate, el más perfecto.
—No tan rápido —Damon se adelantó.
Y sucedió. Ambos estiramos la mano al mismo tiempo. Nuestros dedos se rozaron, nuestras manos se superpusieron sobre el pequeño macaron de chocolate. Mi corazón, que se había mantenido en su ritmo de 60 pulsaciones por minuto, se aceleró. Los ojos de Damon se entrecerraron con picardía, los míos con furia. La tensión era tan palpable que se podía cortar con una cuchara de postre.
Justo en ese momento, escuché un clic. Un flash. Una figura delgada con una cámara nos estaba tomando una foto. La figura sonrió, y supo que había capturado oro. Nos alejamos de la mesa, con el macaron todavía a medio camino entre nuestras manos. Lo soltamos al unísono, y cayó al suelo, haciendose trizas como mi intento de atraer al sr. Patterson.
La noche terminó en un silencio tenso. Al llegar a casa, me quité el vestido como si fuera una armadura pesada. Me serví un vaso de agua tibia con limón, pero no me sabía a nada. Mi reloj interno estaba desincronizado.
•••
A la mañana siguiente, me senté en la cama y abrí mi portátil, lista para empezar este nuevo día. Pero, una avalancha de notificaciones me dio la bienvenida. Mi teléfono vibraba sin parar. Al principio, pensé que eran alertas de correo. Luego vi la foto. La foto del macaron. En un blog de chismes, una imagen de nosotros con nuestros rostros a centímetros el uno del otro, y en el pie de foto: "La pareja más poderosa del marketing: el romance que florece en la oficina".
—Es una broma –, me dije. Una broma de mal gusto. Pero luego, vi la cantidad de likes y shares. El meme "pareja en el trabajo" se había hecho viral. Y por si fuera poco, mi teléfono sonó. Era un número desconocido.