🖤Damon🖤
El día terminó como la mayoría de mis días: con un sabor amargo a derrota y la sensación de que, a pesar de mis esfuerzos, la vida siempre encontraba la forma de ganarme. Valeria me había fastidiado, y yo me había dejado. El macaron de chocolate, tirado en el suelo, parecía una metáfora de mi fracaso.
Llegué a casa y me desplomé en mi sofá, en mi apartamento perfectamente ordenado. Mi santuario. El lugar donde las reglas de la vida, el caos y la espontaneidad no existían. Me quité los zapatos y los coloqué en su lugar. No había nada fuera de lugar. Mi cerebro, que en la oficina era un desorden total, aquí se volvía un genio del orden. El orden, para mí, no era un dictado, era una elección.
•••
El amanecer de un nuevo día se filtraba a través de las cortinas y con el, mi celular vibraba sin parar. Me prometí a mí mismo no mirar las notificaciones. No me importaba la oficina, no me importaba la competencia. Solo quería un poco de paz. Pero la vibración no paraba. Al final, sucumbí y encendí la pantalla.
La foto de nosotros tomada desde una perspectiva completamente diferente a la realidad y el título "La pareja más poderosa del marketing: el romance que florece en la oficina", me dejaron anonadado por unos segundos.
En ésta, Valeria parecía que estaba a punto de matarme con la mirada, y yo... bueno, yo me veía bastante bien. La sonrisa que le había dedicado era la de un niño que ha hecho una travesura. Las notificaciones se disparaban. "¡Amo a esta pareja!", "¡Son la pareja del año!", "¡Quiero que mi marca sea tan perfecta como ellos!".
Me reí. Era una broma, claro. Una broma pesada del universo. Pero una broma que me había convertido en una de las parejas más "poderosas" de la historia del marketing.
Mi teléfono sonó. La pantalla decía "Sr. Harrison".
—Hola, jefe —dije con un tono que pretendía sonar relajado.
—Damon, tenemos un problema. Y una gran oportunidad. Me contactaron. Te eligieron para una gran campaña. A ti por tu visión y tu habilidad para la improvisación, y a Valeria por su reputación y su meticulosidad.
La foto que un blog subió se ha vuelto viral, y le encanta al cliente. Dice que su relación es la razón por la que quieren que ambos firmen.
Mi cerebro procesó la información. "¿Relación? ¿Qué relación?"
—Damon, su 'unidad y valores como pareja' es lo que interesó al cliente. La empresa de galletas nos llamó. Quieren una reunión. Los dos. En su oficina. En unas horas.
Colgué el teléfono. Miré la pantalla y vi la foto nuevamente. Mi plan de vida, mi plan de trabajo, mi plan de todo, se había ido por el desagüe. Ahora, tenía que fingir que era parte de una relación... con la única persona que había logrado que mi vida se sintiera completamente desordenada. Alguien que para mí, era más robot que humana.
La competencia no iba a ser entre nosotros, sino entre nosotros y el mundo. Y la única forma de ganar era actuar como si fuéramos una pareja enamorada. La ironía era tan dulce como un macaron de chocolate.
🤍Valeria🤍
La llamada de Damon me llegó a los cinco minutos. Como un tic nervioso del universo, pensé.
—Valeria —su voz sonaba molesta, pero había un dejo de diversión que me hizo apretar el teléfono—, ¿ya hiciste el plan de acción?
—Tengo un borrador. Y tú eres el primer punto: no te riñas conmigo, no hagas bromas y, por el amor de Dios, no uses tus metáforas de marketing. Es una farsa, no una comedia romántica.
Él se rió. —Ya veo que el robot tiene una lista. ¿Qué hay de mi plan? Te propongo un título para la presentación. “El amor se hornea, el sabor se vive”. ¿Qué te parece?
—Me parece un desastre —respondí.
—Me ofende que no seas la musa de mí inspiración. —Su voz sonó pícara. —Te veo en la oficina en treinta minutos. Tenemos que discutir los detalles.
Colgué antes de que pudiera decir algo más. Me puse un traje de pantalón gris, el color perfecto para una mujer que había decidido que el mundo podía irse al demonio, pero su ropa no.
Al llegar, la oficina era un desierto. O más bien, un cementerio de ideas. En medio del silencio, mi oasis de orden, estaba Damon. Sentado en su silla, los pies sobre el escritorio, escuchando música con audífonos. Su escritorio era, como siempre, una zona de desastre: papeles, un café a medio tomar y una colección de figuras de acción. Cerré los ojos, respiré hondo y conté hasta diez.
—La reunión entre nosotros es en la sala de juntas, no en tu vertedero personal —le dije, quitándome la chaqueta.
Damon se quitó los audífonos y me sonrió. —Pero aquí se siente más familiar, ¿no crees? Más… nosotros.
Nosotros. La palabra sonaba extraña, incluso en su boca. Me acerqué y le entregué una copia de mi plan. En la primera página, había un diagrama de flujo con las reglas de esta farsa. A él no le hizo ninguna gracia.
—¿No puedo tocarte, no podemos discutir, no podemos usar sarcasmo? Valeria, ¿cómo vamos a fingir que somos una pareja si no podemos hacer lo que hacemos todos los días? Esto no es una relación, es una cárcel.