🤍Valeria🤍
El taxi nos dejó en una calle tranquila y arbolada, un contraste absoluto con el bullicio que generalmente era la oficina. Mi cerebro, tan acostumbrado a la lógica, no podía procesar el hecho de que Damon, el desorden andante, viviera en un lugar tan sereno. Subimos a un edificio con una fachada de ladrillos impecable. El ascensor, curiosamente, funcionaba a la perfección.
—Tú primero, robot —dijo él, abriendo la puerta.
El apodo salió de sus labios, pero por primera vez, no me molesté en rebatirle. Mis ojos estaban fijos en el interior del apartamento, un santuario de paz y orden. Las paredes, pintadas de un gris suave, exhibían una galería de arte con dibujos a lápiz asombrosamente detallados. Unos trazos que eran de Damon. Su escritorio, un mueble de madera tallada a mano, estaba inmaculado: nada más que un ordenador, un portaminas y un calendario. Todo en su lugar. El tic en mi ojo, que siempre había estado a punto de colapsar cuando estaba cerca de él, se detuvo.
—¿Te gusta? —preguntó Damon, con un deje de orgullo en su voz.
—Esto… ¿esto es tuyo? —pregunté, mi voz casi un susurro.
—¿De quién más iba a ser? Mi vida es caótica en la oficina, pero en mi casa, el orden es mi mejor amigo.
Miré a mi alrededor, incrédula. El sofá de terciopelo, las almohadas perfectamente colocadas, las estanterías llenas de libros, todos alineados por color. Había algo más. Una guitarra acústica, un ukelele. Mis ojos se posaron en una maqueta de un barco de madera, perfectamente detallada, con cada cuerda y cada vela en su lugar.
—Yo no cocino, pero me gusta ordenar la cocina —dijo metafóricamente Damon, como si me leyera la mente. —La vida es para disfrutarla, no para estar pegado a un escritorio. Y mi pasatiempo es la vida.
En ese momento, vi algo más que el caos. Vi el orden. Un orden que él había elegido. Un contraste tan fuerte con su persona en la oficina que me dejó atónita. Vi la complejidad que él tenía.
—Ah, aquí está —dijo Damon, saliendo de una habitación con el iPad en la mano.
Al verlo, el encanto de la paz se desvaneció. Volvió el caos. Damon, el hombre que no podía mantener su oficina en orden, ahora estaba en su santuario, sosteniendo el único objeto que lo unía a nuestro mundo. Él me miró. Y en ese instante, en sus ojos, vi una súplica.
—Mira, Valeria, sé que esto es un desastre. Sé que no nos soportamos. Pero si no conseguimos este contrato, el Sr. Harrison nos va a despedir.
—¿Y tú crees que esta farsa va a funcionar? —le pregunté.
—Tenemos que hacerlo funcionar. Esto no es solo un ascenso, es el ascenso que nos cambiará la vida. Y la única forma de conseguirlo es si tú y yo, el yin y el yang, el caos y la perfección, nos convertimos en una pareja, en un equipo funcional.
—No vamos a fingir que somos una pareja —le dije.
—Valeria, no tenemos otra opción. Ya somos una pareja, ¿recuerdas? La pareja más poderosa del marketing. Solo tenemos que hacer que el mundo realmente vea lo que creen desde que salió ese artículo.
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(La presentación)
Llegamos a la oficina del Sr. Patterson con dos minutos de sobra. Él, un hombre de unos cincuenta años con una barba bien cuidada y una sonrisa cálida, nos esperaba en la sala de juntas. Me senté, ajusté mi chaqueta y saqué mi portátil, con la intención de iniciar mi presentación de datos. Damon me dio una patada por debajo de la mesa. Me quejé en voz baja, y el Sr. Patterson, que nos miraba, sonrió.
—Me alegra que hayan venido. Y, por favor, pónganse cómodos. Me encanta ver a las parejas en el trabajo, me hace recordar a mi esposa y a mí en nuestros inicios. Éramos el caos y la perfección. Yo, un soñador, ella, una realista. Pero juntos, éramos una dinamita.
Miré a Damon. Su cara, que siempre era un libro abierto, se puso roja. Me dio otra patada.
—Nosotros somos lo mismo —dijo Damon, con la voz más dulce que le había escuchado—. Valeria es la realista, el cerebro. Yo soy el soñador, el corazón. Y juntos, somos un dúo explosivo.
Sentí que mi cerebro iba a estallar. Mi plan de presentación, mis datos, mis gráficos, todo se fue por la borda. En su lugar, el Sr. Patterson nos miraba con admiración, y mi cerebro procesó una sola palabra: fingir.
—Me encantaría escuchar su presentación —dijo el Sr. Patterson, con una sonrisa.
Damon abrió su iPad, lo miró y luego lo cerró.
—No tenemos una presentación —dijo.
Me atraganté con mi propia saliva. Damon, el caos, el irresponsable, había hecho algo tan estúpido que me hacía querer gritar. Pero en sus ojos, vi una súplica.
—No necesitamos una presentación, Sr. Patterson —dijo Damon, y sus palabras, llenas de confianza, resonaron en la sala—. Lo que necesitamos es el corazón de su empresa. Su amor por las galletas. Valeria y yo, juntos, le daremos una nueva vida, un nuevo sabor.
El Sr. Patterson sonrió. Y yo, que me había preparado para una presentación de datos, tuve que seguirle el juego.
—Creemos en el poder de la unión —dije, y por un segundo, me sentí una actriz. —No hay nada más fuerte que dos personas con un objetivo en común. Y nuestro objetivo es el éxito suyo.