🤍Valeria🤍
Si el infierno tuviera manteles blancos y camareros con guantes, se parecería mucho a ese restaurante. Todo brillaba, todo era impecable, y yo me sentía como una mancha en medio de la perfección. El Sr. Patterson sonreía con la calidez de un abuelo orgulloso, y Damon… bueno, Damon se sentó en la mesa más visible como si fuera el invitado de honor de su propia boda.
Me ajusté la falda, acomodé los cubiertos y recité mentalmente mi plan de supervivencia: hablar poco, mantener la compostura, evitar que Damon hablara más de lo necesario. Pero claro, mis planes con Damon nunca sobreviven ni dos segundos.
El menú apenas había llegado cuando me lo arrebató.
—La pareja unida tiene el mismo gusto —dijo, guiñándole un ojo a Patterson.
Yo lo fulminé con la mirada. Patterson, en cambio, rió encantado.
—¿Y bien? —preguntó, acomodándose la servilleta sobre las rodillas—. ¿Cómo se conocieron ustedes dos?
Mi cerebro ya tenía lista una respuesta estándar: compañeros de trabajo, proyectos compartidos, respeto mutuo. Algo sobrio, elegante, profesional. Pero Damon, claro, decidió abrir la boca.
—Fue en la fiesta de fin de año —empezó, como si narrara un episodio de telenovela. —Yo estaba en la pista de baile, rodeado de luces, intentando convencer a medio mundo de que la canción que sonaba debía ser el nuevo himno de la empresa. Y entonces… la vi.
Me paralicé.
—Ella estaba de pie, con ese vestido rojo que parecía diseñado para humillar a todos los demás —continuó, con voz grave, casi poética—. Tenía una copa de vino en la mano y la misma mirada con la que me mata ahora mismo cada vez que digo algo.
Patterson sonrió fascinado. Yo quería hundirme debajo de la mesa.
—Me acerqué y le dije: “Hermosa princesa, ¿quieres bailar?”. Y contra todo pronóstico… dijo que sí.
—¡Mentira! —solté antes de poder contenerme. —Jamás aceptaría bailar contigo.
Patterson arqueó una ceja, intrigado. Damon sonrió como un gato satisfecho.
—Claro que aceptó —insistió, con dramatismo teatral—. Bailamos toda la noche. Bueno, yo bailaba; ella me corregía los pasos como si fueran un informe mal redactado. Y en ese momento… lo supe. Ella era la mujer que iba a complicarme la vida para siempre.
Me atraganté con el agua. Patterson dio una palmada suave sobre la mesa, como quien disfruta de una buena novela.
—Qué historia tan maravillosa. Y díganme, ¿quién dio el primer paso?
—Yo —dijo Damon, sin dudarlo. —La vi y me lancé. Ella fingió que no me soportaba, pero supe leer entre líneas.
—¡Mentira otra vez! —repliqué, intentando mantener la voz calmada. —Jamás le di señales de nada.
—Claro que sí, amor —dijo, tomando mi mano de improviso. —Ese día tus ojos decían lo que tu boca no se atrevía.
Mi cara ardía. Patterson parecía al borde de las lágrimas.
—¿Y qué fue lo que más te llamó la atención de ella, Damon? —preguntó, con interés genuino.
—Su perfección —dijo, sin pensarlo dos veces. —Todo en ella está medido, calculado, preciso. Yo soy caos, y ella es mi brújula. Sin ella estaría perdido.
Me quedé helada. No supe si estaba burlándose o si, por un segundo, decía algo real.
—¿Y tú, Valeria? —preguntó Patterson, mirándome con ternura. —¿Qué viste en Damon?
Tragué saliva. Miles de respuestas reales se agolparon en mi mente: que es insoportable, que me vuelve loca, que jamás lo elegiría. Pero Patterson esperaba una historia de amor.
—Su… pasión —mentí, con la voz más convincente que pude reunir. —Siempre sigue sus instintos. Yo… admiro eso.
Damon me sonrió como si acabara de ganar la partida de ajedrez más importante de su vida. Yo deseé tener poderes telequinéticos para lanzarle el tenedor a la frente.
La comida transcurrió entre sonrisas, anécdotas inventadas y mi tic en el ojo derecho latiendo como un metrónomo. Cuando creí que ya había pasado lo peor, Patterson dejó caer la bomba.
—Antes de firmar el contrato, quiero invitarlos a un viaje a nuestra sede principal, en Italia —anunció con calma. —Una semana allí les mostrará el corazón de nuestra empresa. Y, claro, quiero verlos trabajar juntos fuera del ambiente habitual.
Casi me atraganto otra vez. Damon, en cambio, levantó la copa con una sonrisa triunfal.
—Será un honor, Sr. Patterson.
Yo también sonreí… pero por dentro quería matar a alguien. Preferiblemente a Damon.
🖤Damon🖤
El taxi olía a gasolina y a furia contenida. Valeria no hablaba, y eso era más peligroso que cualquier grito. Finalmente, explotó.
—¿En qué demonios estabas pensando, Damon? —me espetó, girándose hacia mí como si quisiera arrancarme la cabeza. —¿Bailar en una fiesta? ¿Vestido rojo? ¡Inventaste una telenovela entera frente al cliente!
—¿Y funcionó o no funcionó? —repliqué, apoyando un brazo sobre el asiento con toda la calma del mundo. —El tipo se derritió. Si me dejabas a mí, hasta nos regalaba postre extra.