🤍Valeria🤍
Al abrir la puerta de mi apartamento, un suspiro escapó sin que me diera cuenta. La llave giró con un clic familiar, pero nada parecía familiar en mi interior. La presión de la oficina todavía pesaba sobre mis hombros como una mochila demasiado llena; el rumor de la relación inexistente, la necesidad de mantener la farsa, las miradas envidiosas de aquellas que habían compartido alguna aventura con Damon… todo formaba un nudo que amenazaba con ahogarme.
Mis zapatos encontraron el suelo frío, el eco de mis pasos resonando en el pasillo silencioso. Dejé caer el bolso con un golpe seco, y un escalofrío recorrió mi espalda. Cada superficie de mi apartamento me miraba con calma, como si el mundo real pudiera ordenarse aquí, dentro de estas cuatro paredes: las estanterías alineadas, los libros en colores armoniosos, la lámpara de pie que proyectaba un círculo de luz cálida en el sofá. Y sin embargo, yo me sentía un caos ambulante, un desastre emocional envuelto en traje de oficina.
Me dejé caer sobre el sofá, sintiendo cómo el peso de todo lo vivido me aplastaba. Respiré hondo, intentando filtrar los recuerdos: el almuerzo con Patterson, las preguntas incómodas sobre quién dio el primer paso, qué me había llamado la atención de Damon, la manera en que él había tejido una historia digna de telenovela mientras yo me moría de vergüenza frente a un hombre que creía en el poder del amor y de la química de pareja que nosotros estábamos obligados a fingir.
Tomé una copa de vino, intentando que el líquido tibio calmara la tormenta interna. Cerré los ojos y me dejé arrastrar por el silencio, escuchando el goteo de la llave del grifo en la cocina y los sonidos lejanos de la ciudad. Intenté recordar cómo solía relajarme: libros, música suave, ordenar los cajones sin prisas. Pero todo estaba contaminado por Damon, por su sonrisa, por la certeza de que aquel desastre disfrazado de hombre me había arrastrado a una farsa que parecía no tener fin.
Entonces, mi teléfono vibró sobre la mesa de centro. Miré la pantalla y casi me atraganto con el vino.
Damon: Dime exactamente, ¿qué llevas puesto en este momento?
Parpadeé. ¿Qué clase de degenerado escribía eso sin contexto?
Mi primer pensamiento fue que algún extraño había conseguido mi número. Pero el nombre en la pantalla hizo que me quedara helada: Damon.
Me limpié la nariz (maldita alergia, justo cuando más necesitaba calma) y escribí, sin pensarlo demasiado:
Yo: El vestido de dormir de tu madre y su tanga favorita.
Tres segundos después, la burbuja de texto parpadeó:
Damon: Eh, ¿qué?
Solté una carcajada que casi me hace caer del sofá. Esto era oro puro, imposible de ignorar.
Yo: En serio, cariño, pensé que te parecería realmente sexi.
Damon: ¿Cariño? ¿Pero qué…?
No sabía si reír o llorar. Lo más divertido era ver cómo él se concentraba más en la palabra “cariño” que en el absurdo absoluto del tanga de su madre.
Yo: Entonces, ¿prefieres algo menos maternal?
Damon: …No, no, está bien. Me parece excitante. ¿Y si aparezco con la bata floreada de tu abuela, medias de red y un sombrero de mariachi?
El teléfono tembló entre mis manos mientras me reía. El muy idiota no solo seguía el juego, sino que lo llevaba a niveles absurdos.
Yo: Ya me has puesto calurosa. Solo dime que mientras me tomas me susurrarás los chistes malos de tu padre.
Hubo un silencio breve. Luego, su respuesta apareció en la pantalla:
Damon: “Tomas”. Dios, esa palabra es lo más sexy que he leído en mi vida.
Me quedé mirando la pantalla, incrédula. ¿Quién era este hombre y qué había hecho con el Damon que yo conocía?
Yo: Admito que estoy de acuerdo.
Damon: Espera… me he equivocado de Valeria, ¿verdad?
Solté otra carcajada, más sonora, que llenó el salón de ecos absurdos.
Yo: Sí.
Hubo unos segundos de silencio digital, hasta que apareció otra burbuja:
Damon: Este es el intercambio de mensajes más raro que he tenido en mi vida.
Yo: Lo mismo digo. Buenas noches y buena suerte, irresponsable.
Damon: Buenas noches, robot.
Por primera vez en semanas, reí de verdad. Una risa que me sacó del nudo de ansiedad, del estrés de la oficina y de la farsa que tenía que mantener. Por unos minutos, la tensión se diluyó y solo quedaba la hilaridad, el absurdo y la chispa de Damon que me había hecho sentir viva de una manera extraña, inesperada y completamente fuera de control.
🖤Damon🖤
Cuando el teléfono vibró con mi propio error, no tenía idea de lo que se avecinaba. Esperaba una reacción molesta, tal vez un regaño frío de alguna mujer equivocada. Lo que recibí en cambio fue fuego, sarcasmo y creatividad concentrada en un par de líneas. Valeria no era solo un robot, fría y meticulosa. Por un instante, la imagen que tenía de ella se desplomó, derrumbada por la agudeza venenosa de su humor.
Cada mensaje suyo me obligaba a sonreír, luego a reír, luego a mirarlo todo con incredulidad. La persona que creía predecible, que siempre guardaba su mente y su corazón detrás de un cristal perfecto, podía ser increíblemente mordaz. Y lo que más me sorprendió: no solo lo decía, sino que lo disfrutaba. Imaginaba su risa frente a mis absurdos y me desarmaba y al mismo tiempo me excitaba de una manera imposible de racionalizar.