🤍Valeria🤍
El sol apenas se filtraba por la ventana cuando abrí los ojos. Mi cuerpo aún recordaba la risa que había soltado la noche anterior frente al teléfono; esa chispa absurda provocada por Damon había dejado un hueco en la tensión que me tenía atrapada. Pero no había tiempo para nostalgias. La realidad golpeaba con la fuerza de un camión de mudanza: en una semana debíamos estar en Florencia, lista para conocer las oficinas principales de Patterson y aparentar ser la pareja perfecta.
El caos comenzó apenas abrí el armario. Las opciones eran infinitas, pero ninguna parecía suficientemente “pareja de oficina viajera internacional”. Me detuve frente a la ropa, ajustando el traje gris que usaría en la primera reunión, mientras calculaba mentalmente qué combinaba con qué. Cada prenda parecía gritarme: “Valeria, estás a punto de entrar en territorio Damon”.
El teléfono vibró. Damon. Claro, él ya había empezado su propio proceso de desastre organizado.
—¡Valeria! —su voz sonaba en altavoz mientras yo sostenía la blusa azul cielo—. ¿Qué llevas? ¡Debemos coordinar colores, patrones, intensidad emocional!
—¿Intensidad emocional? —pregunté, frunciendo el ceño—. ¿Ahora las maletas vienen con psicoterapia incorporada?
—Claro. Todo está relacionado. No puedes aparecer con un blazer gris mientras yo llevo verde lima. La armonía de la pareja sería un desastre y Patterson nos despediría mentalmente antes de ver el avión.
Suspiré. ¿Quién hacía estas reglas? Él, por supuesto.
—Está bien, verde lima no —dije con voz firme—. Pero tú, ¿realmente piensas que una bufanda rosa neón combina con tu chaqueta azul marino?
Hubo un silencio, luego una risa que me hizo rodar los ojos:
—Perfecta observación, robot. Pero recuerda: el caos es parte de mi encanto.
En ese momento, apareció mi primera víctima: la maleta. Puse la tapa sobre la cama y comencé a llenar cada compartimento con precisión quirúrgica, como si la selección de ropa pudiera evitar la catástrofe emocional que iba a ocurrir en Florencia. Damon, por supuesto, decidió participar a su manera: enviando fotos de calcetines que “representaban el alma del marketing” y sombreros ridículos que supuestamente serían necesarios para la primera reunión.
—¿Esto es, en serio? —pregunté, levantando una visera dorada con plumas rosas.
—Absolutamente —dijo—. La inspiración llega de donde menos lo esperas. Además, ¿no quieres impresionar a Patterson?
—No es el cliente, Damon —dije, lanzando el sombrero al otro lado de la habitación—. Es un hombre que cree en el amor y en la farsa de nuestra pareja. Pero no necesita ver un desfile de carnaval en mi maleta.
Por unos segundos, el silencio llenó el apartamento. El único sonido era el zumbido del aire acondicionado y mi respiración. Entonces sonó el teléfono otra vez. Damon, nuevamente.
—Valeria —dijo, con un tono que mezclaba urgencia y diversión—. Hay un problema. Me acabo de dar cuenta de que he empacado tres pares de zapatos idénticos, pero de diferentes tonos. Y no sé cuál usar.
Rodé los ojos y dejé escapar un suspiro tan largo que el aire del apartamento se movió conmigo.
—Damon, ¿por qué no simplemente decides uno y nos ahorras este circo?
—Porque, robot —respondió con la seriedad más absurda que he escuchado—, si uso el par equivocado, Patterson verá la discordancia en nuestra química visual y se dará cuenta de que somos una farsa.
No pude evitar reírme. Una risa que mezclaba desesperación y diversión.
—¡Por Dios! —grité, mientras organizaba camisas y pantalones en filas perfectas—. Nunca dejaré de preguntarme cómo sobrevives en la oficina todos los días.
—Con estilo —dijo, burlón—. Y con un poquito de caos que tú aprenderás a amar.
Por un instante, lo imaginé allí, descalzo, rodeado de ropa y sombreros ridículos, haciendo malabares con calcetines y corbatas. Y no pude evitar sonreír.
🖤Damon🖤
Mientras en mi mente veía a Valeria organizando su maleta con precisión quirúrgica, yo me senté frente a la mía y observé el desastre que había creado. Cada objeto parecía desafiar la gravedad y la lógica: corbatas dobladas sobre sombreros, zapatos apilados en posiciones imposibles, camisetas que habían decidido rebelarse contra la maleta.
Pero más allá del caos material, lo que me mantenía despierto era la conversación de anoche, el intercambio de mensajes equivocados. Ver a Valeria tan sarcástica, tan afilada incluso por mensajes, me había descolocado completamente. No podía conciliar la idea de que el robot que creía frío y metódico pudiera ser tan juguetón, mordaz y… provocador.
Seguí a empacando, pero mi mente seguía girando alrededor de ese recuerdo: sus risas imaginarias, las respuestas rápidas, la manera en que no solo me había seguido el juego sino que lo había elevado a otro nivel de locura. Mi corazón latía con una mezcla extraña de diversión y fascinación. Y mientras doblaba camisas y colocaba zapatos, no podía evitar imaginar cómo reaccionaría cuando estuviéramos realmente juntos en Florencia, obligados a fingir frente a Patterson y sus ejecutivos.