Pacto con el enemigo

Capítulo 12

🤍Valeria🤍

Florencia me recibió con un sol brillante y un aroma a café recién hecho mezclado con pan horneado que me hizo suspirar de manera involuntaria. Después de un vuelo interminable en clase turista, con asientos estrechos, olores extraños y demasiadas turbulencias, pensé que lo peor ya había pasado. Qué ingenua.

—Benvenuti! —nos saludó un recepcionista que parecía haber salido de un calendario turístico. Su acento cargado y su entusiasmo exagerado me hicieron recordar por qué nunca había estudiado italiano—. Su habitación para parejas ya está lista.

Mi corazón dio un vuelco. Damon arqueó una ceja.

—¿Para pareja? —dijo con la voz más deliciosa que le había escuchado, una mezcla de ironía y horror.

—Sí —respondió el recepcionista—. Suite romántica. Pareja. Amor. Felicidad.

Damon me lanzó una mirada que podía cortar el mármol: mitad divertido, mitad diabólico.

—Perfecto —susurró, apenas conteniendo la risa—. ¿No es lo que siempre soñaste, robot perfecta? Dormir juntos. En la misma cama. Una suite romántica.

Quise golpearlo. Literalmente.

—Esto es imposible —dije, cruzando los brazos—. No comparto cama con nadie. Menos contigo.

—Venga ya, Valeria, ¿una noche? Ni en sueños vas a recordar la diferencia entre dormir conmigo y en el piso.

—Ni en sueños, Damon. Ni en sueños. —Mi voz se alzó, mezclando rabia con desesperación. La idea de acostarme en esa enorme cama king size junto a él me resultaba… insoportable... ¿o intimidante?

La habitación era hermosa: suelos de madera, una cama gigante con detalles románticos, una terraza con vista a las callecitas empedradas de Florencia y un baño que parecía digno de una revista. Todo demasiado perfecto para un desastre que involucraba a Damon y a mí.

—Mira, —dije, señalando el suelo con un gesto teatral—, puedo dormir ahí. O en el escritorio. O en el balcón si quieres. Pero no comparto cama.

—¿Dormir en el balcón? —rió, divertido—. Estás loca. Mira, podemos negociar. Tú a la derecha, yo a la izquierda. Ninguna mano invasiva, cero contacto, código de honor.

—¿Código de honor? —repetí, como si estuviera mofándome —. Claro, porque tú eres el manual viviente del honor.

La discusión continuó, con sarcasmos, ironías y miradas que casi quemaban. Ninguno quería ceder, y la tensión crecía con cada palabra.

Finalmente, le dije:

—Está bien. Duermo en el suelo si hace falta. Pero no comparto la cama contigo.

—Perfecto —dijo, arqueando una ceja y sonriendo de manera diabólica—. El suelo es todo tuyo, robot.

Solo que no contaba con que, después de desempacar, él decidiera refrescarse con una ducha rápida. Y ahí fue cuando mi mundo se detuvo.

Salí del armario, buscando más de mis cosas para seguir acomodando, y de repente, lo vi. Él, envuelto en una toalla que abrazaba sus caderas, apenas cubriendo lo necesario, cabello húmedo cayendo en mechones rebeldes, músculos definidos y marcados, hombros anchos y una cintura que demostraba horas de gimnasio y buena genética. El tipo tenía una presencia imposible de ignorar, sin contar con lo que se marcaba a través de la tela.

—¿Te gusta lo que ves? —dijo, sacándome de mi estado hipnótico, con esa sonrisa que me provocaba ganas de matarlo y reírme al mismo tiempo.

Mi cara se transformó en un cóctel de horror y confusión.

—¡Damon! —grité, apartándome—. Esto no es… no es lo que crees, ni eres mi tipo, ni… nada. Ni en sueños tendríamos algo.

Él me lanzó una ceja arqueada y se inclinó un poco, desafiándome con la ironía más deliciosa de todas.

—Ni en sueños, ¿eh? —susurró—. Qué conveniente, porque yo tampoco dormiría contigo ni aunque fueras la última cama en la Tierra.

—¡Qué…! —Mi voz se quebró entre indignación y risa—. ¡Maldito!

Fui al tocador, golpeando la superficie con las manos, respirando hondo, y terminé cerrando la puerta con un golpe seco que resonó en la suite.

El silencio duró segundos, pero fueron suficientes para que ambos pensáramos exactamente lo mismo: esto iba a ser un desastre maravilloso.

Me recosté en el suelo (sí, en el suelo) con un cojín de respaldo improvisado y respiré. La vista de la ciudad desde la ventana era impresionante, pero no podía evitar sentir que la tensión entre Damon y yo estaba a punto de explotar en mil formas. Entre sarcasmo, atracción imposible y suspiros de frustración, me pregunté cómo íbamos a sobrevivir una semana juntos sin que termináramos matándonos… o confesando algo que ni siquiera queríamos admitir.

Por supuesto, Damon no parecía preocupado. Desde su lado de la cama king size (sólo para él), lanzaba miradas fugaces, sonrisas cómplices y gestos que desafiaban cualquier intento de concentración mía. Cada vez que me cruzaba con su mirada, sentía una mezcla absurda de irritación, fascinación y humor involuntario.

—Vamos a sobrevivir esto —murmuré, más para mí que para él—. Aunque tenga que dormir con los pies colgando del balcón.

Damon rió, un sonido bajo y profundo que hizo que mis nervios vibraran de manera ridícula. Ya me estaba dando cuenta de que esa semana en Florencia no sería sólo negocios: sería un torneo de ingenio, sarcasmo y química. Y que, a pesar de todo, de alguna manera, probablemente sería la más divertida de mi vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.