La suite se sumió en un silencio pesado, solo roto por el suave murmullo del tráfico florentino y el latido desbocado del corazón de Valeria. Mientras Damon se dirigía al baño, ella se movió con una precisión casi robótica para preparar su lado de la cama. Una línea divisoria invisible se trazó sobre el edredón blanco y esponjoso: la mitad derecha era suya, la mitad izquierda era de él. Código de honor.
Se puso una camiseta de algodón gris, holgada, y unos pantalones de pijama sencillos. Nada que gritara "romance". El objetivo era la invisibilidad funcional. Se deslizó bajo las sábanas, tensa como una cuerda de violín. El lado de Damon en la cama olía a él: una mezcla de su colonia amaderada y el aroma a limpio de su jabón. Demasiado cerca, demasiado íntimo.
Valeria se encontró inhalando ese aroma. Era un olor cálido y reconfortante, tan caótico como él, pero al mismo tiempo tan fundamentalmente masculino. Su mente, habitualmente un procesador de datos infalible, luchaba por categorizar la avalancha de sensaciones. No era aversión, no era miedo. Era una fascinación peligrosa, una anticipación que la hacía sentir culpable. Sentía la energía de Damon incluso a través de la distancia de la cama. Era la primera vez que se permitía bajar completamente la guardia, y la experiencia era vertiginosa. Sentía la necesidad de huir, pero una curiosidad más fuerte, casi imprudente, la mantenía anclada.
Cuando Damon salió del baño, llevaba solo unos pantalones cortos de seda idénticos a los de la mañana. Su torso estaba definido por las sombras de la luz nocturna, un recordatorio brutal de la exhibición involuntaria que la había sacado de quicio horas antes. Por primera vez en la noche, Valeria se sintió genuinamente expuesta, a pesar de estar completamente vestida.
Él se subió a su lado de la cama. El colchón se hundió ligeramente con su peso. La cercanía era una tortura silenciosa.
—Buenas noches, robot —susurró Damon, su voz baja y burlona.
—Buenas noches, caos —respondió Valeria sin abrir los ojos, aferrándose a la burla como un salvavidas.
El silencio que siguió no era tranquilizador; era una cámara de eco para la tensión que se acumulaba entre ellos. Ella intentó concentrarse en su algoritmo mental de productividad, revisando los puntos clave de la presentación del día siguiente, pero todo se interrumpía con la conciencia de Damon: su respiración acompasada, el leve movimiento de la sábana cada vez que se ajustaba.
Pasaron lo que parecieron horas. Valeria estaba rígida, incapaz de conciliar el sueño. De repente, sintió que algo se movía.
Damon estaba inquieto.
A pesar del éxito de la noche, su cuerpo se sentía tenso. No podía dejar de pensar en lo bien que Valeria había encajado en su farsa. Verla reír, verla relajada, había despertado en él un sentimiento que no era burla ni competencia, sino una verdadera conexión. Quería volver a ver esa sonrisa genuina, esa que no estaba planeada. Se sentía frustrado por la ridícula línea divisoria que había inventado; era su propio obstáculo autoimpuesto. Estaba acostumbrado a ir tras lo que quería sin plan, pero con Valeria, todo se sentía como una estrategia arriesgada que valía la pena. Quería tocarla, no para completar el acto, sino para comprobar si esa chispa que la Sra. Rossi había mencionado era real.
—¿Problemas para dormir, robot? —preguntó.
—El suelo era más predecible —contestó ella, exasperada—. Esto es una situación de riesgo no calculado.
Damon rió suavemente.
—Lo sé. Me pasa igual. Es la primera vez que comparto cama con alguien que podría calcular mis impuestos en sueños.
—Es la primera vez que comparto cama con alguien que podría destrozar mi carrera si no fuera tan condenadamente... convincente.
Un nuevo silencio se instalo entre ellos. Este era diferente. No era hostil, sino casi confesional.
—Te miré en la cena, Valeria —dijo Damon, su voz apenas audible—. Cuando hablabas de Miami. No es solo que fueras creíble. Es que… me miraste de una forma que nunca me habías mirado en la oficina. Con una admiración que no era fingida. ¿Te gustó, no es así? El desorden que te obliga a ser tú misma.
Valeria sintió un rubor subir por su cuello. Abrió los ojos y se encontró con la mirada de Damon en la oscuridad. Sus ojos se habían adaptado a la penumbra, y la intensidad de su expresión la desarmó.
—Me gustó ver que había algo debajo de tu ego inflado, algo que se preocupaba genuinamente por algo que habías arruinado —admitió, permitiendo que un fragmento de verdad se deslizara—. Y sí, fuiste brillante al improvisar la historia. Eres muy bueno, Damon.
—Y tú eres increíble cuando dejas de ser un muro de hormigón y actúas como si tuvieras corazón, Valeria. Cuando admitiste que rompía tus esquemas. Se sintió… bien.
Se produjo un cambio imperceptible. Ambos se giraron un poco, acortando la distancia de su línea divisoria.
—Este código de honor es una estupidez —murmuró Damon.
—Fue tu idea —replicó ella, pero su voz no tenía fuerza.
—Mi idea para mantener las cosas a raya. Pero la verdad es que nose si quiero mantener las cosas a raya contigo, Valeria. Ni profesionalmente ni ahora.
Valeria sintió una oleada de calor. Lo que Damon quería decir estaba claro, y era aterrador.