Pacto con el enemigo

Capítulo 16

🤍Valeria🤍

El despertador sonó a las 6:30 AM. Fui la primera en reaccionar. Me levanté de la cama como si el colchón estuviera en llamas, mi mente activando el modo "Negación y Retorno a la Productividad Máxima" con la desesperación de un sistema operativo que acaba de sufrir un crash monumental.

Me dirigí al baño sin mirar a Damon. Literalmente, no podía mirarlo. Toda la precisión y el orden que me definían se habían desmoronado la noche anterior, no por el acto en sí (porque, admitámoslo, la química siempre había estado ahí, como un error en el código), sino por la intensidad de lo que sentí. Los besos de Damon no habían sido caóticos; habían sido penetrantes, urgentes y, lo que era peor, me habían hecho sentir más viva que cualquier cifra de ventas o informe de mercado. Era una sensación que no podía cuantificar ni controlar. Un riesgo inaceptable.

Me duché con agua casi helada, intentando lavar el recuerdo de sus manos en mi cintura y de su respiración contra mi cuello. Cuando salí, envuelta en mi bata de felpa, Damon estaba despierto, sentado en la cama con una almohada contra su pecho.

Nuestras miradas se cruzaron por un instante. Fue la mirada más incómoda de mi vida. No había burla ni sarcasmo en sus ojos; solo una conciencia compartida de lo que habíamos destrozado.

—Buenos días —dije, mi voz sorprendentemente firme, demasiado firme.

—Mañana —respondió él. Parecía ronco, o quizás era el efecto residual de la noche.

—Tenemos la reunión de cierre con Patterson a las diez. He pedido el desayuno. Necesitamos revisar los números finales y repasar el guión de nuestra historia. Mantener la coherencia.

—¿Coherencia? —Damon arqueó una ceja, la primera señal de su antigua ironía, pero era débil—. ¿Crees que después de anoche podemos hablar de coherencia, Valeria?

Me acerqué al escritorio, encendí mi portátil y evité responder.

—Hablo de coherencia profesional, Damon. La única que nos importa ahora. Anoche fue un… lapso estratégico. Un impulso provocado por el estrés de la cena y el ambiente romántico. No significa nada.

Sentí la mentira arder en mi pecho, pero la repetí hasta que sonó verdadera.

Damon se levantó y se dirigió a su maleta. No llevaba camiseta, y ver su espalda ancha y marcada me obligó a concentrar mi mirada en la pantalla de mi ordenador. Fila 32, columna D: Proyección de ingresos para el tercer trimestre.

—Bien. Un lapso estratégico. Me gusta cómo suena eso. Muy tú. Como si fuera una variable que no habíamos considerado en el algoritmo de nuestra relación laboral.

—Exacto. Y ahora la eliminamos. Lo que pasó en esta suite no sale de esta suite —dije, sintiendo que mi garganta se cerraba—. Tenemos un contrato millonario pendiente.

—Entonces... ¿no significa nada para ti? —La pregunta de Damon fue directa, sin rodeos. Su voz ahora estaba más cerca.

Levanté la vista. Él estaba a mi lado, buscando una camisa. Estábamos demasiado cerca, demasiado cargados de electricidad.

—Significa que somos dos adultos bajo presión que... se equivocaron. Volvamos a ser rivales, Damon. Es más seguro. Es lo que se supone que somos.

Él se puso una camisa, el movimiento de sus brazos tensando sus músculos, el tejido rozando mi brazo.

—Lo que sea más seguro para tu línea de vida, robot. Pero no me pidas que olvide cómo se siente besarte y que piense que es solo una ecuación fallida. No funciono con números.

El golpe en la puerta anunciando el desayuno salvó mi resolución. El olor a café y cornetti invadió la suite, rompiendo la intimidad y recordándonos el mundo exterior. Me senté a la mesa, abrí mi libreta y volví a ser Valeria, la mujer de hierro.

🖤Damon🖤

El sol de Florencia se colaba por la terraza, y se sentía como un foco apuntando directamente a mi culpa. Me desperté sin un plan, sin mi habitual arrogancia. Anoche había besado a Valeria y había sentido una punzada de emoción, no por el juego, sino por la verdadera rendición que vi en sus ojos. Ella no se había rendido a mí, se había rendido a la química, al caos que la asustaba. Y eso me había hecho sentir... jodidamente poderoso y protector a partes iguales.

Cuando la vi salir del baño, vestida con su armadura de rigidez, supe que iba a negar la noche entera. Y eso me jodió. No porque quisiera una relación, sino porque me negaba a ser tratado como un error en su hoja de cálculo. Lo que pasó con Valeria no fue un error. Fue una explosión que habíamos estado conteniendo durante meses de miradas hostiles en las salas de juntas.

Su voz al pedir el desayuno era la de la CEO implacable. Y su frase, "lapso estratégico", me hirió en un lugar que no tenía que ver con mi carrera.

—¿Lapso estratégico? —Pensé para mí, mientras buscaba mi ropa. ¿Acaso mis manos en tu pelo y el sonido que hiciste cuando te separaste de mí caben en una nota al pie en tu informe de pérdidas y ganancias?

Me puse una camisa y me acerqué a ella. Necesitaba obligarla a reconocerlo. No por intimidad, sino por la integridad del momento.

—Entonces... ¿no significa nada para ti? —pregunté. No era una seducción, era una comprobación. Quería que mintiera en mi cara para poder odiarla de nuevo con justificación.




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