Pacto con el enemigo

Capítulo 18

🤍Valeria🤍

La euforia por el contrato Patterson se desvaneció casi tan rápido como me soltó. Me había reído. ¡Yo me había reído en la calle! Y lo que era peor, había sentido la alegría genuina de Damon, no la del ejecutivo, sino la del hombre que gana una apuesta.

—Necesito aire. Y café —dije, apartándome de él. El contacto de sus manos en mi cintura seguía ardiendo, y necesitaba neutralizar esa sensación.

—Olvídate del café. Es Florencia. Merecemos un trago de celebración. Y algo de carbohidratos.

Caminamos sin rumbo, dejando atrás los edificios de oficinas, adentrándonos en el laberinto de calles estrechas. El sol estaba cayendo, tiñendo las antiguas paredes de piedra de un ocre melancólico. Era peligroso. La belleza desordenada de Florencia era la antítesis de mi vida, y estar al lado de Damon, el agente del caos, multiplicaba el riesgo.

—El contrato fue un golpe de suerte —dije, volviendo a la lógica, intentando reconstruir mi muro—. Nos dieron el punto extra por la teatralidad, no por el mérito.

—No. Nos lo dieron por la verdad que hay detrás de la actuación. Creen en la fuerza que creamos cuando estamos juntos. Lo dijiste tú: un compromiso.

—Un compromiso profesional.

—¿Por qué es tan importante para ti negarlo, Valeria? —Damon frenó en seco, obligándome a detenerme. Estábamos frente a un escaparate lleno de joyas antiguas, pero solo veía el reflejo de la frustración en sus ojos—. No te estoy pidiendo matrimonio. Solo te pido que dejes de actuar como si tu cuerpo hubiera sido hackeado anoche. No fuiste una máquina.

Me tensé. Su mención de la palabra máquina me hizo daño, pero tenía razón. Había sentido demasiado.

—Fue un límite cruzado, Damon. Y lo cruzamos por una causa mayor. La causa mayor ya se ganó. Lo sensato es volver a nuestros carriles.

—¿Y qué vas a hacer ahora, Valeria? ¿Crear un nuevo plan de contingencia para evitar mis besos? ¿Qué variable vas a eliminar esta vez?

La pregunta era un dardo. Respiré profundamente, intentando encontrar la fórmula perfecta.

—Lo que me aterra no eres tú, Damon. Es la ineficiencia. Si esto se vuelve emocional, se vuelve caótico, y el caos es el enemigo de la productividad. No tengo espacio en mi vida para eso.

Damon me miró por un largo momento, no con burla, sino con una tristeza genuina que me desarmó.

—Siempre creí que eras la más fuerte de los dos. Pero si le tienes tanto miedo a la ineficiencia, es porque no confías en que puedas controlarte. Eso no es fuerza, Valeria. Eso es miedo.

Me quedé sin palabras. Era la crítica más precisa y más hiriente que me había hecho jamás.

Seguimos caminando en silencio hasta llegar al Ponte Vecchio. La pasarela de casas y tiendas sobre el Arno era un testimonio de la permanencia, una estructura de siglos que había sobrevivido al tiempo y a las inundaciones.

—Mi padre solía decir que no se puede planificar la vida —comenzó Damon, mirando el agua oscura y brillante. Su voz era baja, despojada de toda ironía—. Él era un constructor, el hombre más organizado que conocí. Tenía un plan de cinco años, un plan de diez. Y a los 55, le dio un ataque masivo y fulminante. Murió un miércoles por la tarde, en medio de la construcción más grande de su carrera.

Lo miré, sorprendida. Nunca antes había hablado de su vida personal. Su fachada de arrogancia siempre había sido infranqueable.

—Todo el orden, todos los planes, se fueron con él. Y la única cosa que lo hacía realmente feliz era la que no estaba en su agenda: una cerveza robada con sus amigos al anochecer. Lo único que hizo en ese momento fue vivir.

—Lo siento, Damon —dije, sintiendo una punzada extraña. No sabía qué hacer con su vulnerabilidad.

—No lo sientas. Solo, entiende. Me concentro en el presente. En la fuerza no cuantificable que me da mi instinto. Tú no. Tú te concentras en lo que vas a perder.

Me acerqué a la barandilla de piedra del puente. Perder el control. Era la peor de las pérdidas.

—¿Y tú qué pierdes, Damon? —Lo desafié, encontrando mi voz—. ¿Qué arriesgas al hacer esto? ¿Tu reputación de playboy? ¿Tu independencia? Porque si yo me involucro, pierdo la única cosa que me define.

Damon no sonrió. Se acercó, su mano rozó mi hombro.

—Arriesgo más que eso, Valeria. Arriesgo algo que es más valioso que todos tus números. Arriesgo mi corazón y el no poder odiarte más. Y créeme, rival, la animosidad contigo era lo único predecible y seguro que tenía en mi vida.

Me di la vuelta para encararlo completamente. Estábamos en el medio del Ponte Vecchio, entre las joyerías cerradas, bajo las luces doradas de la noche.

—Entonces... ¿qué va a pasar ahora? —Su pregunta fue un ultimátum.

El Arno fluía bajo nuestros pies. El orden que había mantenido durante toda mi vida se desmoronaba. Podía volver atrás, retomar mi plan. O podía...

—No lo sé —confesé, la verdad saliendo como una bocanada de aire frío. Mi voz era apenas un susurro—. Y me aterra.

El miedo era real, pero al pronunciarlo, la liberación fue inmensa. Ya no me estaba mintiendo.




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