El lunes por la mañana, la sala donde se gestionaba la Fusión, un espacio acristalado y de alta seguridad en el piso 40, se convirtió en el escenario donde Damon y Valeria debían presentar la continuación de su "romance corporativo". La presión ya no era solo por el contrato (que ya estaba asegurado), sino por mantener la coherencia del personaje ante los ejecutivos que ahora los veían como "la pareja de oro".
Valeria se esforzó por cumplir con el guión: se sentó en el extremo de la mesa más cercano a Damon, y en lugar de su profesionalismo gélido, le ofreció una sonrisa forzada que debía parecer complicidad romántica, aún le costaba gestionar sus sentimientos.
Damon, por su parte, le sirvió café antes de que ella pidiera, un gesto de atención que hacía que su corazón se acelerara por razones muy reales.
El juego ya no era esconder, sino encajar la relación frente a los demás, mientras lidiaban con la incómoda realidad de su reciente intimidad.
Damon garabateó una nota en el margen de un informe financiero y se la deslizó. El texto era profesional en la superficie, pero con un código interno: "Excelente trabajo en la detección de la variable de 'estrés'. Tu labio inferior está atrapado. Relájate. Te ves tan tensa que pareces un gráfico de barras. —D."
Valeria sonrió dulcemente a la nota, pero la arrugó con furia antes de enviarle un mensaje: "Aprecia el análisis, pero recuerda que el contacto visual prolongado es necesario para la coherencia. Y no me envíes notas en el trabajo. La gente mira."
La mañana transcurría con esta extraña mezcla de eficiencia profesional y coqueteo codificado, hasta que la puerta de la sala se abrió y en el umbral apareció Isabella, la nueva consultora externa de Marketing, y, según los rumores de la oficina, una de las "aventuras caóticas" de Damon en el pasado.
Isabella era la antítesis de Valeria. Vestido ajustado, cabello voluminoso, una sonrisa que era puro anzuelo y un aura de caos sensual. Sus ojos se fijaron en Damon de inmediato.
"Ciao, Damon", dijo con su acento italiano sorprendentemente perfecto, como un recordatorio de Florencia. "Veo que te toca pelear con los números. ¿Necesitas un café que te rescate de la rutina?".
"Hola, Isabella", respondió Damon, su mano se posó inmediatamente en la silla de Valeria, en un gesto de territorialidad.
Valeria era que, al actuar como una pareja para la prensa, ella tenía que fingir que no le importaba.
El estómago de Valeria dio un vuelco. Recordó la voz de Damon en Florencia: "Me haces querer construir un futuro que no requiere de mi ingenio para engañar a los demás."
Sintió un pinchazo agudo que no estaba en el guión. El problema no era el coqueteo de Isabella, sino: ¿Qué significaba ese contacto ahora? ¿Era Damon tan caótico que no podía mantener a raya su pasado?
Isabella ignoró el gesto de Damon y se dirigió directamente a él, con una familiaridad que resonó en el aire.
"Pareces cansado. ¿Problemas para dormir, cariño? Recuerdo que a veces el estrés corporativo lo pasábamos con una buena desestructuración nocturna", dijo, con un guiño descarado y una risa coqueta.
El estómago de Valeria se revolvió. Isabella se creía con el derecho a insinuarse abiertamente, y a ella, Valeria, la obligación de mantener la compostura la ataba.
"El estrés se gestiona con disciplina y un socio que te mantiene enfocado, Isabella", intervino Valeria con voz fría y una sonrisa de "esposa posesiva" que le costó mantener.
Isabella finalmente miró a Valeria, sus ojos llenos de una curiosidad condescendiente.
"Claro, Valeria. Es lindo que cuides de él. Pero ya sabes cómo es Damon, puro caos. Necesita una válvula de escape de vez en cuando. Es su naturaleza, y no creo que tus números sean capaces".
Al salir, Isabella le guiñó un ojo a Damon y dijo en voz alta, de forma que toda la sala escuchara: "Llámame si necesitas reiniciar el sistema, Damon. Sé que a veces el orden es aburrido."
El silencio en la sala se convirtió en un duelo de voluntades. Valeria sintió que su rostro ardía con una emoción que era completamente ajena a su lógica. No era solo un "lapso estratégico"; eran celos puros. El hecho de tener que fingir serenidad ante la amenaza expuso lo mucho que realmente sentía por Damon.
"Tienes que ser más convincente", siseó Valeria, sin levantar la vista del documento, pero con una furia contenida. "Tu respuesta fue tibia. Deberías haberla cortado de raíz".
Damon entendió que la crítica no era sobre el personaje, sino sobre el hombre. Se inclinó, su tono bajo y peligroso.
"¿Más convincente? ¿Quieres que te dé un beso de novela frente a la sala para probar mi lealtad? Isabella es cero riesgo, Valeria. Es pasado. El problema es que a ti te importa demasiado la coherencia de nuestro romance público".
"Me importa la coherencia porque si ya no confían en la autenticidad de nuestra relación, el trato se deshace", dijo ella, sabiendo que era una mentira. "Además... no me gusta la idea de que tu "caos" te arrastre de vuelta a tus viejos hábitos. No me gusta que te coqueteen en mi cara".
Damon se relajó, una sonrisa lenta y tierna asomando en su hermoso rostro. La intensidad de sus celos lo conmovió más que cualquier cosa que pudieran haber fingido.