La niebla recorrió el bosque sombrío en busca de refugio. Era una noche macabra sin luna o estrellas en el firmamento, estaban ocultas tras las fías nubes cargadas de sevicia y atrocidad. A la distancia se apreciaba la planta eléctrica y en el interior, acostado sobre la cama, dormía plácidamente don Carlos, soñando con las bellas mujeres de sus almanaques.
Un fuerte sonido en la puerta principal de la planta eléctrica lo despertó, puso su mano en sus ojos y los sobó sentándose sobre la cama, de nuevo se escuchó un fuerte sonido, este alteró un poco a don Carlos quien se levantó de la cama para abrir la puerta. Tomó un machete que había detrás de la puerta de su habitación, se acercó al portón que daba entrada y empezó a quitar los pasadores.
―¿Quién es?, ¿qué quiere a esta hora? ―preguntó don Carlos aun somnoliento―. ¿Es usted don Julián?
Don Carlos continuó retirando los pasadores, no recibió respuesta alguna, acercó su oído a la puerta de metal algo molesto.
―¿Quién es? ―preguntó de nuevo don Carlos
Al no recibir respuesta abrió la puerta con algo de desconfianza empuñando el machete que traía en su mano. Se asomó y miró hacia todas las direcciones, al no ver a nadie se dispuso a cerrar la puerta para continuar con su sueño lujurioso.
Un fuerte golpe abrió la puerta lanzando lejos a don Carlos, él levantó su mirada para poder ver lo que había sucedido. En frente de él se encontraba un hombre vistiendo un fillat militar y un pasamontañas. Llevaba un hacha en su mano. Permaneció bajo el marco de la puerta observando con frialdad a don Carlos, quien aún estaba tirado en el suelo, atónito por el terror que le produjo ver a aquel hombre de aura hostil.
Don Carlos se levantó y arremetió contra el hombre que llevaba sus prendan cubiertas por la sangre seca. El hombre de fillat militar lo golpeó con fuerza con el mango del hacha, rompiéndole la nariz. Don Carlos empezó a sangrar, el hombre del hacha no se vio exaltado, conservó la calma.
Don Carlos se lanzó una vez más sobre aquel intruso tratando de acertarle un corte con el machete que llevaba empuñado, la sangre en su nariz y las lágrimas en sus ojos le impidieron ver con claridad. El perpetrador logró eludir el ataque con suma facilidad, arrojando a don Carlos contra la pared, al caer al suelo, el hombre de pasamontañas lanzó su hacha para cercenarle la mano al vigilante de la planta eléctrica.
La sangre empezó a salir del miembro amputado, un gesto de dolor cubrió su rostro y los gritos cubrieron el bosque frente a la planta. Don Carlos no se resignó a perder la vida, salió corriendo hacia su habitación, alejándose de su verdugo. Intentó envolver su mano con la pijama que llevaba puesta.
Tras encerrarse en su habitación, miró por la ventana, como el hombre de pasamontañas se acercaba a él, con una pasividad aberrante. Don Carlos rogó a una imagen del altísimo, que estaba sobre su mesa de noche, que aquel hombre desgraciado no hallara la manera de ingresar a su habitación.
El perpetrador se asomó por la ventana alterando los nervios de don Carlos, miró a través del cristal, levantó su dedo y empezó a hacer figuras concéntricas sobre el vidrio. El hombre del fillat se alejó de la ventana, desvaneciéndose su figura entre la niebla. Don Carlos muy asustado encontró la calma al ver que aquel sujeto se había marchado de manera tan repentina, se levantó de su lugar y tomó el teléfono para poder pedir ayuda, requería una ambulancia para que trataran las heridas de su mano amputada.
Tras levantar la bocina, aún tembloroso, se sobresaltó al momento en que de afuera rompieron la ventana. El homicida de pasamontañas, con su hacha retiró los cristales que le dificultaban su pasó. Ingresó a la habitación, lanzándose sobre don Carlos, para asestarle una patada en el rostro. Don Carlos, exhausto y confundido, cayó al suelo, el asesino abrió la puerta y tomó a don Carlos del pie, arrastrando su cuerpo hacia afuera de la habitación.
Don Carlos gritó, implorando ayuda. Su verdugo sonrió, alterando más los nervios de aquel viejo vigilante. El anciano hombre de un golpe logro soltarse, se levantó del suelo e intentó escapar. Salió a gran velocidad del interior de la planta eléctrica, perdiéndose entre el espesor del bosque.
Con su huida, dejó en el suelo un rastro de sangre. El sujeto del pasamontañas salió con hacha en mano detrás del hombre con la mano amputada. Pareciera que le estaba dando tiempo de escapar, solo para aumentar su tormento. Lo miró mientras huía, viendo cómo se revolcaba en el suelo cada vez que caía al suelo. El perpetrador, que calzaba botas pantaneras, salió corriendo detrás del vigilante. Propinándole una fuerte patada en la espalda, lo arrojó al suelo. La caída de don Carlos, fue estrepitosa.