Al día siguiente el asistente Pablo acompañó a Maricruz hasta la puerta del edificio en el que vivía.
— Gracias por acompañarme, Pablo. — Le agradeció Maricruz y el asistente sonrió.
— Todo un placer para mí. Si necesita algo más, solo póngase en contacto conmigo.
— Se lo agradezco, pero no será necesario. — Contestó Maricruz.
— Aún así, es una orden del señor Iñigo.
Maricruz no se movió de la entrada esperando que el asistente Pablo se marchara. Y Pablo podía sentir como la señorita quería que se marchara.
— Adiós. — Dijo Maricruz, viendo como el asistente finalmente caminó hacia su coche. — Dile a tu señor Iñigo que cambiaré mi contacto médico.
— Claro. — Contestó Pablo, dando un suspiro y subiendo a su vehículo.
Cuando el coche del asistente se alejó, Maricruz se dio la vuelta y entró en el edificio.
Maricruz salió del ascensor y nada más poner un pie en el pasillo vio que todas sus cosas estaban afuera de su apartamento. Maricruz se acercó a la puerta en la que había una nota de su casera.
«Se lo dije, si no pagaba se iba a la calle».
Maricruz arrancó la nota de la puerta e hizo una bola con ella.
— ¿Y ahora qué haré? — Lanzó al suelo la bola de papel y se dejó caer en una de las cajas. — No tengo a donde ir.
Maricruz se sintió desafortunada, primero perdía su trabajo por haber sufrido un colapso y ahora su casera la mandaba a la calle por deber un mes de renta.
— Podrías haber ganado dinero si hubiera venido conmigo. — Oyó Maricruz a su vecina y amiga.
Maricruz levantó la cabeza mirándola.
— No pienso salir con hombres ricos por dinero. — Contestó. — Eso es asqueroso.
— Eso paga mis rentas y mis lujos. No deberías desaprovechar lo guapa que eres, y tendrías que olvidarte de que una vez fuiste una niña rica. — Le habló su amiga Lila. — El orgullo no te dará de comer.
Maricruz cayó al suelo llevándose la mano al pecho.
— Cállate, Lila, no pienso ser el juguete de un hombre que se aburre de su familia y prefiere tener amantes. — Respondió Maricruz molesta.
Lila caminó hasta ella con una sonrisa y agachándose la tomó de la barbilla. Ambas amigas se miraron la una a la otra sin apartar sus miradas.
— ¿Y qué harás entonces? — Le preguntó Lila.
Maricruz le golpeó la mano y se levantó pensando en que podía hacer, pensó en el asistente Pablo que le había ofrecido ayuda.
— Aunque me mires con esa cara no pienso llamar al asistente de Iñigo Espinosa. — Le dijo Maricruz a su amiga Lila.
Se encontraban las dos en el apartamento de Lila, allí pasaría la noche, pero mañana tenía que encontrar una solución a su problema.
— Es una gran oportunidad. ¿O es que pretendes quedarte en la calle?
— Siempre que pueda guardar mis pertenencias en tu trastero, no me importaría. — Contestó Maricruz, se negaba a aceptar la ayuda de la persona que una vez fue su pareja.
Lila se acercó a ella, y entregándole una toalla la obligó a que fuese a darse una ducha y a que se metiera luego en la cama.
— Tonta. — La llamó Lila y observó que Maricruz dejó su teléfono móvil encima de la mesa. — Tendré que arreglar las cosas por ella. — Musitó, agarrando el teléfono.
Como conocía la contraseña del teléfono pudo entrar fácilmente en él, y buscar en la agenda el número telefónico del asistente Pablo.
El asistente Pablo entró en el despacho de la mansión de la familia Espinosa. Iñigo se sirvió una copa de alcohol y al verlo le sirvió otra copa también a Pablo.
— ¿Todo ha ido bien con ella? Maricruz es una cabezota. — Preguntó Iñigo, que se acercó a Pablo dándole el vaso con alcohol.
— La dejé en la puerta del edificio. Y no me parece que sea tan cabezota. — Contestó Pablo.
Iñigo se sentó en un sillón de cuero negro.
— Yo la conozco y tú no. — Dijo Iñigo, recostándose en el espaldar del sillón.
— Han pasado años desde la última vez que usted la vio. — Comentó Pablo, sentándose en un sofá.
Iñigo le echó una seria mirada, luego bebió de su copa.
— Dejemos ahí el asunto. — Habló, soltando el vaso en la mesita del café.
— Entonces, dejando el tema de la señorita Maricruz, ¿qué es lo que está pasando con la señora Ángela? — Se interesó el asistente Pablo.
Iñigo iba a contestar, cuando tocaron a la puerta de su despacho.
— Pase. — Dijo Iñigo, cómo respuesta a la persona que había tocado a la puerta.
Pablo bebió de su vaso, pero casi se atraganta al ver entrar a dos niños pequeños. La niña se agarraba al brazo de su hermano.
— Señor, ya he preparado a los mellizos para que se vayan a la cama, pero antes me ha parecido buena idea que vinieran a darle las buenas noches. — Dijo una sirvienta de la mansión del señor Iñigo Espinosa. — Niños, dadle a vuestro padre las buenas noches.
La sirvienta acercó a los pequeños a Iñigo, la niña no soltaba a su hermano.
— Ellos son los regalos que Ángela me ha mandado, ¿no son hermosos? — Preguntó Iñigo con una descarada sonrisa a su asistente. — Esa mujer es todo un monstruo.
— ¿Qué… ? ¿Unos hijos? ¿Cómo ha pasado eso? — Titubeó Pablo y los niños se asustaron.
Iñigo miró a Pablo para que se callara, y esté soltó el vaso y se cubrió rápidamente sus labios.
— No le hagáis caso, ahora mismo él está sorprendido al igual que ustedes. — Le habló Iñigo a los niños con un tono tranquilo. — ¿Cuáles son vuestros nombres?
Los mellizos dieron un paso adelante.