Maricruz se revolvió en la cama, el colchón era cómodo y las sábanas suaves, eso la hacía sentirse en la gloria por primera vez después de muchos años.
— Por fin has despertado. Por un momento creí que debía llamar al doctor. — Habló Iñigo sentando en el sillón.
Maricruz se incorporó de golpe, recordando que se encontraba en la mansión de la familia Espinosa.
— ¿Cuánto he dormido? — Preguntó confundida.
— Todo el día. — Contestó Iñigo, colocándose bien sus lentes. — Tenías mucho sueño atrasado.
Maricruz se destapó queriendo levantarse de la cama, pero Iñigo se levantó del sillón agarrando de la mesita la bandeja con la cena para ella.
— No te levantes. — Le ordenó, acercándose a la cama. — Aquí tienes una cena con los nutrientes suficientes para alimentar ese pequeño cuerpo tuyo.
Maricruz miró a Iñigo con enojo por lo que acababa de decirle. ¿Qué tenía un cuerpo pequeño?
— Si mi cuerpo es pequeño o no, no es de tu incumbencia. — Le respondió Maricruz. — Tengo que trabajar duro para vivir.
— ¿Vivir o malvivir? — Preguntó Iñigo, que dejó la bandeja en la mesilla de noche. — Trabajar sin apenas dormir o alimentarse como Dios manda, ¿de qué te puede servir vivir así?
— De verdad tengo que oír esas cosas de ti. Es mi vida y sobrevivo como puedo, así que deja de entrometerte cómo si fuésemos amigos. — Le pidió Maricruz. — Ni siquiera debería estar aquí.
Se quiso levantar de la cama de nuevo, pero siguió sin poder hacerlo porque Iñigo no se lo permitió.
— Ahora seremos familia y como tal, mi obligación es ocuparme de tu bienestar. — Iñigo se inclinó apoyando una de sus manos en la cama.
Maricruz retrocedió, cuando su estómago sonó pidiendo comida. Iñigo se rió y ella se sonrojó de vergüenza.
— Yo… — Titubeó Maricruz, cubriendo su rostro con una mano.
— Primero deberías comer algo y después seguiremos hablando. — Le dijo Iñigo, que se incorporó y Maricruz apenada apartó la mano de su cara.
Iñigo agarró de la mesilla de noche la bandeja con la cena y se la colocó a Maricruz en el regazo.
— Gracias. — Le agradeció Maricruz, tomando después los cubiertos y poniéndose a comer.
Iñigo la vio comer como si no hubiese comido una comida decente en mucho tiempo y se preguntó cómo de mal lo habría pasado en todos los años que no tuvieron contacto… Una distancia que él puso entre los dos por proteger su apellido, para no verse mezclado con la hija de un delincuente.
— Calma, que te vas a atragantar. — Le dijo Iñigo, sirviendo agua en un vaso.
Maricruz vio como le extendió el vaso con agua y lo tomó de sus manos.
— Gracias. — Agradeció de nuevo, bebiendo luego del agua.
Iñigo sonrió y Maricruz se avergonzó, sosteniendo en sus manos el vaso sin apenas agua en su interior.
— Puedes comer tranquila. — Iñigo le quitó el vaso de las manos y lo dejó en la mesita de noche, cuando tocaron a la puerta del dormitorio. — Adelante. — Ordenó Iñigo, mirando hacia la puerta. — Deben de ser mis hijos. Quería que los conocieras y que, junto conmigo…
Iñigo se calló al escuchar a Maricruz atragantarse con la comida. Maricruz se sorprendió al escucharlo decir «mis hijos».
— ¿Has dicho, tus hijos?
— Sí, eso he dicho.
La puerta del dormitorio se abrió, entrando la sirvienta con los mellizos. Como de costumbre la pequeña Rachel se agarraba al brazo de su hermano.
— ¿Te has casado? — Preguntó Maricruz y por alguna razón sintió su corazón pesado.
— No. — Le respondió Iñigo, que se inclinó hacia ella y le susurro en el oído. — Después hablaremos, ahora solamente sígueme la corriente.
Maricruz sintió un escalofrío por todo su cuerpo, no era algo desagradable, pero sí algo de lo que debía preocuparse… No podía permitirse seguir enamorada de Iñigo Espinosa.
— ¿Eres nuestra mamá? — Preguntó de pronto el pequeño Teo.
Maricruz no sabía que debía responder, ¿su madre? ¿Es que tenía que seguirle la corriente a Iñigo y mentirles a esos niños?
— Verás… — Maricruz se agarró a los bordes de la bandeja en su regazo.
La pequeña Rachel soltó a su hermano del brazo y se acercó hasta la cama, mirando los ojos verdes de Maricruz.
— ¡Mamá! — La llamó Rachel, que, solo con ver que tenían el mismo color de ojos, ya creyó que Maricruz era su mamá.
La pequeña se quiso subir a la cama, pero, al ser ésta más alta que ella, Iñigo la tomó de las axilas y la subió en la cama.
— Niña. — Dijo Maricruz asustada. — Yo... La verdad es qué…
Iñigo y ella se miraron y Maricruz calló dejando que la niña la abrazara llamándola mamá.
— Si eres mi mamá, ¿por qué no te hemos visto antes? — Preguntó Teo, echando una mirada primero a su papá y a su supuesta mamá después.
Iñigo frotó el cabello a su hijo, quejándose Teo al no gustarle.
— No tienes que comportarte como un adulto, ahora estáis conmigo y con mamá. — Le habló Iñigo, que agarró del regazo de Maricruz la bandeja. — Y mamá siente mucho no haber podido estar con ustedes. — Maricruz solo miraba a Iñigo como si un gato le hubiera comido la lengua, mientras que Rachel la abrazaba. — Mamá ha estado enferma y es por ello que no hemos podido estar con vosotros.
Iñigo estaba mintiendo a esos niños que aparecieron de repente en su vida, y se estaba aprovechando de la situación para poder estar de nuevo en la vida de la única persona por la cual sintió amor, y que había sido correspondido.
— ¿Pero mamá ya no se irá? — Preguntó Rachel, que dejó los brazos de Maricruz.
Maricruz debía de haber dicho que no era su madre y que sí se marcharía, pero observó los ojitos de la pequeña.