La sirvienta Luisa sujetó a la pequeña Rachel que quería ir con Maricruz.
— ¡Mamá! — La llamó Rachel, con cara triste pensando que su mamá se marcharía y no la volvería a ver.
— Señorita Rachel, no debería llorar, su mamá volverá pronto. — Habló la sirvienta consolando a la señorita.
Rachel se frotó los ojos llenos de lágrimas, mirando a su mamá que hablaba con su papá. Cuando su hermano Teo la agarró de la mano y ambos hermanos se miraron.
— Nosotros iremos con papá a la isla Espinosa y mamá vendrá detrás de nosotros. — Le explicó Teo. — Papá le dirá a mamá que tiene que volver rápido con nosotros.
— ¿Sí? — Preguntó Rachel.
Teo asintió a su hermana y la sirvienta Luisa sonrió, ver como el señorito Teo cuidaba de su hermana era adorable.
— Lo ve, señorita. — Le sonrió Luisa a su señorita Rachel.
La pequeña Rachel miró a la sirvienta y soltándose de su hermano y de Luisa corrió hacia su mamá.
— Mamá. — Pronunció, aferrándose al jersey de Maricruz. — ¿Volverás pronto?
Maricruz le pellizcó los mofletes, sonriéndole.
— En cuanto arregle lo que tengo que arreglar, iré a la isla Espinosa. Así que, espérame mi Rachel, antes de que te des cuenta estaré con vosotros. — Le prometió Maricruz y la pequeña sonrió a su mamá.
— Sí. — Dijo la pequeña Rachel contenta.
Iñigo agarró la mano de su hija y se la acercó diciéndole que mamá tenía prisa.
— Por algún problema llámame, mamá.— Le dijo Iñigo serio a Maricruz.
— Así será, papá. — Contestó ella, luego besó a Iñigo en los labios y se marchó de la mansión de la familia Espinosa.
Maricruz bajó del autobús en una parada de autobuses, el cielo azul con nubes blancas que había ese día hacía que Maricruz pensara en los viejos tiempos, cuando se llevaba bien con su familia paterna.
— Terminaré pronto y me marcharé para no volver. — Dijo Maricruz, echando una mirada a la calle que conducía al barrio donde su abuelo tenía su casa.
Respiró hondo y apretando el asa de su bolso caminó por esa calle. Todas las casas eran iguales, pero con su toqué único y distinto. Jardines llenos de flores, terrazas con asientos exteriores o incluso, en una de las casas, había columpios infantiles.
— Al final apareces. — Oyó Maricruz a su prima Paloma. — En verdad pensaba que nunca más volverías a aparecer por aquí.
Maricruz se paró y la miró junto a un lujoso cochazo.
— Y esa era mi intención. No me interesa estar involucrado con ustedes. — Contestó Maricruz seria.
Paloma se rió, acercándose a su prima y agarrando un mechón de su cabello.
— Tampoco es que la familia quiera ver a la hija de una mujer miserable. — Le dijo Paloma. — Abandonar a tío Luciano por nada.
Maricruz contuvo reírse, pero no contuvo su mano que cruzó la cara de Paloma con una bofetada.
— Y lo dice una mujer que ha abandonado a sus tres hijos y a su marido por un hombre más rico. — Le respondió Maricruz, agarrando a su prima del cuello de la blusa que vestía. — Todo para seguir alimentando a una familia como esta, que no sabe contenerse a la hora de despilfarrar el dinero.
— Nacimos para ser ricos. — Sonrió Paloma tomando la mano de su prima. — Y por favor, no me recuerdes a esos niños. Francisco Sánchez era quien quería tener hijos, por su religión cristiana.
Paloma la obligó a soltarla, apretándole la mano.
— Me da lastima Matías. Ha terminado casado con una mujer como tú.
Maricruz se soltó de su prima y Paloma se rió, mirándola de arriba a abajo y caminando a su alrededor, deteniéndose a su espalda.
— No soy muy distinta a ti, estúpida. ¿Acaso no estás con Iñigo Espinosa, el heredero de la familia Espinosa, por dinero? — Le susurró Paloma y Maricruz se giró hacia ella.
Entendió que fue por eso que la familia de su padre la había llamado, porque se habían enterado que estaba viviendo en la mansión Espinosa.
— Son cosas totalmente distintas.
— Yo soy una cualquiera por interesarme en un hombre que pueda llenarme de riquezas a mí y mi familia, pero lo tuyo es distinto. — Se burló Paloma. — Que injusto, ¿no lo crees?
— Ya basta. — Habló Matías, haciendo callar a su esposa.
Paloma y Maricruz lo miraron y vieron que se encontraba en la entrada de la casa de la familia Santoni.
— Esposo. — Paloma sonrió acercándose a Matías y agarrándose a su brazo. — Solo intentaba que mi prima no hiciera caso a su tío materno y que volviera a acercarse a nosotros por mi tío Luciano.
— Entra en la casa, tu madre te está buscando. — Le ordenó Matías.
— Sí, amor. — Contestó Paloma, besando a su marido y marchándose rápido hacia dentro.
— Cuanto tiempo sin verte. — Se dirigió después Matías a Maricruz y ésta asintió. — No has cambiado.
— Te dije que era una enfermedad que te enamoraras de mi prima Paloma. — Le contestó Maricruz. — ¿Cómo has podido cásate con ella cuando sabes que dejó a su familia y se apegó a ti por dinero?
— No me importa. Mientras pueda estar con ella.
— Puedo verlo y me da lástima. Cuántas mujeres estarían dispuestas a estar con un hombre como tú, pero tú te has cegado con mi prima Paloma. — Le dijo Maricruz. — Te creía más listo.
— Y yo te creía mi amiga y que, por mucho que no te gustara mi relación con tu prima, estarías conmigo el día de mi boda. — Le respondió Matías serio. — Los que más amamos son siempre aquellos que más nos decepcionan.
— Es verdad. Siempre nos decepcionan aquellos que amamos. — Repitió Maricruz, caminando hacia la casa y pasando por al lado de su amigo de la infancia. — Es por eso que no podía ver como te condenabas con Paloma.