Rompí las páginas escritas por mí desde hacía más o menos unos cuatro o seis años, poemas en su totalidad. Amaba escribir poesía, y para entonces era lo que escribía.
Me gustaría decir que rompí esas páginas por una desilusión, porque alguien rompió mis sueños diciendo que era una tontería escribir, pero, la verdad es que las rompí porque iba en el primer o segundo año de la carrera de contaduría pública en la Universidad de Carabobo en Venezuela, y por alguna razón que no recuerdo, pensé que era hora de dejar ir mi lado creativo.
No sé por qué tuve la idea de que era incompatible escribir poesía y ser contador público, si bien era cierto que adentrarme en mis estudios exigía de mí un cerebro más calculador, pasaba por alto que la creatividad podía ayudarme tanto como la habilidad numérica. Ya no vale de nada, como dicen: llorar sobre la leche derramada.
De esos poemas recuerdo poco: había uno sobre la luna y de cómo brillaba para nosotros con luz prestada, tenía uno sobre un sueño en el que caminaba por calles empedradas de noche bajo una tenue lluvia ataviada con un vestido amarillo pastel de época—No sé cuál época, quizás 1890—, y en ese sueño una joven me reclamaba mi abandono como madre, siendo que tendría no más de veinte años para entonces, ese sueño me pareció al menos curioso, y nunca lo olvidé e hice un poema sobre ello.
Recuerdo un poema también sobre el color azul en nuestras vidas: océano, y cielo. Según mi opinión, eran buenos poemas, ahora no puedo probarlo porque estaban escritos a mano y rompí las hojas sobre las que estaban escritos: hojas para examen: rayadas y largas.
Rompí esas hojas que era una manifestación de algo que no entendía: ¿Quería escribir?, nunca pasó por mi mente ser escritora, ni siquiera entiendo por qué no lo veía como una opción, mi aspiración para entonces era ser diseñadora de modas, tenía una gran ilusión por ser una diseñadora de modas muy joven y de gran éxito, pero alguien dijo que eso era difícil de lograr, y le creí.
No volví a escribir nada más, me gradué de contador público y comencé a ejercer la carrera, específicamente como auditor externo, lo que exigía que pasara muchas horas laborando, más allá de las cuarenta horas semanales que estipulaba la ley como límite, también viajaba mucho, y pasaba poco tiempo en casa.
No fue sino hasta muchos años después que conecté por fin las neuronas y comencé a escribir, escribí entonces de forma frenética. En mi caso tuve que descubrir que quería escribir, porque parece extraño, pero en mi caso, yo ni sabía que podía escribir, ni sabía que quería hacerlo.
¿Qué como lo descubrí? Lo hice mirando un programa en YouTube, uno muy famoso en Venezuela: Entregrados, un programa en el que el invitado debe beber ingentes cantidades de licor mientras responde preguntas varias del moderador, el invitado era Led Varela, un comediante venezolano.
Led contaba como ilusionado preparó un guión para película junto con otro comediante venezolano, que tras tocar puertas con contactos en México terminaron teniendo una reunión con un productor o una persona importante en el medio que podría hacer realidad su sueño de hacer una película escrita por ellos, en ese programa Led contó que emocionado se reunió con su amigo y el productor y que este al revisar el guión, les dijo que eso no era un guión.
El hombre citó las falencias del guión, desde ausencia de conflicto, hasta los aspectos más básicos de un guión. Así que Led, tomó esa información como un insumo para mejorar y aprender algo nuevo y se fue a Google y puso en el buscador la frase: ¿Cómo escribir un guión?
Yo que siempre he sido amante del autoestudio, quedé fascinada con su relato por dos razones, la primera: que no se resignó, fracasó porque desconocía una información así que se preparó para saber la información e intentarlo de nuevo, y la segunda: porque encendió en mí otra neurona que estaba ebria de café probablemente: ¿Qué tal sería escribir un guión? ¿Cómo sería escribir un guión?
Hice el mismo ejercicio de Led, busqué en Google y, además, solía practicar y estudiar inglés con guiones públicos de películas de Hollywood muy conocidas, así que pasé horas entretenida con los guiones, hasta que abrí una hoja en Word y quise repetir un ejercicio, aproveché de sacar de mi cabeza unas voces que me habían acompañado desde mi adolescencia. Una historia que vivía en mi cabeza y que no entendía que quería salir de allí como cuento, novela, o lo que fuera.
Ese primer borrador fue terrible, porque, además de no usar las formas, tampoco sabía mucho a dónde iba, y, sin embargo, terminé escribiendo una novela de cien mil palabras en esa ocasión, después comenzó el proceso de mejora, de leer sobre la escritura, ver muchos videos, leer y escuchar a muchos expertos para pulir la técnica. Hice un curso también sobre escritura creativa y, a partir de allí, muchos más.
Recuerdo mi emoción al ver los videos en YouTube de Lorena Amkie y Javier Miró, dan consejos sobre escritura y quedé enganchada viendo sus videos, aprendiendo e investigando. Fue toda una aventura, hoy he descubierto otros expertos que comparten sus conocimientos en redes como Nelfer Valilla y así voy aprendiendo cada vez más con los recursos y libros que recomiendan.
Yo no sé si Led Varela escribió de nuevo algún guión que le saliera bien, pero yo comencé a escribir, tanto que ya para mí comer y beber estaba sobrevalorado, si podía escribir ¿Para qué comer?