Palabras sueltas

Nuestra primera biblioteca

 

Nuestra primera biblioteca

Vivíamos en un hogar humilde. En el que el dinero apenas si alcanzaba para las cosas esenciales de la subsistencia. A pesar de la pobreza material, todos mis hermanos y yo íbamos a la escuela y nuestros padres nos remarcaban constantemente la importancia de aprender y valorar los libros.
Ninguno de mis padres, había tenido la posibilidad de estudiar; su sacrificada vida en el campo no se los había permitido, apenas si habían podido cursar hasta tercer grado, pero a pesar de su escasa formación sabían leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir.
Recuerdo con tristeza, cuando mi padre me contaba lo mucho que sufría, cuando una tía mala, maestra del lugar, no le permitía participar en la clase y luego de varios latigazos en sus delgadas piernitas le ordenaba salir a buscar leña, aun con la escarcha de la mañana. Supongo que esa frustración lo llevo a amar tanto los libros, considerándolos un tesoro y cada año, cuando iniciábamos las clases y nos compraban los libros de texto, el los abría y los miraba, casi con mas entusiasmo que mis hermanos y yo.
Conforme fue pasando el tiempo, nuestros textos escolares se iban apilando sin tener un lugar físico que los honre y los contenga, como el gran tesoro que eran, así que un día mi hermana mayor tuvo la idea…¡ Hagamos una biblioteca! Y pronto pusimos manos a la obra.
Fuimos a la verdulería del barrio y le pedimos a Don Florencio si nos podía ir regalando, los cajones de manzana que iba desocupando, esos bien fuertes de madera gruesa. A pesar de nuestra ansiedad, llevo un tiempo poder juntar los cuatro cajones; pero el gran día llego y con clavos y martillo, armamos el faraónico mueble. Cuando lo terminamos, se leía “ manzanas de Rio Negro”, por todos lados, cuestión que solucionamos, pegándole en todas sus caras, forro de cuaderno… no todos del mismo color o con el mismo motivo impreso, porque no teníamos, pero quedo hermosa… nosotros por lo menos, estábamos felices con nuestra obra… y ubicar los libros de canto, uno al lado del otro, fue casi una ceremonia. Y allí quedo terminada nuestra primer biblioteca de cajones de manzana, forrados en papel con florcitas.
Y hasta el día de hoy, en que ya soy una mujer madura, estoy segura que Joaquín Gutiérrez, Pablo Neruda, Federico García Lorca, Saint.Exupery, Juan Ramón Jiménez y José Hernández entre otros… se sintieron cómodos y valorados.

 




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