Paladines Entre Ángeles y Demonios

Parte Cinco: Emboscada.

En medio de un montón de árboles, atravesados por un viento gélido en un cielo gris los 10 miembros del grupo de la academia formaban un círculo y se movían lentamente analizando su alrededor, esperando a que algo sucediera.

La sensación de la mayoría era como si el aire se hubiera congelado esperando a ser destruido, no podía tratarse de otro grupo porque ellos eran los únicos, quizás sería otra Bestia Divina, pero las heridas de la que yacía en el piso contradecían esa idea.

Solo quedaba una opción, mientras el aire caliente salía de la respiración de los Szenienses cada uno podía sentir como algo los asechaba, aunque no lograban localizarlo. –Debe tratarse de otros Paladines, Voceros o Templarías quizás –dijo Jency rompiendo el ambiente pesado, y ese fue su error.

Su situación actual podía compararse con un juego por turnos, ella hizo el primer movimiento del grupo al hablar y ahora le tocaba a su oponente y ellos no serían tan tontos. Una flecha con una punta de metal dorado salió disparada de entre la cima de algunos árboles, el proyectil se incrustó profundamente en el hombro derecho de Uliseo provocando que este cayera al suelo y se llevara la otra mano a la herida.

Con un solo movimiento el grupo desarmó su posición defensiva, algunos se mantuvieron alerta, pero los otros fueron a socorrer a su compañero. Antes de desplomarse al suelo Ozaka sostuvo la espalda del Nacido de la Luna con lentes, Linka le cubrió la retaguardia y Crwani se le acercó de frente junto a Aneska.

Los grandes rulos rubios de la chica se sacudieron por su preocupación. –Esto te dolerá, pero aguanta. –Con cuidado y paciencia la joven le sacó la flecha del hombro a su compañero. Por supuesto que este gritó del dolor aunque fue solo por un momento.

Una gran cantidad de sangre empezó a brotar de su herida y Aneska observó a Crwani, una mándala azul oscuro apareció en su mano. –[Bendición de la Diosa Lunar]. –Un brillo azulado apareció en la herida de Uliseo, pero nada ocurrió. Esto dejó extrañado a los demás quienes intercambiaron miradas confundidas.

Rápidamente Kuna se acercó para tomar la flecha entre sus manos y usar su Don Prodigioso. –La flecha está encantada, tiene el efecto de reducir curaciones.

Antes de que pudiera hacer algo mal su oponente misterioso hizo otro movimiento, otra flecha salió disparada para clavarse en la pierna izquierda de Uliseo. –¡Maldición! –gritó lleno de ira por ser quien recibió dos ataques seguidos. Se notaba como su entrenamiento daba frutos ya que aguantaba bien el dolor.

Su compañera estaba empeñada en sacarle la segunda flecha, pero Crwani la detuvo. –No. –En su lugar él rompió la flecha a la mitad dejando una parte en la herida, seguido rompió una manga de su uniforme y la ató en la herida del hombro para que dejara de sangrar.

–Cierto. –Entendió la situación Aneska–. No podemos curarlo con magia, es mejor no sacarle la flecha para evitar que se desangre. –Crwani le dio una gran sonrisa.

–Chicos. –La voz de Jency fue temblorosa. Ella tenía una espada de hierro en sus manos al igual que las demás Templarías.

Todos se giraron y de entre distintos arboles comenzaron a salir diversas personas, parecía haber cuatro en total desde los cuatro puntos cardinales. Todos parecían usar ropa vieja y algo sucia, aunque tenían capuchas y pañuelos para cubrir sus rostros y dejar únicamente descubiertos los ojos, gracias a la piel que rodeaba a estos podían saber si eran Nacidos de la Luna o el Sol.

–No parecen ser Templarías, Voceros o Paladines. Mercenarios tal vez –agregó Mariska.

Uno de sus compañeros intentó reincorporarse, pero no logró hacerlo. –No te preocupes, yo te ayudo –le dijo Ozaka, los demás volvieron a colocarse en posición defensiva para protegerlos.

Fue entonces que uno de los contrincantes reveló su arma y todos se quedaron sin palabras, el Nacido del Sol con figura masculina movió una de sus manos y un látigo brillante como el sol se sacudió a lo largo. –Esa arma… –habló Linka–. …es de los Sacerdotes Radiantes.

Otra mujer, una Nacida de la Luna, mostró dos espadas pequeñas de color gris. Un arma forjada con piedra lunar, de las Clérigas Lunares.

A pesar de estar en su tercer año preparándose para ser Paladines esta situación parecía irreal, algo ilógico que simplemente uno no se esperaría. –¿Por qué esos mercenarios tienen esas armas? –Hizo la pregunta obvia Kuna, pero como ninguno de sus enemigos era estúpido claramente no obtuvo respuesta.

Ella podía soportar los golpes en los entrenamientos, los duros ejercicios, luchas contra Bestias Divinas. Pero la simple idea de enfrentarse a un arma moldeada con plasma solar o piedras lunares le hacía temblar los brazos y las piernas, de hecho, a todos les estaba ocurriendo lo mismo. Sentía un profundo miedo al imaginarse como iba a acabar el enfrentamiento siquiera antes de que diera inicio.

El aire caliente del cuerpo del mercenario salió hacia el frio ambiente seguido de un pequeño chasquido con su boca, parecía que ya estaba cansado de esperar. Con un movimiento de su mano el látigo que tenía se movió con resplandeciente gracia, no fue en dirección a Uliseo sino que a quien lo ayudaba, el movimiento fue tan rápido y cegador que ni Ozaka o sus compañeros cercanos pudieron siquiera reaccionar para detenerlo.

No obstante, alguien si pudo hacerlo. Mientras que los miembros del grupo 10 rondaban el nivel 10 había dos que no, aunque su nivel era 60 su ataque y defensa era similar a la de un nivel 20. Aun así, sus agudos sentidos no lo eran.

Un joven Elfo de puntiagudas orejas y cabello blanco desplegó su brazo a lo largo, delante de Ozaka, el látigo de plasma solar chocó con este enrollándose a su alrededor y protegiendo a su compañero. Un suspiro de preocupación pudo escucharse de todos los integrantes del grupo, aunque el más preocupado fue el de a quien iban a atacar. –¡Raziel!




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