En la total oscuridad, el frio daba la impresión de que las estrellas caían del cielo, aunque en realidad se trataban de pequeños copos de nieve los cuales decoraban un rastro de sangre que formaba un sendero.
Arrastrándose por la húmeda tierra fría y entre los árboles de roble la herida en el estómago de Crwani no paraba de sangrar. Sumado a eso, sus defensas estaban muy bajas porque no estaba bien abrigado para soportar las bajas temperaturas.
A pesar de todas estas adversidades existía una razón por la que ese Nacido de la Luna no había muerto todavía. Su cuerpo, principalmente la zona del abdomen, titilaban como la estática en la pantalla de un televisor.
Los colores se desvanecían y aparecían mientras él se arrastraba con sus manos, intentando ralentizar el tiempo en su cuerpo para que no muriera por la pérdida de sangre. Pero si no se debía a eso entonces el frio lo haría sucumbir… o eso es lo que pensaba hasta que escuchó un majestuoso aullido elevarse en medio de ambas lunas.
Tres figuras se acercaron por la distancia mientras ambas lunas lo presenciaban todo.
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A pesar de que aun podían escucharse suaves gritos y fuertes sonidos de destrucción ya no podían verse, la horrible imagen del castillo siendo destruido y de todos asesinados se perdía cada vez más entre los árboles del bosque.
En medio de ellos estaban corriendo dos hombres, uno anciano y arrugado con un monóculo en un ojo y el otro blanco por la ceguera. Delante de él pero no muy lejos un Paladín aseguraba cada paso, no se trataba de cualquiera sino del Sublíder de la Orden, Aphos.
–Creo que necesito un segundo –pidió el director de la academia con la voz entrecortada por la falta de aire.
–Ya se lo dije, no podemos regresar. Su protección es prioridad.
–No insistía por eso, lo decía por mi condición física.
El Nacido de la Luna se detuvo en seco al recordar lo que la diferencia de edad le causaba al cuerpo. –Lo siento. –Se giró para mirar a Addysgu Crwm–. Pero que sea rápido, tenemos que alejarnos de la zona lo más que podamos.
A pesar de que le faltaba aire el miembro de la Aureola Negra se dio el gusto de reírse, un sonido que se volvía cada vez más macabro mientras su figura era iluminada por las lunas blancas radiantes. –En realidad… –El anciano se acercó lentamente a su protector–. …Si me alejo no podría llegar al punto de reunión.
Aphos estaba analizando la distancia para asegurarse que no hubiera peligros. –¿A qué se refiere? –Cuando se volteó para mirar a quien el Primer Ministro le encargó proteger se encontró con que el director de la academia le clavó un cuchillo curvado profundamente en la espalda.
El Sublíder de los Paladines perdió el aliento de golpe mientras el anciano lo pateaba con fuerza al suelo. –Fuiste útil, pero hasta aquí llega tu papel. En cambio, el mío es mucho más importante. –Addysgu se giró para continuar por otra dirección–. Ahora si me disculpas tengo que recibir un sacrificio para salvar un reino, y por cierto esa daga esta imbuida con un hechizo de parálisis y otro que reduce curaciones, así que no desperdicies tu thelema.
Aquel Nacido de la Luna intentó moverse inútilmente, sus brazos estaban tiesos y con suerte solo podía mover sus ojos. Tuvo que limitarse a sentir como la sangre caliente manchaba la tela entre las placas de su armadura a la par que oía unos pasos marcharse.
–Si no me equivoco la reunión con los otros miembros de la Aureola Negra es por allí –susurró el anciano acariciándose la larga barba con una mano <El Primer Ministro no deja de sorprenderme a pesar de lo joven que es, estoy sorprendido como ideó todo este plan. No comprendo cómo logró encontrar y negociar con una Deidad del Abismo si estos fueron exterminados hace 550 años por Effulgent y aun así su plan no tiene fallas>.
Oculto con mucho recelo entre su túnica, Crwm observó el ítem mágico que se le entregó, solo para asegurarse de que estuviera bien. Un libro se asomó, aun siendo de noche expulsaba un brillo rosado y rojo y tenía cuatro corazones en su portada alrededor de un círculo.
Se trataba de un Ítem de clase Legendaria, el Cantar de los Cantares, conseguido por Aldott en su travesía hace ya tantos años. Aquel objeto mágico tenía la capacidad de liberar un hechizo de control mental casi absoluto <La destrucción del pueblo y de una Academia de Paladines no es algo que se dejara pasar, causara caos y preocupación. Pero siguiendo las órdenes de Prif, con esto capturaré a esa Deidad del Abismo y la asesinaremos frente a todos para evitar el desorden. Así no quedan cabos sueltos>.
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Los 11 demonios sexuales representaban por igual al Castillo Ydalir y por lo tanto al Clan Diwedd y a todos sus dioses miembros. Sin embargo, de entre ellos su creador NodhX le otorgó a Physs Cuss el título de Vigilante de Área y con ello la tarea sagrada de proteger el Observatorio de la Biblioteca.
Siendo él quien poseía el título más alto presente era lógico que montara a una de las Bestias Divinas más poderosas y peligrosas en la clasificación hecha por los Szenienses, ocho de sus subordinados se encontraban en modo sombra mientras que una Súcubo y un Incubo iban cada uno a su lado montando otras criaturas salvajes.
Lo más importante de todo esto era a la persona que llevaban consigo, un Nacido de la Luna con pecas y lentes que reflejaban unos ojos rosados, hipnotizados por un encanto. Uliseo estaba sentado sobre la Khimaira, el ser con cuerpo de león, patas traseras de águila, tres cabezas y una serpiente por cola, detrás de él estaba el líder del grupo de demonios quien no se reservaba al momento de frotar sus manos por la cintura y abdominales del joven sin conciencia.
Su boca empezaba a hacerse agua y sus lacayos lo sabían. –Se ve demasiado apetitoso –comentó el Incubo.
–Si se trata de un aprendiz a Paladín quiero imaginar que está bien dotado. –Podía imaginarse la Súcubo mirando un bulto en la oscuridad–. Los habitantes de esos pueblos no lo estaban tanto –recordó decepcionada.
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Editado: 11.10.2024