Palíndromo I, el asesino del rap

PARTE et rap

Enero 2012

TF-5 (Autopista del Norte), Tenerife

Posiblemente estaba rozando una situación de desacato a la autoridad. Como mínimo, era consciente de que la pareja de guardias civiles de Tráfico estaba tensa e incómoda como consecuencia de su burlona sonrisa, que exhibía con descarado pitorreo. Pero lo cierto era que Susana, de pie junto a su vehículo de gasoil y tambaleándose como un tentetieso, no se sentía capaz de soplar. Cuando los miraba a la cara, le entraba la risa tonta y le costaba disimular.

— ¿Qué dice usted que haga, agente?

— ¡Haga el favor de soplar de una vez!

Susana trataba de ganar tiempo, aguantando la risa, para evitar estallar. Cuando su cabeza se serenase, soplaría y todo terminaría, para bien o para mal. El problema consistía en que, tal vez por su estado de embriaguez, le parecía morbosa y ridícula aquella situación: ¡un guardia civil le ofrecía el aparato y la obligaba a metérselo en la boca!

— Ya voy…

Hizo acopio de fortaleza y se llevó el pitorro a la boca, dispuesta a cumplir la orden, pero, nada más rozarlo con los labios, tuvo que retirarlo y taparse la boca con la mano para frenar la carcajada, ante la impaciencia de su interlocutor. Avergonzada por su falta de control, bajó la mirada hacia su falda, aguantando la risa, pero enseguida se dio cuenta de que mirarse la entrepierna era un error porque, lejos de aislarlo, su calenturienta mente intensificaba el matiz sexual de la situación.

— No… ¡Ja, ja, ja!... puedo…

— ¡O se controla o nos veremos obligados a pedirle que nos acompañe!

— De acuerdo. Creo que ya puedo hacerlo.

¡Era el momento! No volvería a reírse, porque se le ocurrió que la ridícula era ella, no la situación en sí. Por lo menos, pensaría eso mientras soplaba, y no metería más la pata. Agarró con ambas manos la boquilla, se esforzó en evitar identificarla con un pene y comenzó a soplar.

El guardia civil la observaba atentamente. Y su compañero… ¿qué estaba haciendo? Con el tubo dentro de la boca, Susana lo miró. Se encontraba de pie, observando el paso de los coches por la autopista, muy estirado y con unas piernas extremadamente delgadas. Observó su estrecho y apergaminado pantalón de tergal y concluyó que era igual que los leotardos de una tuna universitaria. Y ese culo tan apretado… “¡Joder con el picoleto!”. ¡Esto era demasiado! Dejó caer la boquilla y empezó a carcajearse a pleno pulmón, sin contenerse, ante la atónita mirada de su “carcelero”. El otro ni siquiera se inmutó, lo que redobló el festejo de Susana, quien lo imaginaba tocando la pandereta con un tricornio y un traje verde de tuno, dando saltitos al compás, con un semblante circunspecto.

— ¡Me cago en…! —se le escapó al agente que tenía a su lado—. Señorita, será mejor que nos acompañe al furgón policial —añadió, tratando de mantener la calma.

Sentía dolor en la zona abdominal (como consecuencia de las contracciones generadas por las risotadas) y tuvo que agacharse para mitigarlo, pero no podía parar de reír. Desde el carril de deceleración en que se encontraban, cerca del municipio de La Matanza (en la cara norte de Tenerife), Susana vio (antes que los agentes), a lo lejos, un vehículo que se acercaba a gran velocidad por la autopista.

Ambos agentes la intentaban sujetar por los brazos para incorporarla e invitarla a acompañarlos, pero notaron que los músculos de la joven se tensaron y su risa se esfumó, de sopetón, dejando un vacío repentino en el ambiente. Susana parecía contener la respiración, y tenía la mirada clavada en un punto de la autopista; instintivamente, ambos enfocaron hacia allí.

**

Ivana soñaba que ella y su hermana giraban en el tiovivo del Parque de Atracciones temporal, que habían acomodado en la explanada adyacente a la Avenida Marítima, en Santa Cruz de La Palma. Ale tenía entonces seis años, y ella quince. Fue en las Fiestas Lustrales de la Bajada de la Virgen del noventa y cinco, cuando habían viajado a la “isla bonita” con sus tíos. En el sueño, el tiovivo giraba cada vez más aprisa, exponencialmente, e Ivana supo que algo iba mal. El agitado movimiento la zarandeó, y ella despertó, volviendo a la realidad. El BMW en que viajaba parecía fuera de control, zigzagueante; sin estar segura de haberse despertado del todo, observó, a través de la luna delantera, que la línea central de la autopista no se mantenía constante a la izquierda del coche. Giró la cabeza hacia el asiento del conductor para ver qué estaba ocurriendo.

— ¡Ricky! —gritó de terror.

Su marido, supuestamente al volante, yacía inconsciente a su lado, sin despegar el pie del acelerador. En décimas de segundo, Ivana vio un automóvil gris, guiado por un rostro aterrado y descompuesto, que los adelantaba por el arcén con mucha dificultad; y, ante ellos, un motorista haciendo eses, como intentando adivinar (y esquivar) la trayectoria de Ricky para evitar así la colisión.

Instintivamente, Ivana se quitó el cinturón de seguridad, levantó la pierna izquierda e, incorporándose, la arrojó impetuosamente contra el pedal de freno.

**

Susana y los agentes sabían que el motorista, quien llevaba apenas unos metros de ventaja al BMW, no podía prever los aleatorios bandazos y cambios de dirección del coche, por lo que, si no lograba acelerar más, su destino iba a ser rubricado por el azar. Oyeron un chirrido estridente, procedente del roce de los neumáticos con el asfalto, al frenar el BMW y comenzar el impreciso derrape. Los diferentes conductores que venían por detrás, aunque en las milésimas anteriores habían tratado de tomar precauciones (incrementando la distancia de separación con el BMW), tuvieron que frenar bruscamente, generando una estrepitosa colisión en masa. Un Citroen rojo no pudo esquivar el frenazo de Ivana y chocó contra la parte trasera del descontrolado automóvil.

El BMW describió una trayectoria lineal, pero desplazándose de costado. Con una violencia que sobrecogió a Susana, impactó contra la motocicleta y el motero fue despedido por los aires, cayendo su cuerpo y rotando como un trompo hacia la zona central de la autopista. Al llegar a la mediana, pasó por debajo del guardarraíl y su brazo derecho quedó allí, cercenado; el resto del cuerpo acabó en las vías de sentido contrario, donde dos vehículos le pasaron por encima, generando otro caos paralelo.




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