El cuarto no está mal, tiene un armario de madera lacado en blanco, una cama de matrimonio con una colcha gris, un par de mesillas a juego con el armario y poco más, lo suficiente. Supongo que me esperaba algo más espectacular, como una tele de pantalla plana o un ordenador con acceso a internet (como si aún funcionara internet). Cuenta con un baño de tres piezas: lavabo, inodoro y ducha; puestos a elegir hubiera preferido una bañera pero menos da una piedra.
Lo primero que hago es darme una buena ducha de agua caliente, y la disfruto, es lo más placentero que he sentido en meses. El olor del gel y el champú embaucan mis fosas nasales, ¡hay hasta acondicionador! Después de esto tener que lavarse con agua de lluvia va a resultar doloroso.
La alargo todo lo que mi cuerpo me permite, hasta que mis dedos empiezan a arrugarse como pasas. Me cuesta salir más de lo que pensaba, pero no puedo pasarme la vida debajo del grifo por mucho que quiera. Encuentro un secador en uno de los cajones del lavabo, y lo utilizo para secar mi rubia melena, que no es rubia realmente, sino tirando a castaña.
Cierro los ojos y por un momento parece que nada ha pasado, los demonios y los monstruos no han sido más que una pesadilla, y yo estoy en casa con mi familia, viviendo mi cotidiana vida de universitaria y mi único miedo son las notas.
Me miro al espejo y vuelvo a la realidad, en mis grisáceos ojos se refleja el sufrimiento que carga mi alma. No voy a perder mi valioso tiempo en pensar lo desgraciada que soy.
El reloj que hay sobre la mesilla marca las 11:56, y no tengo nada con lo que entretenerme; mi plan era quedarme aquí encerrada los dos días, pero tarde o temprano tendré que salir a comer y a juzgar por los ruidos que salen de mi estómago, será pronto. Opto por dormir un rato.
El colchón es de lo más cómodo y las sábanas son suaves y calentitas, la almohada es blandita y se ajusta perfectamente a mi cuello, no dormía así ni en mi casa. Me permito creer que esta vez seré capaz de hacerlo sin percances, profundamente y que cuando me levante me sentiré descansada, sin ojeras ni lágrimas, y me duermo.
"Oscuridad, mires a donde mires sólo hay oscuridad. Se oyen algunos gritos desgarradores de fondo. No sé dónde estoy, me falta el aire y siento un punzante dolor en la zona del abdomen. Las piernas no me responden, intento andar pero no puedo, tengo miedo. Dolor y miedo. Entonces lo veo, los gritos provienen de personas mutiladas, decapitadas, destripadas... Entre ellas distingo a mi madre y a mis hermanos. Se acercan mientras yo trato de salir corriendo, pero no puedo.
- ¡No os acerquéis! ¡Dejadme! – grito tan alto como puedo, y comienzo a entrar en pánico.
Los cadáveres siguen avanzando y ya casi los tengo encima. Me culpan de sus muertes.
- ¡Tú nos mataste!
- ¡Asesina!
- ¡Cobarde! Pudiste habernos salvado y no hiciste nada.
- ¡El único monstruo eres tú!
- ¡Mi hijo solo tenía tres años, y lo dejaste morir!
- Yo... - no soy capaz de pronunciar palabra.
Me derrumbo y empiezo a llorar, trato de disculparme, no entiendo por qué me acusan, pero por otra parte tienen razón, tendría que haber sido más fuerte, tendría que haberlos ayudado, tendría que haber protegido a mi familia. El dolor se acentúa y observo un enorme boquete en mi estómago, comienzo a hiperventilar, me muero; y lo peor de todo es que me lo merezco. Los muertos me alcanzan y se me echan encima, se acabó.
- Lo siento – es lo último que consigo decir antes de que la oscuridad vuelva a envolver el escenario."
Me levanto sobresaltada, empapada en lágrimas y sudor, todo mi cuerpo está temblando. Me subo la camiseta en busca de la sangrante herida, pero lo único que encuentro es una antigua cicatriz. Trato de recuperar la calma repitiéndome a mí misma que es solo una pesadilla, una de tantas. Miro el reloj y veo que marca las 13:57, han pasado dos horas, se trata de un nuevo récord. Me lavo la cara y recupero el aliento. Desde aquel día cada vez que cierro los ojos y me dispongo a dormir termino con una horrible pesadilla, a veces aparece mi familia, varía según le dé a mi subconsciente. Pero no hay día que no las tenga, soy incapaz de dormir más de hora y media seguida, bueno ahora dos, lo cual provoca que tenga que echarme varias veces al día para estar despejada y ya que me quita mucho tiempo, a veces opto por no dormir.
Mi estómago empieza a soltar estruendosos sonidos que dan a entender que se encuentra vacío. Salgo rumbo a la cafetería, que por cierto no sé dónde está, empiezo a pensar que la idea de que Fred me enseñara todo esto no era tan mala. Llego al ascensor y por suerte hay alguien dentro, es una chica de pelo castaño, un pelín más alta que yo y de ojos marrones; me dispongo a preguntarle pero para mi sorpresa es ella quien habla primero.
- ¿Planta? – Dice sin mirarme y con un tono que transmite indiferencia.
- Cafetería – Le respondo del mismo modo.
Resulta que la cafetería se encuentra en la primera planta, tiene sentido. La bajada se hace para variar incomoda, pero esta es una incomodidad cómoda, la musiquilla suena de fondo quebrando el silencio que ambas intentamos construir, no nos dirigimos la mirada en ningún momento y cuando llegamos a nuestro destino, sí, ella también se baja en la primera planta, salimos del ascensor ignorándonos la una a la otra.