Pandora

Capítulo 8: Humanidad

Lo fulmino con la mirada y me abalanzo sobre él, no es la mejor de las estrategias pero no tengo nada mejor. Apenas doy un paso y salgo disparada contra la pared. El impacto es tan grande que me deja aturdida por unos instantes. He salido volando literalmente. No sé si me he roto algo o no, la adrenalina me impide notarlo. Su habilidad debe ser la telequinesis, genial. No tiene sentido lanzarle un cuchillo de frente, y acercarme a él tampoco va a resultar sencillo. A este paso voy a tener que ponerme en modo asesino, y no me gusta ese modo.

 El demonio me arroja pequeños restos de escombros, que de pequeños no tienen nada. Se ríe mientras observa cómo trato de esquivar los enormes trozos de pared y las barras metálicas, que de no matarme en el acto me transmitirían vete tú a saber qué enfermedad. Comienzo a agobiarme, si tan solo consiguiera ponerme en algún punto ciego y arrojarle el cuchillo. De repente uno de los esclavos grita algo, desvío mi atención tan solo un segundo, pero es más que suficiente para que una de las barras consiga alcanzarme y me atraviese la pierna. El dolor es insoportable, no me atrevo a sacarla por miedo a desangrarme, pero tampoco puedo quedarme así. Si lo del brazo me había quitado posibilidades esto ha sido mi acta de muerte. Aún hay una manera de sobrevivir, no es la mejor opción pero es la única en este momento.

 El modo asesino consiste en poner la mente en blanco y dejar que mi cuerpo se mueva solo. Sólo lo he usado un par de veces antes, cuando estaba a punto de morir. El problema reside en que luego no recuerdo ni la mitad de lo sucedido. Aparto las dudas a un lado y me dejo llevar. Siento cómo mi mente se nubla, todavía sigo siendo consciente aunque no sea yo la que seleccione los movimientos de mi cuerpo. 

Si antes era rápida ahora soy Flash, no me cuesta nada ponerme detrás del demonio y asestarle un golpe en la espalda. Clavo el cuchillo tan profundo que en cualquier momento podría salir por el otro lado. Éste, sorprendido y dolorido, retrocede con una expresión de desconcierto en el rostro.

- ¿Qué demonios eres? – Está asustado, puedo notarlo.

Esbozo una enorme sonrisa que muestra todos y cada uno de mis dientes.

- Maldito monstruo – Ni yo misma me hubiese definido mejor.

Cada vez vuelan más objetos punzantes con intención de darme, pero los esquivo con facilidad, como si los lanzara a cámara lenta. Él se vuelve más torpe a causa de la herida. Los demonios se regeneran más rápido que los humanos, pero le va a costar recuperarse de esta. Alcanza un aparatito y dibuja una sonrisa en su cara, una sonrisa de victoria. No sé qué trama pero no es nada bueno.

- Jaque mate – Este juego no termina hasta que uno de los dos esté muerto, y no voy a ser yo.

 No sé qué clase de expresión tengo en estos momentos, ya que no siento nada, pero espero que sea una psicópata. Presiona un botón del cacharro y empieza a sonar un TIC TAC muy desagradable.

- Ahora tendrás que elegir entre salvar a toda esa pobre gente o intentar alcanzarme – Tiene un tono burlón, no me gusta.

Qué ingenuo es por su parte pensar que me importa una mierda esa gente, ya ni me acordaba de que estaban allí. Sigo esquivando las cosas que me lanza mientras intento acercarme para esta vez darle el golpe de gracia. Noto una punzada en el estómago, otra vez no, mira lo mal que salió la última vez. Yo quiero matar a ese repugnante ser y seguir con mi vida, pero al parecer dentro de mi habita un parásito cuyo hobby es hacerme sentir culpable. En ese momento vuelvo en mí en contra de mi voluntad y el demonio se escapa. Podría intentar perseguirlo pero con las heridas que llevo no llegaría muy lejos. 

Miro a los asustados rehenes y suspiro de frustración. No sé cuánto tiempo queda para que sea lo que sea ese TIC TAC haga algo. Ahora mismo tengo muchas ganas de pegarme a mí misma por imbécil. Era una oportunidad de oro y la he desperdiciado. Sé que en el fondo estoy haciendo lo correcto y que mis padres estarían muy orgullosos y blablablá. Pero soy imbécil, muy imbécil. Abro la celda y acompaño a los asustados y agradecidos ex-rehenes a la salida. El dolor del brazo es terrible, pero sin duda el premio se lo lleva la pierna, ya sin barra incorporada. Qué raro, no recuerdo habérmela quitado en ningún momento. 

Corro lo que mi cuerpo me permite, todo lo que no me dolía antes empieza a manifestarse. Una niña, que tendrá unos cinco años se me acerca y me dedica una sonrisa. Salimos de la estación del metro y les indico que se alejen por si acaso. Pocos metros después me tiro al suelo, ya no puedo más, he perdido bastante sangre y estoy muy cansada. La gente se reúne a mi alrededor para agradecerme y alabarme, y yo lo único que quiero es silencio, estoy muy cabreada con ellos y conmigo.

- Eres nuestra heroína, muchas gracias- Dice un hombre de unos cincuenta cuya apariencia es de lo más lamentable.

- Nos has salvado a mi hija y a mí, estamos en deuda contigo- Dice una señora que parece ser la madre de la niñita de antes.

- Pídenos lo que quieras, si está en nuestra mano lo haremos- Esta vez habla un joven de unos treinta.

Me hace gracia que me digan estas cosas en vez de ayudarme con el sangrado. Me duele tanto todo que no puedo ni moverme. La gente sigue parloteando cuando de repente se escucha un gran estruendo. Con eso queda resuelto el misterioso TIC TAC. Todo el mundo se asusta y se abrazan unos a otros, qué tierno. Los ojos se me empiezan a cerrar cuando para mi sorpresa escucho a Amber.




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