El patio

El patio (o “la villa” como la llamaban con cariño o ironía la mayoría de los presos) era el corazón de la cárcel. Ocupaba prácticamente la mitad de todo el espacio que la penitenciaría cubría. La entrada y salida oficial era la misma. Tomando como referencia esta entrada, avanzando hacia adelante comienzan los pasillos. La única palabra que podría definir toda esta parte es “laberinto”. Eso parece la villa, un laberinto decadente y mugroso, donde se pierden los muertos vivos entre mugre, drogas, violencia, y más mugre. Todas las casas están hechas con lo que sea que haya llegado a las manos de los presos: cartón, madera, piedras, sábanas, ropa y demás trapos, plástico de botellas, bidones y demás cosas, lona, cueros, cinta adhesiva, fierros, etc.

     Hacia la izquierda y la derecha solo hay paredes, del doble o triple de la altura de un hombre promedio, luego aparecen las ventanas de los pabellones, de donde los demás presos miran a los villeros con gracia o lastima según quien mire. Y un poco más arriba se encuentra las terrazas, de donde entre grandes faros y uno que otro guardia con escopetas miran buscando la excusa para disparar.

     Caminando en línea dándole la espalda a la entrada y salida de la villa, luego de pasar los desastrosos pasillos nos encontramos con una cancha de basquetbol. La cancha está sucia y despintada pero cumple su función perfectamente. Pasando la cancha, nos encontramos con unos escalones en forma de círculos. Una vez que los subimos todos (serán seis o cinco) nos encontramos con una puerta cuyo destino se desconoce. Al costado izquierdo no hay nada. Al derecho, un camino que lleva hacia el lugar privado de la banda sub-21.

     Los pasadizos y lugares secretos son varios. La cárcel cuenta con una parte vieja que ya no está poblada pero a la cual se puede acceder si se conoce bien los secretos. Pero no es muy común entre los presos revelarlos a viva voz.