Papá de imprevisto

No eres mi tipo

—Clara, por favor, no me mires así. Solo fue… ya sabes, lo que fue —las palabras habían sido las más hirientes que ella jamás había escuchado.

Pero no se quedó callada por unos cuantos segundos. Pensó lo que diría y luego preguntó:

—¿Y qué fue exactamente, Sebastián? —se cruzó de brazos, molesta y herida.

—Una noche. Una distracción..., un salseo... —se rió tratando de aminorar o de ponerle menos carga emocional a sus palabras.

Clara bajó la mirada. El viento golpeaba la terraza del edificio como si quisiera interrumpir la conversación, pero era imposible silenciar lo que acababa de escuchar. Se abrazó a sí misma, como si el frío pudiera evitar que sus palabras la cortaran por dentro.

—¿Una distracción? —susurró al mismo tiempo que las palabras de él hacían eco en su cabeza.

Tragó en seco y una lágrima escurridiza corrió por su rostro.

Sebastián no contestó. Estaba de pie frente a ella, impecable como siempre, con su camisa blanca sin una sola arruga, las mangas dobladas hasta los codos y ese aire arrogante que usaba como escudo.

—Sabías lo que era —añadió con tono firme, como si repetirlo hiciera que todo fuera más simple—. No podemos fingir que esto iba a convertirse en algo serio.

Clara asintió lentamente. En su mirada ya no había lágrimas, solo una decepción antigua, como si ya hubiera esperado ese desenlace. Y lo peor era que no sabía que hacer con lo que se avecinaba. Se agarró el estómago, miró hacia el enfrente y solamente lo soltó.

—Estoy embarazada —le dijo quedándose sin aire, como quien vomita algo que lleva atragantado en su garganta por mucho tiempo.

Hubo un silencio cortante entre los dos.

Fue como si todo el lujo de aquel penthouse se desvaneciera en un segundo. La alfombra importada, los ventanales panorámicos, las esculturas minimalistas… todo tembló con esas dos palabras. Sebastián cambió su aire despreocupado por uno perturbado.

—¿Qué? —dijo él, con una risa nerviosa.

—Estoy embarazada, Sebastián —confirmó ella. Esta vez más firme y mira el su vientre.

Casi sintiendo orgullo de lo que crecía dentro de ella.

Él dio un paso atrás. Miró hacia otro lado. Parecía que no podía procesarlo. Pasó su mano por el cabello castaño claro y se alistó nerviosamente su barba perfecta con las manos.

—¿Y… estás segura? ¿Hiciste la prueba bien? ¿Cómo sabes que es positivo? —las palabras salían solas de su boca.

—No soy idiota —espetó ella bien molesta.

—No, no dije eso. Solo que… mierda. —se pasó la mano por la barba nuevamente, furioso—. ¿Cómo pudiste ser tan irresponsable?

Clara lo miró, incrédula.

—¿En serio? ¿Me lo dices tú? Ambos fuimos irresponsables —le dijo alzando la voz —. Ambos tuvimos... No te atrevas a echarme la culpa solo a mí. Que pedazo de..

Soltó un grito de frustración y roló los ojos. Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos.

—Esto no puede estar pasando —murmuró él —. No puedo tener tanta mala suerte.

Fue hacia la cocina. Tomó un vaso de whisky y lo bebió de un trago. Después rebuscó en su billetera y lanzó varios billetes sobre la mesa. La mano le temblaba un poco, quizás porque sabía que no estaba haciendo algo bueno.

—Aquí tienes. Haz lo que tengas que hacer... —le dijo y su voz se cortó un poco.

Clara lo miró sin moverse. Su corazón pareció detenerse, así como el tiempo lo hizo.

—¿Estás pagándome para que aborte? —tembló con la última palabra.

—No estoy "pagando". Estoy ayudándote a resolver un problema —suspiró—. Estoy siendo responsable, ayudándote a resolver este conflicto. Los dos sabemos que esto no tiene futuro. Tú y yo… no somos una pareja.

—Yo no te pedí amor. Solo creí que tenías algo de humanidad —le dijo—. Esto no es..., un conflicto, es...

—Clara —dijo, harto—, no quiero sonar cruel, pero… mírate. Eres linda, sí, en una forma simple. Pero yo no me casaría contigo. No estamos en la misma liga.

Ella no respondió. Solo tomó aire y se giró hacia la puerta. Miró hacia allí como si deseara solo desaparecer y olvidar esa charla.

—No necesitamos estar juntos para tener un bebé —le dijo mirando el suelo —. Podemos solo ser amigos.

Había esperanza en su voz. Quizás si él veía lo hermoso que era, la bendición que representaba un bebé, cambiaría de opinión.

—No funcionaría —le dijo serio, pero parecía querer ceder. Sin embargo cambió rápidamente —. No quiero tener hijos, nunca quise. Los niños son un problema, son un atraso.

—Te equivocas —dijo con la voz quebrada—. Un hijo es el regalo más bello que dios pueda darle a una persona. Saber que ese o esa pequeña es parte de ti y que si un día no estás en esta tierra él o ella y será tu huella es..., es precioso.

Él se encogió de hombros.

Clara perdió todo rastro de esperanza. Nunca cedería, nunca cambiaría. Era un egoísta, inmadura e imbécil.

— Usa el dinero y haz el aborto —le pidió casi rogándole. Ella negó apretando los ojos y agarrándose el vientre —.Sé práctica. ¿Qué vas a hacer? ¿Criar un hijo sola? —le dijo con desagrado.

—Tal vez. Pero no voy a acabar con su existencia por tu comodidad.

Salió sin cerrar la puerta con fuerza. No hacía falta. Lo que había quedado en esa habitación era más devastador que cualquier portazo.

Sebastián miró al cielo y sintió una piedra en su pecho, como si hubiera cambiado su corazón por ella. El nudo de la garganta parecía comerse su propia voz para dejar salir una vocesita molesta que le decía lo imbécil que era.

La noche cayó rápido y sin atardecer bello, había algún tipo de niebla que no dejaba ver bien el cielo. Parecía que los angeles estaban llorando, heridos.

Sebastián encendió la música para callar a la voz de su conciencia y bebió más de la cuenta, como si pudiera borrar todo lo que había dicho.

Afuera, la ciudad se adormecía bajo un cielo sin estrellas, opaca y triste.

Se dejó caer sobre el sofá y se quedó dormido.




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