Papá de imprevisto

Pequeños espías

—¿Y si me cambio el nombre y empiezo una nueva vida como entrenador de pingüinos en la Antártida? —preguntó Sebastián, tirado boca arriba sobre la alfombra del cuarto de Anita.

La niña, con un lápiz entre los dientes y un cuaderno en las rodillas, lo miró con cara de desaprobación.

—Estás siendo dramático. ¿Quieres recuperar a mi mamá o quieres entrenar aves con esmoquin?

—Lo segundo suena menos complicado.

—Sebastián… Recuerda cuando te vayas le toca a mi verdadero padre recoger los pedazos que dejas—Anita suspiró y se cruzó de brazos—. Necesitas un plan. Uno bueno. Uno que le recuerde a mamá por qué se enamoró de ti.

—¿Y si nunca se enamoró de mío de él? Como sea.

—¡Claro que lo hizo! —dijo Mateo entrando a la habitación con una capa de Batman hecha con una toalla de cocina—. Yo los vi besarse una vez cuando pensaban que nadie miraba. Fue asqueroso.

—Yo también los vi —añadió Sofía desde el pasillo, con una paleta de chocolate derretido pegada al cabello—. ¡Y se reían! Mamá se rió como si fueras gracioso.

—Gracias por el entusiasmo, equipo —murmuró Sebastián.

—Bien —dijo Anita tomando el mando con la seriedad de un general en guerra—. Vamos a iniciar la Operación Corazón de Mamá. Papá, ¿estás dispuesto a seguir todas mis órdenes sin cuestionarlas?

—¿Incluyen saltar de un avión?

—Todavía no lo descarto.

Sebastián se sentó con gesto resignado, pero una chispa de esperanza empezaba a encenderse en su pecho.

Fase 1: El Recuerdo

Sebastián se sentó con gesto resignado, los codos apoyados en las rodillas, la mirada perdida en algún punto entre el suelo y sus propios pensamientos. No dijo nada. No hacía falta. Su silencio hablaba con la voz cansada de quien ha aprendido a no esperar demasiado. Pero aun así, en lo más hondo de su pecho, justo donde la tristeza suele hacerse nudo, una chispa de esperanza empezaba a encenderse. Era pequeña, casi imperceptible, como el primer destello de una cerilla en medio de la oscuridad. No iluminaba mucho, pero ardía. Y eso, para él, ya era algo.

El primer paso, según Anita, era “recordarle a mamá lo bueno que eras… o al menos que antes no eras tan malo”. Lo dijo con esa mezcla de convicción y ternura que solo ella sabía usar, como si estuviera dando instrucciones para reparar una lámpara rota o para revivir un recuerdo que se había quedado dormido. Sebastián no discutió. No porque estuviera de acuerdo, sino porque discutir con Anita era como intentar detener una tormenta con una sombrilla rota.

Así que fue obligado a cocinar su platillo favorito: sopa de lentejas. El término “favorito” le sonó lejano, como si perteneciera a otra vida, a otro cuerpo. No tenía ni idea de cómo hacerlo, ni por dónde empezar, pero Anita insistía en que lo había preparado “mil veces antes”. Y aunque Sebastián protestó que eso había sido “el otro Sebastián”, el que sonreía sin esfuerzo y sabía qué decir en los cumpleaños, ella lo arrastró a la cocina de todos modos. No hubo negociación. Solo movimiento.

Mateo estaba encargado de cortar zanahorias. Le dieron un cuchillo demasiado grande para sus manos y una tabla que se movía con cada intento de precisión. El resultado fue un vendaje improvisado con servilletas y cinta adhesiva, envuelto con la solemnidad de quien cree que ha sobrevivido a una batalla. No lloró. No se quejó. Solo levantó el pulgar vendado como si fuera una medalla.

Sofía, por alguna razón que nadie se tomó el tiempo de cuestionar, decidió que las lentejas necesitaban más “brilli-brilli”. Lo dijo con una sonrisa traviesa y una mirada que no admitía objeciones. Luego, sin ceremonias, le arrojó confites de colores a la olla. No uno ni dos. Un puñado entero. Como si estuviera decorando una fiesta y no cocinando un platillo que debía despertar la memoria de mamá.

El resultado fue una masa espesa, marrón, con lentejas flotando entre M&Ms derretidos. No tenía forma ni elegancia. El olor era una mezcla desconcertante de chocolate tibio, zanahoria cruda y algo que, con mucha imaginación, podía recordar a la sopa de la infancia. Sebastián la observó en silencio. No dijo nada. No hizo gestos. Solo se quedó ahí, mirando esa olla como si fuera un espejo borroso de todo lo que había sido y todo lo que aún podía ser.

—Esto parece comida para castores deprimidos —murmuró Sebastián.

—¡Con actitud así, no vas a recuperar a mamá! —dijo Anita mientras vertía el contenido en un tupper con forma de corazón.

Sebastián suspiró, agarró el recipiente y se dirigió a la casa de Clara.

Clara abrió la puerta, aún con cara de haber discutido con el tráfico. Al ver el tupper con forma de corazón y la cara nerviosa de Sebastián, arqueó una ceja.

—¿Qué hiciste ahora?

—Nada. Es... sopa. Digo, lentejas. Digo… es un recuerdo. De nosotros.

Clara la recibió con una expresión de “no estoy impresionada, pero gracias por intentarlo”. La dejó sobre la mesa y volvió a lo suyo.

Sebastián se fue cabizbajo. Anita lo esperaba en la acera, tomando notas como si fuera una científica observando un fracaso experimental.

—Fase uno: fallida pero no desastrosa —dijo—. Seguimos.

Fase 2: Los Pequeños Espías

—Mamá siempre se ríe cuando jugamos a los espías —dijo Mateo.

—Y tú podrías ser uno de los nuestros —añadió Sofía mientras le colocaba unas orejas de gato rosas a —Mamá siempre se ríe cuando jugamos a los espías —dijo Mateo, con la convicción de quien ha visto la evidencia repetida en carcajadas y sonrisas.

—Y tú podrías ser uno de los nuestros —añadió Sofía, mientras le colocaba unas orejas de gato rosas a Sebastián con una delicadeza ceremoniosa, como si estuviera coronando a un nuevo miembro de una orden secreta.

Sebastián parpadeó, sintiendo las orejas blandas sobre su cabeza, y preguntó con una mezcla de incredulidad y resignación:

—¿Esto es parte del plan?

—Claro. El “Factor ternura”. Sin él no hay nada —dijo Anita con solemnidad, como si estuviera revelando una fórmula ancestral. Su tono no admitía dudas. Era una verdad universal, al menos en ese momento.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.