Papá de imprevisto

El lenguaje de amor puede ser silencioso

El día después de la salida familiar amaneció con una sensación rara. No era lunes, pero lo parecía. No era una fecha especial, pero Sebastián se levantó con ganas de hacer algo que no supiera explicar del todo. Clara no le había hablado mucho desde el acuario. Habían intercambiado frases cortas, alguna sonrisa tenue... pero a cada rato se escapaban a la cochera y tenían una besos a escondidas de los niños.

Sebastián seguía mirando el cielo cuando Anita volvió a salir, esta vez sin taza, sin gesto solemne. Se sentó a su lado como si no hubiera pasado tiempo entre una cosa y la otra.

—¿Entonces tú y mamá están juntos?

La pregunta lo tomó por sorpresa. No por lo que decía, sino por cómo lo decía: sin juicio, sin emoción, como si estuviera leyendo una etiqueta en una caja que no pensaba abrir.

—Es difícil de explicar —respondió él, rascándose la nuca.

—¿Por qué?

—Porque a veces parece que sí. Y otras veces... parece que estamos esperando algo que no sabemos si va a pasar.

Anita lo miró con esa cara que usaba cuando no entendía algo, pero tampoco quería entenderlo del todo.

—¿Y tú quieres que pase?

Sebastián dudó. No porque no supiera la respuesta, sino porque no sabía si decirla en voz alta la hacía más real.

—Quiero que lo que sea... no duela.

Anita bajó la mirada. Jugó con una piedrita en el escalón, como si estuviera decidiendo si decir lo que pensaba o guardarlo para más tarde.

—A veces lo que duele es lo que hace que las cosas nazcan bien.

Antes de que Sebastián pudiera responder, Clara apareció en la puerta, con el cabello recogido y una expresión que no era ni amable ni distante. Solo práctica.

—Anita, tienes que terminar tus tareas.

La niña se levantó sin protestar. Pero antes de entrar, se volvió hacia Sebastián y le dijo en voz baja:

—Tú también tienes tareas. No te olvides.

Sebastián tragó en seco.

La puerta se cerró con el sonido suave de los pasos de Anita alejándose. Clara se quedó de pie junto a la tabla de cortar, pero ya no tenía nada entre las manos. Sebastián se acercó despacio, como si el silencio fuera algo que podía romperse con un movimiento brusco.

—¿Y ahora qué? —preguntó Clara, sin mirarlo.

—Ahora estamos solos. —Él sonrió, y cuando ella lo miró, ya estaba cerca.

Clara no retrocedió. Lo dejó acercarse, como si el cuerpo supiera algo que la mente aún discutía. Él le rozó la mejilla con los dedos, y ella cerró los ojos un segundo, solo para sentir mejor.

—¿Esto también es parte de tus tareas? —susurró ella, con una sonrisa ladeada.

—No. Esto es un recreo.

Se besaron. No con urgencia, sino con esa calma que tiene el deseo cuando ya no necesita probarse. Los labios se encontraron como si ya supieran el camino, como si el cuerpo recordara algo que el tiempo no había borrado del todo.

Cuando se separaron, Clara apoyó la frente en su pecho.

—¿Qué son esas tareas, Sebastián?

Él la rodeó con los brazos, como si pudiera protegerla de la pregunta.

—Digamos que Anita me está enseñando a ser una mejor persona.

Clara levantó la cabeza, divertida.

—¿Y eso incluye besos en la cocina?

—No. Eso lo estoy improvisando.

Clara lo besó otra vez, más lento, más largo. Sebastián respondió con una ternura que no sabía que tenía. Pero mientras sus labios se encontraban, algo dentro de él se deshacía. No por lo que pasaba, sino por lo que sabía que vendría.

Ella no sentiría nada. No recordaría. No sabría que él se había ido.
Pero él sí.
Él lo sentiría todo.

Cuando se separaron, Clara se apoyó en su pecho, tranquila. Como si el mundo estuviera en pausa.

—¿Y entonces? ¿Cuántas tareas te faltan?

Sebastián tragó saliva. No quería contar. No quería saber.

—Unas cuantas. Las más difíciles, creo.

—¿Y después qué?

Él dudó. No quería mentirle. Pero tampoco podía decirle que, cuando todo terminara, él se iría. Que otro Sebastián ocuparía su lugar. Que ella seguiría amándolo sin saber que no era él.

—Después... no sé. Supongo que entenderé qué hacer.

Clara lo miró, divertida.

—Eres el único hombre que hace tareas odenadas por su hija de once años. En lugar de ser al revés.

—No son tareas normales. Anita dice que son para ser una mejor persona.

—¿Y ella cómo sabe eso?

—Porque es mi guía espiritual.

Clara soltó una risa suave, esa que siempre le gustaba a él.

—Si ella vino a este mundo para unir a nuestra familia, para hacernos mejor... —le dijo Clara— a los dos.

En la noche, estaban todos juntos.

La mesa estaba llena de platos humeantes, vasos medio vacíos y servilletas hechas un desastre. Sofía hablaba con entusiasmo sobre una historia que había inventado en clase, una mezcla de dragones, astronautas y una vaca que sabía tocar el piano. Mateo, con la cara manchada de puré, intentaba repetir cada palabra, aunque solo lograba decir “vaca” y reírse solo.

Clara servía más arroz, esquivando los brazos inquietos de los niños con la destreza de quien ha hecho esto mil veces. Sebastián, desde el otro extremo, levantaba su vaso como si fuera una ceremonia.
—Propongo un brindis —dijo, con solemnidad fingida.

—¿Por qué? —preguntó Sofía, entre curiosa y escéptica.

—Por esta cena. Por esta mesa. Por esta familia que hace que hasta el arroz sepa mejor.

Mateo aplaudió con las manos llenas de comida. Anita, seria como siempre, levantó su vaso de jugo con un gesto silencioso. Clara sonrió, y por un momento, todos se quedaron en silencio, como si el brindis hubiera tocado algo más profundo.

—¿Y tú, Anita? ¿No vas a decir nada? —preguntó Sebastián.

—Pornel amor.

Clara y Sebastián se miraron melosos.

Las risas estallaron. Sofía se levantó para contar un chiste que nadie entendió, pero todos celebraron igual. Mateo tiró una cuchara al suelo y gritó “¡magia!”, convencido de que había hecho desaparecer algo. Clara se llevó la mano a la frente, riendo, mientras Sebastián la miraba con esa expresión que solo se tiene cuando uno se siente exactamente donde debe estar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.