Savanna Miller siempre había encontrado refugio en el ático de su casa. Era su santuario, un lugar donde podía desconectarse del mundo y sumergirse en su arte. La luz natural entraba a raudales por la gran ventana, iluminando los lienzos y las pinturas esparcidas por toda la habitación. Ese día, en particular, estaba trabajando en un paisaje marino, perdiéndose en las suaves pinceladas de azul y verde.
Mientras pintaba, el sonido de la puerta del ático abriéndose la hizo voltear. Se sorprendió al ver a su suegro, Henry Brown, parado en la entrada. Ese hombre rara vez visitaba sin previo aviso, y su presencia en el ático, un espacio que siempre había sido exclusivamente suyo, la puso en alerta.
—Señor Brown, qué sorpresa verle aquí —dijo, limpiándose las manos manchadas de pintura con un trapo.
Henry entró con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.
—Savanna, querida, necesito hablar contigo sobre un asunto importante —mencionó, sacando un sobre manila de debajo del brazo.
La hermosa rubia frunció el ceño, sintiendo una ligera inquietud.
—¿De qué se trata? —preguntó, dejando el pincel a un lado y acercándose a su suegro.
Henry se sentó en una de las sillas junto a la ventana, invitándola a hacer lo mismo.
—Es sobre unos documentos que necesito que firmes —comenzó, sacando los papeles del sobre y extendiéndolos sobre la mesa entre ellos.
Ella miró los documentos, reconociendo de inmediato los términos legales y las cláusulas que parecían interminables.
—¿Qué son estos documentos? —preguntó con un toque de desconfianza.
El hombre tomó un respiro profundo antes de responder. Era para asegurarse de si aquella pobretona debía firmar los papeles, que la harían alejarse de su hijo para siempre.
—En nuestra familia, siempre hemos tenido ciertas... reservas sobre tu amor legítimo por Christopher —manifestó, escogiendo sus palabras cuidadosamente—. Mis abogados me han aconsejado que tomemos algunas precauciones adicionales para proteger los intereses de la familia.
Savanna sintió que su corazón se aceleraba.
—Pero ya firmé un contrato prenupcial antes de casarnos —protestó, sintiendo una mezcla de confusión y aprensión—. ¿No es suficiente?
El empresario negó con la cabeza lentamente, su mirada fija en ella.
—El contrato prenupcial cubre algunas cosas, pero no todas. Estos documentos son sobre la separación de bienes en caso de cualquier eventualidad. Es un paso adicional para asegurar que todo esté en orden.
La mente de la joven esposa comenzó a trabajar a toda velocidad. ¿Por qué estaban haciendo esto ahora? ¿Qué había cambiado? Sentía la presión creciente mientras Henry la observaba con una expresión que no admitía negativa alguna.
—Señor Brown, esto es... no sé qué decir. Me está pidiendo que firme algo que no entiendo completamente. Necesito tiempo para revisar estos documentos.
Decidido a no ponérselo fácil, se inclinó hacia adelante, su expresión se endureció un poco.
—Si no tienes nada que ocultar, no debería haber ningún problema en firmarlos. Es solo un trámite para garantizar la seguridad de todos. Si realmente amas a Christopher, esto no debería ser un inconveniente.
La manipulación en sus palabras era inconfundible, y ella lo sabía. Sentía que la estaban acorralando, obligándola a tomar una decisión que no quería tomar. Pero también sabía que resistirse podría poner en riesgo su relación con Christopher y su lugar en la familia.
—Amo con todo mi corazón a su hijo —expresó sincera.
Nerviosa y sintiendo el peso de la situación, finalmente tomó una pluma y comenzó a firmar los documentos. Cada trazo del bolígrafo sobre el papel parecía un golpe a su confianza y su integridad.
Henry observaba cada movimiento, su expresión impasible. Cuando su nuera terminó, él recogió los papeles y los guardó de nuevo en el sobre.
—Gracias, Savanna. Esto será beneficioso para todos nosotros —dijo, levantándose.
Ella se quedó sentada, sintiéndose de pronto mal, hasta náuseas le entraron.
—No comentes nada con mi hijo, por favor. Él mismo hablará contigo a su debido tiempo.
—¿Christopher estuvo de acuerdo con todo esto?
—Sí, pero por favor no se lo menciones.
Ella dudó y con las manos sudando se acercó al hombre.
—Señor Brown, esto... esto no se siente bien. Mi esposo y yo nos decimos todo, hasta las más mínimas pequeñeces.
Henry se detuvo en la puerta, mirándola por encima del hombro.
—Solo no le comentes nada hoy, por favor —le pidió.
—¿Entonces cuándo?
—El tiempo dirá, Savanna. El tiempo dirá.
Con eso, salió del ático, dejándola sola con sus pensamientos y una sensación de incertidumbre que no podía sacudirse.
Savanna se levantó lentamente y se acercó a la ventana. Miró hacia el jardín, sus pensamientos corriendo en todas direcciones. ¿Había hecho lo correcto al firmar esos documentos? ¿O estaba simplemente cediendo a la presión de su suegro?
Mientras observaba las nubes oscuras acumulándose en el horizonte, no pudo evitar sentirse como si estuviera en medio de una tormenta que no sabía cómo enfrentar.
Savanna se dejó caer en la silla junto a su caballete, mirando el paisaje marino que había estado pintando. Las olas en el lienzo parecían reflejar el caos en su mente. Respiró hondo, tratando de calmarse, pero las palabras de Henry seguían resonando en su cabeza.
Pensó en llamar a Christopher, explicarle todo lo que había sucedido. Pero algo la detuvo. Quizás era el miedo a que él también dudara de sus intenciones. O tal vez, simplemente, no quería cargarlo con más problemas en medio de su apretada agenda laboral.