Papá desastre

Capitulo 3

Después de una breve conferencia en el centro financiero de la ciudad, Christopher llegó a su oficina, una elegante torre de cristal en el corazón de Phoenix. La rutina era su mejor amiga, y había algo reconfortante en el sonido de los teclados y el aroma del café recién hecho. Sin embargo, esa tarde todo cambió con una simple frase de su secretaria, Linda.

—Señor Brown, su padre, los abogados y el contador lo esperan en su oficina —dijo la mujer de cincuenta años, con un tono de preocupación que no pasó desapercibido para el empresario.

Christopher frunció el ceño. Su padre, Henry Brown, no era un hombre que se tomara la molestia de hacer visitas no anunciadas, y mucho menos acompañado por abogados y el contador de la empresa. Algo grave estaba ocurriendo.

—Gracias, Linda —respondió, tomando aire antes de dirigirse a su despacho.

La relación con su padre en el último año no había sido la mejor, menos después de haberlo desafiado para casarse con Savanna. Christopher nunca había sido el hijo preferido; ese era Christian, su hermano gemelo y mayor por unos minutos, con un temple de hierro y tan frío y apático como su padre, quien se ganaba el puesto de hijo favorito.

Al abrir la puerta, se encontró con las caras serias de su padre, el abogado de la familia y el contador, todos sentados alrededor de la mesa de conferencias.

—Christopher —comenzó su padre con su habitual tono autoritario—, tenemos un problema serio.

Henry Brown nunca había sido un fan de Savanna Miller. Desde el primer día, había dejado claro que no la consideraba digna de su hijo. Para él, Savanna era una distracción, un problema esperando a suceder. Pero Christopher siempre había creído en su esposa, en su encanto y su bondad.

—¿De qué se trata todo esto? —preguntó Christopher, intentando mantener la calma.

El abogado, un hombre de mediana edad con gafas que siempre parecían a punto de caerse, abrió un dossier y lo deslizó por la mesa hacia Christopher.

—No tenemos buenas noticias, jefe —mencionó el contador.

—Hemos descubierto un desvío significativo de fondos de la empresa —añadió la voz grave del abogado—, y todas las pistas llevan a Savanna.

Christopher sintió que el mundo se detenía. Miró las cifras y los documentos, intentando procesar lo que le estaban diciendo.

—Esto no puede ser verdad. Savanna no haría algo así.

—Tenemos pruebas —intervino el contador, un hombre de apariencia seria y meticulosa—. Transferencias bancarias, correos electrónicos. Todo está aquí.

El empresario se hundió en su silla, sintiendo una mezcla de incredulidad y rabia. ¿Cómo podía ser posible? ¿La misma mujer que había traído alegría y risas a su vida estaba ahora acusada de robarle?

Sacudió la cabeza, negándose a creerlo.

—Debe haber un error —murmuró, pasando las páginas del dossier—. Savanna es... era... una buena persona. No haría algo así.

Henry Brown, que hasta ese momento había permanecido en silencio, se levantó y se acercó a su hijo.

—Hijo, siempre he dicho que esa mujer no era de fiar. Te cegaste por su encanto y ahora estamos pagando las consecuencias.

—Necesito más pruebas, unos simples papeles no me harán dudar de la mujer que amo —afirmó, dejando los papeles a un lado—. Con estas pruebas no me es suficiente...

—He enviado a un investigador privado a seguirla —argumentó su padre—. Tenemos videos de vigilancia y papeles firmados por ella.

—Muéstramelos —le desafió Christopher—. Enviaré a mi propio equipo a evaluar esas pruebas.

—No puedo creer que dudes de tu propio padre por una mujer.

—Cuida el tono de tu voz, papá. No permitiré ofensas contra Savanna.

—Siempre siendo un débil. Hubiera sido tu hermano y esa mujercita estaría en la calle.

Las palabras de su padre fueron como un golpe bajo.

—Christopher —habló el abogado—. He estado en este negocio por años, y te puedo asegurar, hijo, que las pruebas son reales, no estamos engañándote.

—Voy a investigar por mi propia cuenta, Smith —aclaró—. Están hablando de mi esposa, no de una simple mujer.

El abogado quería volver a intervenir, pero Henry le tocó el hombro para detenerlo.

—Déjalo que investigue, déjalo que él mismo se dé cuenta de que se equivocó al elegir a alguien de estatus inferior —mencionó mirando a su hijo.

Christopher quería defender a Savanna, quería creer que todo esto era un malentendido. Pero las pruebas eran abrumadoras y necesitaba investigarlas.

—¿Entonces qué hará, jefe? —cuestionó el contador.

—Voy a investigar, quiero hablar con ella —dijo finalmente, levantándose—. Quiero escuchar su versión.

El abogado asintió.

—Es lo más sensato. Pero ten en cuenta, Christopher, que las pruebas son concluyentes. Esto no es un simple error administrativo.

—¿Por qué no llamaste a tu amigo Blake Moore? Tengo entendido que es un gran detective y tiene conexiones con la policía estatal —aconsejó su padre.

—Lo haré, no te preocupes.

Christopher se levantó y salió de la oficina de conferencias, con una sensación de pesadez en el pecho. Las palabras de su padre resonaban en su cabeza. ¿Había estado ciego todo este tiempo? ¿Había confiado en la persona equivocada?

Se detuvo un momento frente a la ventana de su despacho, mirando la ciudad que se extendía ante él. Las luces parpadeaban a lo lejos, ajenas al caos que se desataba en su vida.

Miró una vez más los documentos en su mano y luego volvió a la ventana.

—Debo escuchar su versión —se dijo a sí mismo en voz baja, apretando el dossier contra su pecho—. Debo saber la verdad.

No podía simplemente dudar de ella; su relación con Savanna era demasiado profunda. No era solo su esposa, era su vida, la luz de sus ojos, su todo. Le dolía dudar, si esos papeles no existieran tal vez estaría mandando todo al diablo, pero no creía que su padre lanzara una acusación así sin tener certeza de algo.




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