Papá desastre

Capitulo 4

Savanna estaba en la cocina, ayudada por la sirvienta, preparando una cena especial. La mesa estaba cuidadosamente dispuesta, con velas encendidas y una botella de vino decantando. Había una atmósfera de anticipación y cariño, reflejada en cada detalle. La cena debía ser una celebración del amor que compartían, un recordatorio de los lazos que los unían.

—Todo se ve perfecto —dijo, sonriendo a la sirvienta—. Gracias por tu ayuda.

—Siempre es un placer, señora —respondió la sirvienta, devolviendo la sonrisa—. ¿Hay algo más que necesite?

—No, eso será todo. Puedes retirarte por la noche. Quiero que todo sea especial cuando Christopher llegue.

La sirvienta asintió y comenzó a recoger sus cosas para marcharse. Justo en ese momento, la puerta principal se abrió y Christopher entró. Su rostro estaba tenso, marcado por una mezcla de enojo y dolor. Al verlo, ella sintió una punzada de preocupación en su pecho. Algo no estaba bien.

—Buenas noches, cariño —dijo ella con suavidad, intentando leer su expresión—. ¿Cómo te fue hoy?

Christopher apenas le dirigió una mirada antes de pedirle a la sirvienta que se retirara.

—Puedes irte ahora —dijo con voz firme, casi cortante.

La sirvienta, notando la tensión en el aire, obedeció rápidamente y salió de la casa, dejándolos solos. La joven observó a su marido con preocupación, sin saber qué decir. La alegría que había sentido preparando la cena se desvanecía rápidamente, reemplazada por una creciente sensación de inquietud.

—¿Qué sucede, amor? —preguntó ella, intentando sonar calmada.

Él no respondió de inmediato. En lugar de eso, caminó hacia la mesa y dejó caer un sobre grueso sobre ella, esparciendo papeles por la superficie pulida. La rubia miró los documentos, desconcertada. Fotos, registros bancarios y papeles con su firma estaban dispersos ante ella.

—¿Qué es esto? —preguntó, su voz temblando ligeramente.

—Esto —dijo Christopher, señalando los documentos—. Esto es la prueba de tu traición, querida esposa. Todo lo que necesitaba para demostrar que has estado robando de la empresa y pasándole dinero a tu amante.

Savanna sintió que el suelo se abría bajo sus pies. Miró las fotos, reconociéndose en ellas mientras salía del banco. Las firmas en los documentos eran indudablemente suyas. Pero nada de esto tenía sentido.

—Christopher, no entiendo... Sí, esa soy yo en las fotos, y esas son mis firmas, pero no he sacado dinero del banco. Esto debe ser un error.

—¿Un error? —gritó él, golpeando la mesa con el puño—. ¿Un error, Savanna? ¿Acaso crees que soy un idiota? ¿Cuántas veces has hecho esto? ¿Cuánto tiempo llevas traicionándome?

—¡Nunca te he traicionado! —exclamó ella, desesperada—. Amor, por favor, escucha. Yo no he tomado ese dinero. Alguien debe estar tratando de incriminarme. Te juro que no he hecho nada de esto.

—¡Mentirosa! —bramó él, sus ojos brillando de furia y dolor—. Todos estos años... Pensé que éramos felices. Pensé que me amabas. ¿Qué no fue suficiente mi amor para ti? ¿Qué más necesitabas? Si querías más dinero, si querías algo más, ¡me lo hubieras pedido y como el imbécil que soy, te lo habría dado!

La muchacha sintió que las lágrimas llenaban sus ojos. Estaba desesperada, pero sabía que tenía que mantener la calma, que tenía que hacer que su marido la entendiera.

—Christopher, te amo. Nunca haría algo para herirte. Alguien está detrás de esto, alguien que quiere destruirnos. Por favor, tienes que creerme.

Él sacudió la cabeza, con una expresión de incredulidad y tristeza. Se alejó de ella, su cuerpo temblando de emoción.

—No puedo seguir mirándote. Quiero que te vayas. No quiero verte aquí —bramó encolerizado—. Si sigues en esta casa, llamaré a la policía.

—¡Christopher, no! —suplicó ella, sus lágrimas corriendo libremente por su rostro—. No tengo a dónde ir. Esta es mi casa. Nosotros somos una familia. No puedes simplemente echarme así.

—No me importa. —Su voz era fría, implacable—. No me importa a dónde vayas, pero no te quiero aquí. Vete.

Ella cayó de rodillas, sollozando abiertamente. No podía creer lo que estaba sucediendo. Su mundo se desmoronaba ante ella y no sabía cómo detenerlo.

—Christopher, por favor, no hagas esto. Dame una oportunidad de probar mi inocencia. No me eches de tu vida así.

—¡Ya es suficiente, Savanna! —gritó él, el dolor evidente en cada palabra—. No quiero escuchar más excusas. Has destrozado todo lo que teníamos. Vete ahora, antes de que haga algo de lo que me arrepienta.

Ella intentó acercarse a él, pero este retrocedió, levantando una mano como si temiera tocarla.

—No te acerques. No puedo soportarlo. Simplemente vete.

La joven esposa se levantó lentamente, su cuerpo temblando. Miró a su alrededor, la casa que había ayudado a construir con tanto amor, ahora se sentía fría y hostil. Sabía que no tenía otra opción. Con el corazón roto, tomó las llaves de su auto, se dirigió hacia la puerta, sus lágrimas cayendo silenciosamente.

—¿Dónde iré? —murmuró, esperando una respuesta, una señal de compasión.

—No me importa. —La voz de su marido era apenas un susurro ahora, lleno de tristeza—. No me importa.

Savanna abrió la puerta y salió a la noche fría. El viento azotaba su rostro, mezclándose con sus lágrimas. Se giró una última vez, mirando a Christopher, esperando que cambiara de opinión. Pero él se quedó allí, inmóvil, su rostro endurecido por el dolor y la traición.

La puerta se cerró detrás de ella, y ella se encontró sola en la oscuridad, sin saber a dónde ir o qué hacer. Cada paso que daba le pesaba como una losa, cada latido de su corazón parecía un recordatorio del amor que había perdido.

Christopher, por su parte, se quedó de pie en la sala, mirando los documentos esparcidos por la mesa. Sentía una mezcla de rabia y desesperación, un dolor que le quemaba el alma. La había amado con todo su ser, y ahora se sentía traicionado y destrozado. No podía entender cómo alguien a quien había amado tanto podía hacerle esto.




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