Papá desastre

Capitulo 5

Dos meses habían pasado desde aquella noche fatídica en que Savanna fue echada de su hogar. Había intentado de todas las maneras posibles ponerse en contacto con Christopher, pero él se negó rotundamente a recibirla. Las llamadas no eran contestadas, los mensajes quedaban sin respuesta y sus visitas a la casa eran infructuosas. La puerta siempre permanecía cerrada para ella, al igual que la entrada a la empresa le estaba prohibida.

La joven mujer se refugiaba en la casa de su amiga Laura, quien había sido un pilar de apoyo incondicional. Su familia también había estado a su lado, brindándole consuelo y fuerza. A pesar de ello, sentía que la ausencia de Christopher y su negativa a escucharla eran heridas que no dejaban de sangrar.

Aquel día, el sol brillaba intensamente y el aire estaba lleno del aroma de flores frescas. Savanna se encontraba en el jardín, intentando encontrar paz en sus pinceladas. Pintar siempre había sido su refugio, un lugar donde podía perderse y dejar que sus emociones fluyeran sobre el lienzo.

Estaba trabajando en un cuadro de un paisaje marino, recordando los momentos felices que había compartido con su esposo en sus viajes a la playa. Cada trazo de azul y verde era una mezcla de nostalgia y tristeza. De repente, el sonido de pasos en el camino de entrada la sacó de su ensueño.

Miró hacia la entrada del jardín y vio al cartero acercándose con una carta en la mano. Él la saludó cortésmente y le entregó el sobre.

—Buenos días, señorita Miller. Aquí tiene su correspondencia.

Ella le devolvió la sonrisa, aunque sus ojos reflejaban una tristeza profunda.

—Gracias —respondió, tomando la carta.

El cartero se marchó y Savanna observó el sobre en sus manos. Su corazón latía con fuerza mientras rompía el sello y sacaba los documentos. Al leer el contenido, sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor.

Era una demanda de divorcio y una citación para la firma de los documentos legales. Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras se sentaba en el banco del jardín, con la carta temblando en sus manos.

—¿De verdad Christopher va a tirar por la borda todo nuestro amor y la lealtad que teníamos? —murmuró para sí misma, su voz quebrándose con el dolor.

Los recuerdos de su vida juntos, las risas compartidas, los momentos de ternura y las promesas de amor eterno se agolparon en su mente. Todo parecía tan distante ahora, como si perteneciera a otra vida. La idea de que su marido pudiera borrar todo lo que habían construido con una simple firma era insoportable.

Laura, que había estado observando desde la ventana, salió rápidamente al jardín al ver a Savanna en ese estado. Su embarazo era delicado, pues había tenido un ligero sangrado varias veces, por lo que los médicos le habían pedido que estuviera en total reposo.

—Savanna, ¿qué pasa? —preguntó, arrodillándose a su lado.

Savanna le mostró la carta, incapaz de hablar. Laura tomó los documentos y los leyó rápidamente, su rostro endureciéndose con una mezcla de rabia y tristeza.

—No puedo creer que esté haciendo esto —dijo abrazándola—. Es increíble cómo puede ser tan cruel.

Savanna se aferró a su amiga, sus lágrimas empapando su hombro. Sentía que todo lo que había conocido y amado se desmoronaba. Laura la sostuvo con fuerza, susurrándole palabras de consuelo.

—No estás sola en esto. Tienes a tu familia, me tienes a mí. Vamos a superar esto juntas.

Savanna asintió, aunque el dolor en su pecho seguía siendo abrumador. Las palabras de su amiga eran un pequeño consuelo, pero sabía que el camino por delante sería largo y difícil.

Esa noche, mientras Laura y su familia intentaban animarla con una cena y conversaciones suaves, Savanna se encontró perdida en sus pensamientos. Se preguntaba una y otra vez cómo había llegado a este punto. ¿Cómo podía Christopher pensar que ella era capaz de traicionarlo de esa manera?

Decidió que, aunque el dolor era inmenso, debía encontrar una manera de seguir adelante. Necesitaba demostrar su inocencia, no solo para recuperar a su esposo, sino también para recuperar su propia paz interior.

En los días siguientes, previos a la citación, intentó seguir con su vida, aunque cada día era una lucha. Sus pinturas reflejaban su tristeza y desesperación, pero también su determinación de no rendirse. Sabía que debía encontrar una manera de probar su inocencia y demostrarle a Christopher que no había hecho nada malo.

(...)

La oficina de Christopher estaba sumida en un silencio opresivo, roto solo por el incesante clic del teclado y el zumbido suave de la computadora. Desde la fatídica noche en que echó a su esposa de su hogar, se había sumergido en su trabajo, convirtiéndose en un hombre déspota y callado. El brillo de alegría que una vez iluminaba su rostro había desaparecido, dejándolo como una sombra de lo que solía ser.

Linda, su secretaria, entró con una taza de café caliente. Observó a su jefe, cuyo rostro estaba marcado por el cansancio y la tensión. En los últimos dos meses, había visto cómo este se hundía cada vez más en su trabajo, tratando de ahogar su dolor y su rabia en la interminable lista de proyectos empresariales.

Se acercó con discreción, colocando la taza de café sobre el escritorio.

—Aquí tiene su café, señor Brown —dijo con suavidad.

Christopher levantó la vista brevemente y asintió, agradeciéndole con un murmullo.

En lugar de irse, ella se quedó de pie, observándolo. Sabía que su jefe estaba sufriendo, y aunque su comportamiento se había vuelto difícil de soportar, ella no podía evitar sentir empatía por él. Además, guardaba un cariño especial por Savanna, a quien había llegado a conocer bien durante su matrimonio.

—Señor Brown —comenzó Linda, vacilante—, ¿realmente va a dejar ir a su esposa? ¿De verdad va a romper todo lo que tuvieron?

El empresario levantó la cabeza, sus ojos destellando con una mezcla de enojo y dolor.




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