El aire en la sala parecía espesarse con cada segundo que pasaba. Christopher se detuvo, sus escoltas también, creando una barrera de expectación alrededor de él. Sus ojos se encontraron con los de su exesposa, y en ese instante, un torrente de emociones lo golpeó como una ola furiosa.
Amor, odio, deseo y rencor se entremezclaron en su interior, dejándolo sin aliento. Casi dos años habían pasado desde la última vez que la vio, y sin embargo, allí estaba ella, más hermosa de lo que recordaba. Su piel estaba radiante, sus mejillas ligeramente sonrojadas, y sus labios, esos labios que tantas veces había besado, parecían llamarlo.
Sus ojos recorrieron su figura. Observó cómo su cuerpo había cambiado, volviéndose más curvilíneo, con caderas más anchas que denotaban su reciente maternidad, de lo cual él era ignorante. Un deseo loco de besarla y estrecharla en sus brazos se metió por su sangre, dejándolo enloquecido por ella. Quería odiarla por la traición que le había causado tanto dolor, pero no podía negar la atracción innegable que aún sentía.
Brenda, ajena al tumulto emocional del empresario, avanzó con una sonrisa profesional.
—Señor Vincent, señor Brown, permítanme presentarles a Savanna Miller, una de nuestras agentes de servicio al cliente más destacadas —dijo Brenda, tomando la mano de Savanna y guiándola hacia ellos.
El socio de Christopher, el señor Vincent, habló primero, rompiendo la tensión palpable en el aire.
—Es un placer conocerte, Savanna. He oído hablar muy bien de ti —mencionó con una sonrisa.
Savanna apenas pudo esbozar una sonrisa. Sus manos temblaban ligeramente mientras Brenda la presentaba. Sentía los ojos de Christopher clavados en ella, como si intentara penetrar su alma, desentrañar todos los secretos que había guardado durante tanto tiempo.
Su exmarido no podía apartar la mirada. Cada palabra de su socio era un ruido de fondo distante. Todo lo que importaba en ese momento era ella. Recordó las noches que pasaron juntos, las risas, los susurros compartidos en la oscuridad. Pero también recordó la traición, la sensación de ser apuñalado por la persona en quien más confiaba.
—Señor Brown —llamó su atención Vincent—. ¿Conoce usted a la señorita Miller?
Ella le sostuvo la mirada, temblorosa, y él no supo qué decir. No quería verse débil ante ella, no quería darle la satisfacción de ver lo mucho que lo había roto.
—Savanna Miller... —repitió, su voz cargada de emociones contenidas—. No, no la conozco.
Ella apartó la vista, sintiéndose completamente humillada. En esos ojos, Christopher vio un reflejo de su propio dolor y añoranza. Un silencio incómodo se instaló entre ellos, lleno de palabras no dichas y sentimientos no expresados.
—Un placer conocerle... señor Brown —musitó ella totalmente mareada, sus palmas le sudaban y solo quería largarse de allí.
Él no respondió al saludo.
Brenda, percibiendo la tensión, intervino rápidamente.
—Savanna ha sido una parte fundamental de nuestro equipo. Su dedicación y profesionalismo son admirables —dijo, tratando de suavizar la atmósfera.
Christopher asintió, aunque su mente seguía atrapada en el pasado. Cada vez que intentaba hablar, las palabras se ahogaban en su garganta. Quería gritar, exigir explicaciones, pero también quería abrazarla, perderse en el calor de su cuerpo una vez más.
La odiaba profundamente, pero tampoco podía negar que seguía siendo el imbécil universitario que se había enamorado de ella en aquella playa.
—La señorita Miller fue la joven que ayudó a la señora Peterson, la madre del congresista que hizo la reseña en las redes sociales —comentó Vincent.
Otro silencio incómodo se plantó entre ellos, mientras Savanna deseaba ser tragada por la tierra y Christopher se la comía con los ojos.
—Estoy... impresionado con tu trabajo, Savanna —logró decir finalmente, su voz más controlada de lo que sentía.
—Gracias —respondió ella, apenas audible.
Otros socios se acercaron, y el señor Vincent y Brenda decidieron continuar con las presentaciones y charlas formales, dando tiempo a ambos para recuperar la compostura.
Mientras hablaban, Christopher no podía dejar de observar cada detalle de Savanna. Notó cómo sus dedos jugaban nerviosamente con el borde de su blusa, cómo su respiración se aceleraba ligeramente cuando sus miradas se cruzaban. A pesar del tiempo y la distancia, su presencia seguía afectándolo profundamente.
Finalmente, la conversación se desvió hacia otros temas, y Brenda sugirió continuar el recorrido por las instalaciones.
—Savanna, si necesitas irte, no hay problema. Entiendo que tienes responsabilidades importantes —dijo Brenda con amabilidad.
—¿Por qué debes irte? —la pregunta de Christopher se escuchó con un toque de rabia.
—Es que ella tiene a sus pequeños... —intentó excusarla Brenda, pero la rubia la interrumpió.
—Tengo diligencias que hacer —añadió rápidamente la joven madre—. Yo debo irme.
—Claro, hermosa, nos hablamos mañana, ¿vale?
Savanna asintió agradecida, deseando escapar de la intensidad de ese encuentro. Mientras se alejaba, Christopher la observó irse, cada paso alejándola más de él y profundizando el abismo que se había creado entre ellos.
Cuando finalmente estuvo fuera de vista, el empresario sintió que una parte de él se había ido con ella. Se volvió hacia sus socios, tratando de concentrarse en el presente y dejar atrás el pasado, pero el recuerdo de su exmujer seguía quemando en su mente.
Horas después, en la soledad de su oficina, se permitió revivir cada momento del encuentro. Las emociones que había tratado de suprimir durante tanto tiempo salieron a la superficie. Se levantó de su silla, caminando de un lado a otro, incapaz de encontrar la paz.
—¿Por qué tenía que ser así? —murmuró para sí mismo, su voz llena de dolor y frustración.
Sabía que no podía seguir viviendo en el pasado, pero la sombra de ella seguía acechándolo. La necesidad de entender, de encontrar una explicación a su traición, lo carcomía por dentro. ¿Cómo había llegado todo a este punto?