Laura estaba sentada en el suelo del apartamento, alimentando a la pequeña Emma, mientras Ethan jugaba en el corralito junto a su hermanita. La tranquilidad de la tarde se rompió cuando la puerta se abrió de golpe y Savanna entró, visiblemente nerviosa, cargando bolsas de compras.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó Laura, dejando a la pequeña Emma en el corralito y acercándose rápidamente a su amiga.
Savanna, con los ojos aún enrojecidos por el llanto, dejó las bolsas del mercado sobre la encimera y se dejó caer en una silla. Laura se acercó, preocupada.
—¿Estás bien? ¿Qué ha pasado? —insistió, poniendo una mano reconfortante en el hombro de su amiga.
Savanna tomó una respiración profunda, tratando de calmarse, sin dejar de mirar a sus pequeñitos que jugaban en el corral.
—Christopher estuvo aquí —dijo finalmente, su voz temblorosa—. Nos encontramos en el parqueo cuando llegaba. Él sabe de los gemelos, Laura.
Los ojos de su amiga se abrieron de par en par.
—¿Qué? ¿Qué te dijo? ¿Cómo se enteró?
Savanna apartó la vista, recordando el encuentro con su exmarido.
—Christopher es el nuevo dueño de la empresa donde trabajo. Parece que cuando me vio, revisó mi información y se dio cuenta de los gemelos.
Laura apretó los puños, su rostro se llenó de indignación.
—¡No tiene derecho a hurgar en tu información personal! Eso es un delito.
Savanna dejó caer la cabeza entre las manos, sus lágrimas comenzaron a fluir nuevamente.
—Tengo miedo, tengo miedo de que me quiten a mis bebés.
Laura se arrodilló frente a Savanna, levantando su rostro con suavidad para que la mirara a los ojos.
—No es momento de llorar. Tienes que ser fuerte —aconsejó—. Tienes que dejarle claro a ese imbécil que no permitirás que te arrebaten a tus pequeños. Eres su madre y tienes todo el derecho del mundo a cuidarlos.
—Yo le negué a sus hijos...
—¿Y cómo le ibas a decir de su existencia si jamás quiso volver a hablar contigo?
—Tienes razón, por más que intenté contactarme, él no lo permitió.
—Entonces no tienes culpa de nada.
Savanna asintió débilmente, tratando de encontrar la fortaleza dentro de sí misma.
—Él viene mañana, dice que quiere conocerlos personalmente.
—Pues mañana estaré aquí, y tu hermano también. No te dejaremos sola —aseguró Laura.
—No, tú debes trabajar, no será necesario.
Su amiga la observó, alzando una ceja.
—Savanna —su voz llevaba una clara advertencia—. Sé lo que puede provocar Christopher Brown en ti y tengo miedo de dejarte sola con él.
Savanna sacudió la cabeza.
—No, ya no es igual.
—No puedes darte el lujo de que te vea débil, él debe arrastrarse en el fango si quiere lograr algo de ti.
—¿Por qué dices eso?
—Va a querer recuperarte de algún modo.
—No lo creo —respondió Savanna, jugando con sus manos temblorosas, mientras la pequeña Emma soltaba un adorable gorjeo y le sonreía a su hermanito—. Mi exesposo me odia.
—Vamos a encontrar la manera de protegerte a ti y a los gemelos. No estás sola en esto.
Savanna la miró, agradecida por el apoyo incondicional de su amiga.
—Gracias, Laura. No sé qué haría sin ti.
—No tienes que agradecerme. Somos una familia, y las familias se cuidan entre sí. Ahora, vamos a sacar fuerzas de donde sea y a enfrentar a ese insufrible. Él no sabe con quién se ha metido.
Savanna sonrió débilmente, sintiendo una chispa de esperanza. Se limpió las lágrimas y se levantó, dispuesta a luchar por sus hijos.
—Tienes razón. No voy a dejar que me los quite.
Laura la abrazó con fuerza, transmitiéndole toda la energía y determinación que podía.
—Eso es. Ahora, vamos a preparar la cena.
Entre las dos organizaron el mercado e hicieron la cena. Savanna batalló un poco con el pequeño Ethan, ya que el bebé se negaba a comer, por lo que tuvo que pegárselo al pecho y obligarlo a comer, pero fue un grave error porque vomitó minutos después. Quiso llorar ahí mismo, pero sacó fuerzas de donde no las tenía y lo metió a bañar. El bebé se calmó después del relajante baño, ella le frotó la pancita, mientras le colocaba su loción y Ethan se quedó quietecito.
—¿Cómo fue la reacción de Christopher? —preguntó Laura, curiosa, observándola darle la infusión de manzanilla al gemelo.
Savanna suspiró, recordando el encuentro.
—Se veía triste y desconcertado. No sabía cómo reaccionar. Estaba enfadado, pero también parecía... herido.
Laura, indignada, frunció el ceño.
—De seguro te pedirá una prueba de ADN. Va a cuestionar todo ahora, como el idiota que es.
Savanna negó con la cabeza, sorprendiendo a su amiga.
—No, Christopher habló con seguridad sobre la paternidad de los bebés. Dijo que quiere ser parte de sus vidas.
Su amiga se quedó boquiabierta, procesando la información.
—Al menos en eso no ha sido tan bruto, pero no podemos ignorar todo el daño que te ha hecho.
Savanna asintió, reconociendo la verdad en las palabras de su amiga. A pesar de todo, no podía olvidar lo que había pasado entre ellos y el dolor que aún cargaba.
—No, no podemos. Pero también sé que necesito encontrar una manera de manejar esto. Mis hijos merecen tener una vida estable, me parece injusto no dejarlo estar en sus vidas.
—Tienes un corazón de oro, Savanna... yo lo hubiera mandado a la mierda en un dos por tres —la escudriñó con la mirada—. Y dime, ¿ya le salieron canas verdes al ogro ese?
Ella se sonrojó, recordando que su exmarido se veía mejor que nunca.
—No, no tiene canas aún.
Laura acurrucó a la pequeña Emma en sus brazos, viendo cómo las mejillas de su amiga ardían, poniéndose rojas.
Los sentimientos de su amiga por su ex estaban intactos, y aquello complicaba más todo.
(...)
El padre de Christopher, Henry, llegó al apartamento de soltero de su hijo y fue recibido por el mayordomo, un hombre elegante y discreto, quien lo guió hasta la sala.