Christopher llegó al modesto apartamento de su exesposa muy nervioso. Era irónico que un importante empresario que había cerrado tratos y hecho negocios con grandes tiburones de las finanzas estuviera en ese estado solo por la anticipación de conocer a dos criaturas de ocho meses. En sus manos llevaba varias bolsas llenas de regalos para los pequeños. Al acercarse a la puerta, tomó una respiración profunda antes de tocar suavemente.
La puerta se abrió, revelando a Savanna. Ella lo miró con sorpresa y algo de incomodidad, sintiéndose abrumada por la presencia de su exmarido.
—Hola, Savanna —saludó él con una voz suave, tratando de mantener la calma.
—Hola, Christopher —respondió ella, con tono reservado.
—¿Estás sola? —preguntó, intentando parecer casual.
—Sí, solo con los niños —contestó, asintiendo levemente.
El empresario asintió, sus nervios aumentando mientras sus dudas le carcomían. Recorrió con la mirada el pequeño apartamento, bastante modesto pero muy limpio. El olor a loción de bebé y fresas impregnaba su nariz, una mezcla dulce y reconfortante que le hacía sentir una punzada de nostalgia y anhelo.
Mientras detallaba el lugar, su alma se quedó en vilo cuando vio a sus bebés jugar sobre una alfombra de colores en una especie de corral. Su ritmo cardiaco se disparó, y lentamente se acercó. Primero, se fijó en la niña, que llevaba un lazo rosado gigante en su cabecita rubia, con los cachetes sonrojados idéntica a Savanna, pero con los ojos azules de él. La niña, la más linda que sus ojos habían visto, alzó la mirada y se robó el corazón de su padre para siempre. Emma detalló al intruso con sus ojos grandes y brillantes, y decidió que le gustaba, sonriéndole ampliamente.
A Christopher, los pasos se le hicieron pesados. Se arrodilló cerca de la alfombra, dejando el montón de bolsas de juguetes a un lado. Su mirada se prendió del niño, que llevaba un diminuto aparato de oxígeno y jugaba con un caballito en ese momento. Tenía el pelo oscuro como el de su padre y las facciones del mentón y la nariz que había heredado de él. Christopher dejó escapar un gemido doloroso; ese niño era su vivo retrato.
—Emma... Ethan... —susurró.
Ethan movió sus ojitos hasta encontrarse con los ojos del hombre gigante que invadía su espacio, frunciendo el ceño y buscando con la mirada a mamá. Savanna caminó hacia el corral cuando notó la tensión del pequeñito, quedándose impactada al ver las lágrimas que se desbordaban por las mejillas de su exmarido, a quien jamás había visto en ese estado de completa melancolía.
La madre se acercó lentamente, sin saber cómo reaccionar ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos.
—Christopher... —murmuró ella, intentando captar su atención.
El empresario levantó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas y su corazón latiendo con fuerza.
—Savanna, son... son perfectos —dijo, su voz apenas un susurro.
Ella asintió, sin saber qué decir. La emoción en el rostro de Christopher era palpable, una mezcla de amor, dolor y anhelo.
—Lo son —respondió ella suavemente, mirando a sus hijos.
Según el historial clínico de los pequeños, Emma era bastante sana, pero Ethan tenía problemas en su sistema inmune. Aun así, los bebés se veían bien cuidados y limpios.
—Has hecho un buen trabajo con ellos —murmuró Christopher con la voz quebrada, sin apartar la vista de sus hijos.
—Gracias —respondió ella suavemente, sintiendo una mezcla de emociones encontradas. No podía ignorar el amor en los ojos de Christopher, pero tampoco podía olvidar el dolor del pasado.
Emma, curiosa, gateó hacia él y estiró sus bracitos, buscando contacto. Él la levantó con cuidado, sintiendo el peso ligero y cálido de su hija en sus brazos. Su corazón latía desbocado mientras ella le sonreía y le tocaba la cara con sus pequeñas manitas.
El empresario extendió una mano temblorosa hacia la pequeña, quien la tomó con sus diminutos dedos y soltó una risita. La conexión fue instantánea y profunda, llenando el vacío que había sentido durante tanto tiempo.
—Hola, pequeña —dijo, su voz llena de ternura—. Soy tu papá.
Ethan, al ver a su hermana en brazos del extraño, comenzó a llorar, asustado. Savanna rápidamente lo recogió y lo acunó contra su pecho, tratando de calmarlo.
—Shhh, está bien, cariño. Es solo papá —le susurró, besando su cabecita.
El empresario observó que su hijo era muy apegado a su madre, ya que el niño apretaba la blusa de Savanna con su puñito como si no quisiera despegarse de ella.
Ella, notando la mortificación en el rostro del padre de sus hijos, le dijo:
—Ethan es más dependiente porque ha sido más enfermizo.
—¿Ha sido tratado por profesionales? —inquirió preocupado.
—Sí —ella pasa saliva—. Este viernes tiene una cita con un especialista y le harán más análisis.
—¿Puedo ir? —interroga y ella quiere decirle que no, que está siendo todo muy rápido e invasivo, pero tener a ese hombre llorando, mientras sostiene a su hija, le ha tumbado todas las barreras.
—Sí, puedes.
—Tal vez no le gusto —musitó él, viendo cómo el pequeño estaba renuente a soltar a su mamá.
—¿Quieres cargarlo? —preguntó con suavidad.
Emma, aún fascinada con su papá, le tocaba la barba, ya completamente enamorada de él. Christopher negó con la cabeza.
—No quiero incomodar al niño —respondió con voz temblorosa.
Savanna sonrió, tratando de transmitirle confianza.
—Ethan es muy dulce, solo es asustadizo.
—Está... bien.
El empresario se acomodó en el piso, colocando a la pequeña Emma a su derecha. Savanna se inclinó y le pasó al pequeño Ethan, colocándolo en el regazo de su padre, en el lado izquierdo. El pequeño pegó un grito, pero por instinto natural, Christopher besó su cabecita varias veces y le acarició la espalda. El niño, al contemplar el olor de su padre, lo miró a los ojos y se calmó.
—Hola, campeón. Soy papá —dijo, con una ternura que nunca antes había sentido.