Savanna y su amiga Laura, después de asegurarse de que los gemelos estuvieran bien arropados, se dirigieron a la sala para disfrutar de una rara pero merecida noche de relajación.
—Gracias por ayudarme a poner a dormir a los pequeños —agradeció con una sonrisa mientras encendía la televisión y buscaba una película en su servicio de streaming favorito—. Necesitaba un poco de tiempo para mí, y tú eres la mejor compañía.
—No hay de qué, amiga —respondió, acomodándose en el sofá con una manta—. Además, esos dos angelitos son un amor. Es un placer ayudarte con ellos. Ahora, ¿qué vamos a ver?
—Estaba pensando en algo ligero, una comedia romántica o algo por el estilo —mencionó, pasando por las opciones en la pantalla.
—Me parece perfecto —asintió Laura, ya sintiéndose cómoda bajo la manta—. Después de un día tan largo, necesitamos algo que nos haga reír.
Savanna eligió una película y ambas se acomodaron en el sofá, listas para disfrutar de la noche. Los primeros minutos de la película transcurrieron en silencio, con las dos mujeres disfrutando de la historia ligera y los diálogos ingeniosos. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que Laura notara que su amiga parecía distraída, como si tuviera algo en mente.
—¿Estás bien? —preguntó, bajando un poco el volumen de la película y girándose para mirar a su amiga—. Te veo un poco en las nubes.
La rubia sonrió, aunque con un ligero sonrojo en las mejillas.
—Estoy bien, es solo que… bueno, me pasó algo curioso hoy en el supermercado.
—¿Curioso? —arqueó una ceja, claramente intrigada—. A Savanna Miller jamás le pasan cosas ingeniosas. Vamos, cuéntame todo. Necesito saber cada detalle.
Sintiéndose un poco tonta por haberle dado tantas vueltas al asunto, pero también sabiendo que Laura no la dejaría en paz hasta que le contara todo.
—Está bien, está bien —dijo, girándose en el sofá para enfrentarse mejor a su amiga—. Estaba haciendo las compras con los gemelos, como siempre. Todo iba bien hasta que, mientras revisaba mi lista, choqué accidentalmente con un hombre en uno de los pasillos.
Laura abrió los ojos con curiosidad.
—¿Un hombre? —dijo, ya anticipando que esta historia iba a ser interesante—. Sigue, por favor, no te detengas ahora.
—Sí, un hombre —continuó ella, sintiendo de nuevo el leve rubor en sus mejillas al recordar el encuentro—. Era alto, con el cabello oscuro, muy guapo, y bueno… fue un choque leve, pero todo lo que llevaba en la mano cayó al suelo.
—¡Ay, no! —exclamó, llevándose una mano a la boca—. Qué vergüenza, ¿y qué hiciste?
—Me disculpé mil veces, por supuesto —respondió Savanna, riéndose de su propia torpeza—. Pero él fue muy amable, dijo que no era nada, que no me preocupara. Lo más raro es que... por primera vez en mucho tiempo, me sentí nerviosa delante de un hombre que no era Christopher.
Laura la miró con una mezcla de sorpresa y picardía.
—¡Oh, por fin! —exclamó, dándole un pequeño empujón a su amiga en el brazo—. Eso es una gran noticia, Savanna. Entonces, ¿cómo terminó la cosa? ¿Intercambiaron números? ¿Te pidió salir?
La rubia negó con la cabeza, sonriendo.
—No, no fue nada de eso. Solo hablamos un poco, me dijo que se llamaba Max y luego seguimos con nuestras compras. Pero… no sé, fue agradable. Me hizo darme cuenta de que quizás, solo quizás, podría volver a sentirme bien con alguien más.
—Max, eh —dijo Laura, dejando que el nombre rodara en su lengua como si estuviera evaluándolo—. Suena como un buen nombre. Y oye, quién sabe, tal vez lo vuelvas a ver. A veces, esas cosas pasan.
—Sí, tal vez —admitió, aunque no estaba segura de si realmente esperaba volver a verlo o si solo estaba disfrutando de la idea de que podía abrirse a nuevas posibilidades.
—Bueno, lo importante es que te sentiste bien —enfatiza su mejor amiga, inclinándose hacia ella con una mirada seria pero amable—. Sabes que no estoy diciendo que salgas corriendo a buscar una cita, pero es genial que te sientas de esa manera, especialmente después de todo lo que has pasado.
Laura tenía razón. Había pasado por tanto, y aunque el foco de su vida eran sus hijos, la idea de tener algo más, incluso si era solo un pequeño encuentro agradable en el supermercado, le daba esperanza.
—¿Y qué piensas de Max? —preguntó con más insistencia, no dispuesta a dejar el tema—. ¿Te gustó?
Savanna se rió suavemente.
—Sí, creo que sí —admitió, sintiendo un pequeño vuelco en su estómago al decirlo en voz alta—. Era muy agradable, y definitivamente atractivo. Pero no sé si estoy lista para algo más.
—No tienes que estarlo —dijo con una sonrisa alentadora—. Solo disfruta el momento. Y quién sabe, tal vez Max aparezca en tu vida de nuevo cuando menos te lo esperes. Si no es así, al menos tienes una historia linda para recordar.
—No creo que lo vuelva a ver, pero fue una linda sorpresa en un día normal.
—Eso es lo que más me gusta de la vida —reflexionó la castaña—, las pequeñas sorpresas que te hacen sonreír. Y tú mereces sonreír más, Savanna. Has pasado por mucho, y ver que algo tan simple como un encuentro en el supermercado puede alegrarte el día me hace feliz.
—¿Eres real?
—Claro que sí, tonta —la pellizca.
—No sé qué haría sin ti —admite, sintiendo un calor en su corazón por el apoyo constante de su amiga.
—No tienes que agradecerme —respondió, dándole un abrazo rápido—. Pero, si alguna vez vuelves a ver a Max, quiero ser la primera en saberlo, ¿entendido?
—Prometido —le asegura—. Aunque estoy segura de que no será necesario.
Justo cuando el eco de las risas de ambas mujeres comenzaba a desvanecerse en la tranquila noche, el sonido del timbre de la puerta resonó inesperadamente en el apartamento. Savanna, frunciendo el ceño con una mezcla de curiosidad y sorpresa, se levantó del sofá.
—¿Estás esperando a alguien? —preguntó Laura, igualmente intrigada.