Savanna y Christopher caminaban por el pasillo del hospital, cada uno cargando a uno de los gemelos mientras se dirigían al estacionamiento. El ambiente entre ellos era tenso, una mezcla de emociones contenidas y preocupaciones por la salud de Ethan. Aunque ambos intentaban mantener la calma por el bien de los pequeños, la fricción entre ellos era innegable.
Justo cuando doblaban una esquina, ella se detuvo abruptamente al ver una figura familiar caminando hacia ellos. Era Max, el hombre que había conocido en el supermercado. Sus ojos se iluminaron al reconocerla, y su sonrisa se ensanchó al acercarse.
—¡Savanna! —exclamó con alegría, deteniéndose frente a ellos—. ¡Qué sorpresa verte aquí!
La joven madre, aunque sorprendida, le devolvió la sonrisa.
—¡Max! —respondió, intentando mantener su tono casual—. No esperaba encontrarte aquí. ¿Qué haces en el hospital?
Él, con su habitual encanto, señaló el uniforme que llevaba puesto.
—Trabajo aquí. Soy radiólogo —explicó, con una ligera inclinación de cabeza—. ¿Y tú? ¿Todo bien con los pequeños?
La familiaridad con la que se saludaron no pasó desapercibida para Christopher, quien se mantenía a un lado, observando la interacción con una expresión neutral, aunque sus ojos traicionaban una creciente incomodidad.
—Sí, estamos aquí para una consulta con Ethan —respondió ella, mientras el pequeño descansaba en su hombro—. ¿Cómo has estado?
—Bien, muy bien.
La conversación fluyó entre ellos de manera natural, ignorando por completo la presencia de Christopher.
—¿En serio te gustan los maratones?
—Sí, voy a correr en el próximo maratón a finales de este mes —mencionó ella.
—Yo también voy a correr allí junto a mi hermana —dijo el radiólogo, sonriendo con felicidad.
Ambos intercambiaron números de teléfono brevemente, y Christopher jamás se había sentido tan mal en la vida al ser testigo de aquello.
Max miró hacia Emma, quien estaba en los brazos de su padre, y le hizo una carantoña, provocando una sonrisa de la niña.
Finalmente, el empresario, incapaz de soportar más el intercambio, carraspeó de manera audible, interrumpiendo la conversación. La rubia, notando la incomodidad de su ex, se giró hacia él con una ligera expresión de sorpresa.
—Ah, Max —dijo, con un tono algo más serio—. Este es Christopher Brown, el padre de mis pequeños.
Sus palabras, especialmente la forma en que lo presentó, hicieron que el corazón del empresario se hundiera un poco. No era solo la formalidad con la que lo había mencionado, sino la distancia implícita en su presentación.
Max, sin perder su compostura, extendió la mano hacia Christopher.
—Un placer conocerle, señor Brown —dijo con amabilidad, aunque había un brillo desafiante en sus ojos.
Sin embargo, el CEO mantuvo las manos ocupadas, una sosteniendo a Emma y la otra firme a su lado. No hizo ningún esfuerzo por estrechar la mano del radiólogo, lo que provocó que Savanna lo fulminara con la mirada, claramente molesta por su falta de cortesía.
El tercero en discordia, notando la tensión, sonrió ligeramente antes de volver su atención hacia ella.
—Ha sido un gusto verte. Te ves radiante —añadió, sus palabras cargadas de una intención clara, mientras sus ojos recorrían brevemente la figura de ella.
Ella se sonrojó intensamente ante el cumplido, sintiendo un poco de incomodidad y nerviosismo. Él, satisfecho con la reacción que había provocado, se despidió con un movimiento de cabeza y continuó su camino, dejando a la pareja divorciada en medio del pasillo, rodeados por un silencio incómodo.
Comenzó a caminar nuevamente hacia el estacionamiento, pero su ex la detuvo, sujetándola suavemente del brazo. Había una intensidad en su mirada que no podía ocultar.
—¿Qué tienes con ese tipo? —preguntó, hirviendo de celos e irritación.
Su exesposa se soltó de su agarre con un movimiento brusco, su mirada ahora cargada de furia.
—No tienes ningún derecho a cuestionarme nada. Te recuerdo que estamos divorciados —respondió con firmeza —. Lo que haga o con quién hable no es de tu incumbencia.
Su respuesta solo intensificó la tensión entre ellos. Christopher, aún sosteniendo a Emma, intentó mantener la calma, pero la frustración era evidente en su rostro.
—Solo estoy preocupado por ti y por los niños —intentó explicar, aunque sabía que sus palabras no eran suficientes para suavizar la situación.
Ella lo miró con dureza, sintiendo que su paciencia estaba al límite.
—Preocúpate por tus hijos solamente. No eres mi guardián.
—¿Entonces preocuparme por la madre de mis hijos está mal ahora?
—Yo estoy perfectamente bien —lo cortó ella.
El silencio que siguió fue ensordecedor. Ambos sabían que la conversación no iba a ninguna parte, y las emociones reprimidas durante tanto tiempo estaban a punto de explotar.
(...)
Acababa de colocar a los gemelos en la cuna cuando llegaron al apartamento. Estaba a punto de girarse cuando sintió la presencia de Christopher detrás de ella, su proximidad era tan intensa que el aire parecía cargado de electricidad. Antes de que pudiera decir una palabra, él la tomó del brazo, la giró bruscamente, pegándola a la pared y, sin darle tiempo a reaccionar, aplastó sus labios contra los de ella.
El beso fue salvaje, lleno de rabia y deseo reprimido. Sus labios se movieron con una urgencia feroz, mordiendo y reclamando cada rincón de su boca. Savanna intentó resistirse, pero su cuerpo la traicionó; una oleada de calor se apoderó de ella, y pronto se encontró respondiendo al beso con igual intensidad. Sus manos, que en un principio lo empujaban, se aferraron a los hombros de su ex, mientras un calor líquido se deslizaba entre sus piernas, avivando cada fibra de su ser.
La atracción sexual entre ellos siempre fue así, explosiva, fuerte y salvaje; por ello le había entregado su virginidad al empresario, a tan solo dos meses de haberse conocido.