Christopher conducía a través de la tormenta, el sonido ensordecedor de la lluvia golpeando el parabrisas resonaba en sus oídos, pero su mente estaba en otro lugar, en otro tiempo. Cada gota de agua que caía parecía recordarle el día en que había echado a Savanna de su casa, sin saber que estaba embarazada y sola. Aquella tormenta había sido intensa, pero nada comparado con la que ahora rugía dentro de él, una tempestad alimentada por la culpa, el dolor y la furia.
El coche derrapó ligeramente al llegar a la entrada de la mansión de sus padres, pero el CEO no se detuvo. Aparcó bruscamente, el motor aún rugiendo mientras salía del auto sin molestarse en tomar un paraguas. La lluvia caía a cántaros, empapando su traje en cuestión de segundos, pero él apenas lo notó. Cada paso que daba hacia la entrada de la mansión parecía más gravoso, como la carga a cuestas de las decisiones y errores del pasado le impidiera avanzar.
Los recuerdos de aquel día lo asaltaban sin piedad. Recordó el rostro de Savanna, desconcertada, pálida, asustada. Recordó sus gritos, sus súplicas, y su propio corazón endurecido que se negaba a escuchar. Y ahora, todo aquello se revelaba como una cruel mentira, tejida por la misma persona que él había querido complacer toda su vida: su padre.
Llegó a la puerta de la mansión y dos sirvientes se apresuraron a abrirla, pero él pasó sin decir una palabra, su mirada fija en un solo objetivo. La ama de llaves, una mujer mayor que lo había visto crecer, lo miró con preocupación, pero él no se detuvo.
—¿Dónde está mi padre? —preguntó con voz ronca, casi un gruñido.
—Está en el despacho, joven, tomando el té con su madre antes de retirarse a dormir —respondió ella, con la voz temblorosa ante la intensidad que veía en los ojos del joven Christopher.
Sin responder, este se dirigió al despacho. El lugar que siempre había simbolizado un refugio de amor ahora se sentía como una prisión, cada cuadro y cada mueble, una burla de la vida llena de mentiras y manipulaciones. Llegó frente a las puertas dobles del despacho y, sin dudarlo, las abrió de golpe, el sonido reverberando por los pasillos.
Allí, sentados tranquilamente con una taza de té en las manos, estaban sus padres. Su madre, siempre tan pulcra y elegante, lo miró con sorpresa, mientras que su padre apenas levantó la vista de su taza, como si no le sorprendiera en absoluto ver a su hijo en ese estado.
—¿Qué es esto, Christopher? —preguntó su madre con reproche al verlo así—. Estás empapado...
Pero él no la escuchó. Su mirada estaba fija en su padre, en ese hombre al que había admirado, respetado y, en algún momento, temido. Su corazón latía con fuerza, la adrenalina y la ira corriendo por sus venas.
—¿Por qué? —fue lo único que logró decir al principio, su voz se le atoraba.
Henry Brown lo miró con sus fríos ojos grises, sin inmutarse. No tenía que ser un adivino para saber que su hijo había descubierto la verdad.
—¿Por qué, padre? —repitió el CEO, esta vez su voz más fuerte, resonando en la sala—. ¿Por qué orquestaste todo esto? ¿Por qué destruiste mi vida, mi matrimonio, y me robaste el derecho de conocer a mis hijos?
El silencio que siguió fue abrumador. La madre de Christopher miraba entre su hijo y su marido, sin comprender del todo lo que estaba ocurriendo, pero sintiendo la tensión que crecía entre ellos.
Henry finalmente dejó la taza de té sobre la mesa con un suave tintineo y se levantó con calma, su rostro imperturbable.
—Hice lo que tenía que hacer, hijo. Todo fue por tu bien. Savanna no era adecuada para ti, para nuestra familia —respondió, su voz carente de cualquier emoción.
Aquellas palabras fueron como un puñal en el corazón, sintiendo cómo las piezas de su alma, ya frágil, se rompían aún más ante la frialdad de su padre.
—¿Por mi bien? —repitió con incredulidad, avanzando un paso hacia él—. ¿Separarme de la mujer que amaba, hacerme creer que era una ladrona, quitarme tanto tiempo con mis pequeños, eso fue por mi bien?
—Era necesario —insistió su padre, su voz tan helada como siempre—. Esa mujer te debilitaba, te hacía vulnerable. No podíamos permitir que alguien así destruyera todo lo que hemos construido.
El CEO sintió que las lágrimas llenaban sus ojos, mezclándose con la lluvia que aún corría por su rostro. La rabia y la desesperación se agitaban en su interior, creando una tormenta mucho más poderosa que la que rugía afuera.
—¿Qué está pasando aquí? —cuestionó su madre.
—Mi padre orquestó todo lo del supuesto robo, para culpar a Savanna —respondió Christopher y, al no ver a su madre inmutarse, se dio cuenta de que ella lo sabía.
—Hijo, entiende que...
—¿Tú lo sabías? —alzó la voz aún más destrozado.
—Lo supe hace días —trató de excusarse—. Entiende que tu padre y yo solo queremos lo mejor para ti.
—Me destruyeron —susurró, su voz rota—. Me quitaron todo lo que importaba, por su maldito orgullo clasista.
—Por eso uno no se junta con gente que no sea de su clase —murmuró Henry.
—¡Basura! —bramó—. ¡Eres una basura!
Su madre se acercó a él, tratando de calmarlo.
—Christopher, por favor, cálmate. Para todo hay una explicación.
—¡No hay explicación que justifique esto! —gritó él, apartándose de ella—. ¡Mi padre... Mi sangre, mi propia sangre lo planeó todo! Cada mentira, cada manipulación... Y yo... ¡Yo le creí! ¡Destruí a Savanna por su culpa!
Henry permanecía inmóvil, su expresión impasible, mientras su hijo se desmoronaba frente a él. Para Christopher, no había mayor traición que esta. Y mientras la furia lo consumía, supo que nunca podría perdonarlo.
—Hijo, podemos arreglarlo —aseguró su madre, viendo la seriedad del problema. Su hijo perfecto y educado jamás se había exaltado de esa manera.
Él se mantuvo en silencio solo observándoles. Luego de pocos minutos llegó a una resolución definitiva.
—Renuncio a todas las empresas —comunicó dejándolos petrificados—. Renuncio a la fortuna y solo mantendré bajo mi nombre las empresas que me heredó el abuelo. No quiero nada de ustedes dos.