— Un viaje contigo...— ella trata de alejarse de su encanto seductor, retrocediendo unos pasos —. No sería prudente, sabes que estoy conociendo a alguien.
— ¿Por qué? Se supone que si es un hombre maravilloso y no tóxico e inseguro como yo, no tendrá problema en ello — suelta el empresario sin dejar de mirar los labios de su esposa.
— Eso no fue limpio...— él la interrumpe acercándose a ella.
— No vine a jugar limpio — establece con voz ronca, afectándola de una manera severa con su encanto, pero hizo de tripas corazón para disimularlo.
— Esto no es un juego — le refuta, alejándose —. Y si lo fuera, tú ya no tienes posibilidades.
La observa entera, Savanna con los años se ponía más hermosa, más decidida, más mujer, y eso a él lo llenaba de admiración y deseo hacia ella.
— Aunque lo niegues, te alejas porque sabes que llevo ventaja — insiste caminando hacia ella, se pega a su espalda y susurra en su cuello, mientras sus manos se apoderan de sus caderas —. Estuve en tu corazón, tuve tu cuerpo, te entregaste a mí de todas las maneras que puedan existir.
— Ya basta — lo corta ella —. No te confíes demasiado, así como me hiciste ver el cielo con tu amor y con tu cuerpo, de la misma forma me arrastraste a un infierno doloroso con tu desconfianza.
Aquello fue un puñal directo a su corazón.
— Savanna — pronuncia su nombre, atascándose su lengua con una docena de promesas que ella no estaba dispuesta a escuchar.
— Vine aquí para aclarar lo que pasó hace dos años, para cerrar ese capítulo tan doloroso de mi vida por mis hijos — lo mira directo a los ojos —. Por favor, limítate solo a hablar de ello.
La invitó a sentarse y él hizo lo mismo, colocándose detrás de su escritorio. Los pequeñitos hacían ruiditos tiernos mientras seguían jugando. El empresario tomó una carpeta de su maletín y, con manos temblorosas, la colocó sobre la mesa frente a ella.
Ella lo miró, insegura, pero extendió la mano hacia la carpeta. Christopher la abrió lentamente, revelando una serie de documentos, fotografías y pruebas que había recopilado durante las últimas semanas. Su respiración era pesada mientras empezaba a detallar lo que había descubierto.
—Todo esto... —comenzó, señalando los papeles—. Es evidencia de que mi padre fue quien inventó todo lo del supuesto amante y el robo. Además, manipuló al investigador privado que contacté para analizar todas las pruebas que me dio, porque sinceramente siempre tuve dudas de mi padre, pero no pensé que llegaría tan lejos.
— ¿Contrataste un investigador privado? ¿Incluso después de que tu padre te dio todas las supuestas pruebas? —le pregunta ella, llevándose una mano al pecho.
«Entonces al principio sí confió en mí.»
—Eras mi esposa, Savanna, a pesar de tener a mi padre, en quien he confiado desde niño, avasallándome con un montón de pruebas junto a nuestros abogados y expertos —hizo una pausa, recordando aquel torbellino de desconcierto—. Yo no concebía la idea de que el amor de mi vida me estuviera traicionando. Investigué, busqué al mejor hombre del FBI, un amigo de la facultad con un historial intachable, con una reputación bien ganada, pero resultó ser que también estaba vendido a mi padre.
Savanna no podía entender hasta dónde llegaba el odio de Henry Brown hacia ella.
—No entiendo, yo nunca le hice nada malo a tu padre.
—Lo hizo para separarnos. Quería que me alejara de ti, que te sacara de mi vida.
Ella escuchó en silencio, su corazón latiendo con fuerza mientras leía los documentos. Cada palabra de su exesposo era como un puñal en su pecho, pero no podía dejar de escucharlo. Él continuó explicando cómo su padre había manipulado las cámaras de seguridad, cómo había sobornado a las personas adecuadas y cómo había creado un escenario perfecto para incriminarla. Cada detalle la hacía sentir más pequeña, más traicionada.
—Pero... ¿por qué? —preguntó ella, su voz quebrada por el dolor—. ¿Por qué haría algo así? ¿Qué les hice para merecer esto?
Christopher tragó saliva, luchando por mantener la compostura.
—Porque, en su mente retorcida, creía que estaba protegiendo a la familia, a nuestro legado. Pensaba que tú no eras lo suficientemente buena, que no pertenecías a nuestro mundo. Y yo... —hizo una pausa, tratando de controlar las lágrimas que amenazaban con brotar—. Yo fui un cobarde, mi amor. Dejé que me manipularan, que me llenaran la cabeza de mentiras. Y por eso, te perdí.
Savanna sintió que las lágrimas comenzaban a correr por su rostro. El arrepentimiento de él solo añadía más peso al dolor que ya llevaba en su corazón. Recordó el día en que su padre había llegado a su casa con unos papeles para firmar, el día en que, sin saberlo, había sellado su destino.
—Recuerdo ese día... —dijo, su voz apenas un susurro—. Estaba pintando en la sala, tranquila, pensando en lo que sería nuestra vida juntos. Tu padre apareció con unos papeles, me dijo que eran documentos rutinarios, algo relacionado con el banco, no lo entendí bien. Y yo... confié en él. Firmé sin preguntar, sin saber que estaba firmando la sentencia de nuestro amor. Nunca pensé que tus padres me odiaran tanto, que serían capaces de hacer algo así.
El CEO se levantó lentamente de su asiento y, con el corazón roto, se arrodilló frente a ella. Tomó sus manos, entrelazando sus dedos con los de ella, y la miró a los ojos, su propia voz temblando por la emoción.
—Savanna... —comenzó, sus palabras llenas de sinceridad—. No hay palabras que puedan reparar el daño que te hice, el dolor que te causé. Pero quiero que sepas que, desde lo más profundo de mi corazón, lo siento. Lo siento por no haberte defendido, por no haber visto lo que estaba ocurriendo. Lo siento por haberte hecho sentir sola, por haberte alejado de la persona que más te amaba. Fui un estúpido, un cobarde, y me arrepiento de cada día que pasé lejos de ti y de nuestros hijos.
Había algo en la sinceridad de él que la tocaba profundamente. Sabía que él estaba tan roto como ella, que ambos habían sufrido por las mismas mentiras.