Laura entró al apartamento de Savanna con su típica energía desbordante, balanceando una bolsa de compras en una mano y saludando alegremente a los gemelos que jugaban en el corral. Al instante, notó que Emma estaba tirando del pelo de Ethan con una fuerza que parecía más propia de un luchador profesional que de una bebé. Sin perder tiempo, se acercó para separarlos.
—¡Hey, Emma, suelta a tu hermano! —exclamó mientras desenredaba los deditos del cabello de su gemelo—. Pobrecito Ethan, con una hermana así, no necesita enemigos.
Savanna, arrodillada en el suelo, se reía mientras fregaba el piso.
—Parece que Emma tiene más fuerza de la que aparenta —comentó con una sonrisa mientras terminaba de secar el último rincón.
—Es una luchadora nata —respondió su amiga, colocando a la pequeña luchadora en el corral y dándole un juguete para distraerla—. ¿Y tú cómo has estado? ¿Qué tal tu día?
—Oh, ya sabes, la rutina de siempre los fines de semana —dijo, levantándose y estirando la espalda—. Limpieza, cambio de pañales, amamantar, y repetir.
—El emocionante ciclo de la maternidad —bromeó Laura, con una risa.
—Exactamente. Pero al menos los pequeños están felices, eso es lo que importa.
—Por supuesto —asintió la cuidadora de animales—. Oye, ¿tienes algo de beber? Muero de sed.
—Hay limonada en la nevera. Sírvete un poco —invitó, mientras observaba a Ethan que comenzaba a llorar.
Laura se dirigió a la cocina con entusiasmo, sirviéndose un vaso grande de limonada para ambas. Cuando regresó, le pasó un vaso a su amiga, quien ya había levantado a su hijo y lo estaba amamantando.
—Gracias —agradeció la joven madre, tomando un sorbo—. Necesitaba esto.
Laura tomó un sorbo de su propia limonada, pero de repente, algo en su mente hizo clic, recordando la apuesta que había hecho con Christian Brown, el imbécil sexy que la tenía loquita, aunque nunca lo admitiría.
—Oye, hablando de cosas importantes —empezó, tratando de sonar casual—, ¿ya pensaste lo del viaje a Irlanda?
La rubia levantó una ceja, mirándola con escepticismo.
—¿Por qué lo preguntas? —respondió mientras acunaba a Ethan, que parecía tranquilizarse mientras mamaba.
—Bueno... —responde, fingiendo desinterés—. Es un viaje a Irlanda. Además, eso podría ayudarte a sacarte a Christopher del sistema y, finalmente, ¡besar a Max!
Savanna rió, pero luego negó con la cabeza.
—Laura, ese lugar era mi sueño para ir de casada y sigo enamorada de mi exesposo. No sé cómo un viaje allí me ayudaría.
Laura, sabiendo que no podía perder esta apuesta, se inclinó hacia adelante con una mirada persuasiva.
—Porque vas a cerrar ciclos, amiga. Es como en esa comedia romántica donde la chica se va con su ex a las Islas Galápagos para dejarlo atrás de una vez por todas.
Ella abrió los ojos, incrédula.
—¿Estás hablando de *Mi maldito ex*? —preguntó, sacudiendo la cabeza.
—¡Sí, esa misma! —respondió con una gran sonrisa, segura de que estaba convenciendo a su amiga.
Savanna la miró con incredulidad.
—¿Te refieres a esa novela donde ella tiene un hijo con su marido, se divorcian, luego se van a una isla a tener un montón de sexo y termina embarazada de trillizos de su exesposo? —cuestionó con indignación.
La pelinegra, ahora sin palabras, titubeó antes de encontrar una respuesta.
—Bueno... al menos tuvo una buena tanda de sexo. Algo que, claramente, a ti te falta —dijo finalmente, tratando de aligerar el ambiente.
—¡Estás loca! —refutó, pero antes de que pudiera continuar, Ethan emitió un gruñido, claramente molesto por el movimiento constante de su madre mientras intentaba amamantarse en paz.
Laura no pudo evitar reírse ante la escena.
—Vamos, nena, es solo una semana. Si quieres, te acompaño. Disfrutamos de Irlanda, le gastamos el dinero al menso de tu marido, y nos llevamos buenos recuerdos, ¿sí?
Savanna miró a sus hijos. Emma estaba masticando desesperadamente un juguete para aliviar las encías, mientras Ethan, ahora más tranquilo, comenzaba a dormirse en sus brazos. Luego volvió la mirada hacia su amiga, que la miraba suplicante, con esos ojitos de cachorro que sabía eran su debilidad.
Finalmente, suspiró y dijo:
—Está bien, Laura. Iré a Irlanda.
Su alocada amiga soltó un grito de alegría, casi tirando su vaso de limonada.
—¡Sí! —exclamó, saltando de la emoción—. ¡No sabes cuánto me alegra escuchar eso! Vamos a pasarla genial, ya verás.
—Que conste que lo he hecho por ti! —aclaró la rubia.
—Claro, claro, ha sido por mí —dice ella—. Nadie en su sano juicio pensaría que vas a Irlanda a tirarte al padre de tus gemelos y que te haga trillizos, ¿cierto?
Savanna bajó la cabeza inmediatamente, tosiendo y poniéndose colorada.
—Voy a poner al bebé en la cuna —fue su excusa para salir corriendo y dejar a Laura vigilando a la pequeña Emma.
—Bien, he ganado —dice la pelinegra sonriente—. Emma, le he pateado el culo a tu tío.
La pequeña rubita que lleva un lazo gigante en la cabeza solo sonríe, mostrando las encías como si entendiera lo que dice la loca amiga de su mamá.
(...)
Christian llegó al apartamento de su hermano con su característico aire despreocupado, como si el mundo entero estuviera ahí para su diversión. Entró sin siquiera tocar la puerta, como era su costumbre, y se dirigió directamente al despacho de su gemelo. Allí, lo encontró concentrado en su computadora, organizando unos proyectos con la seriedad de un monje en meditación.
—¿Qué onda, hermano? —saludó, arrojándose en el sofá de cuero que adornaba el despacho.
Christopher levantó la vista, algo molesto por la interrupción, pero al ver a su hermano, no pudo evitar sonreír.
—Aquí, terminando unos proyectos —respondió, mientras se quitaba las gafas y se frotaba los ojos—. ¿Y tú? ¿Cómo te fue el día?
—Ah, ya sabes, lo de siempre: mujeres, trabajo, más mujeres. Es mi mecanismo para suprimir el dolor de mis traumas como protagonista de novela romántica ardiente, aún no encuentro la que me vaya a reformar —respondió Christian con una sonrisa pícara—. Pero lo importante aquí es, ¿cómo te fue a ti? ¿Alguna novedad con Savanna? ¿Ya aceptó ir a Irlanda?