Papá desastre

Capitulo 22

Max y Savanna llegaron al gran salón del baile benéfico, un evento que atraía a la élite de la ciudad. La joven madre había pasado toda la tarde preparándose, y el resultado era innegable: un vestido azul celeste que caía en suaves pliegues hasta el suelo, acentuando sus curvas con elegancia, mientras que su color resaltaba sus ojos, haciéndolos brillar aún más. Su cabello caía en suaves ondas sobre sus hombros, y un toque de maquillaje resaltaba sus rasgos delicados.

Max, a su lado, no podía dejar de mirarla. Desde el momento en que la había visto aparecer con ese vestido, no había cesado de decirle lo hermosa que estaba. Mientras cruzaban el umbral hacia el salón, le apretó suavemente la mano, como si quisiera asegurarse de que estaba realmente allí, a su lado.

—Estás deslumbrante —murmuró, acercándose a su oído mientras la guiaba entre la multitud.

Ella sonrió, algo tímida ante tanta atención, pero agradecida por sus palabras. Se sentía bien estar allí, en ese ambiente sofisticado, en compañía de un hombre que la hacía sentir apreciada. Era un cambio bienvenido, una especie de respiro de la tensión que había rodeado su vida en los últimos meses.

Encontraron sus asientos cerca de la pista de baile, donde una orquesta tocaba una suave melodía que llenaba el ambiente con una atmósfera mágica. Max le ofreció una copa de champán, y ambos se sentaron, disfrutando de la vista y de la conversación que fluía fácilmente entre ellos.

—¿Sabías que parte de los fondos recaudados hoy se destinarán a la restauración de un museo de arte? —comentó el médico, intentando iniciar una conversación mientras saboreaba la champaña.

—Sí, lo escuché —respondió ella, mirando a su alrededor, maravillada por la opulencia del evento—. Es fascinante cómo el arte puede unir a las personas, incluso en tiempos tan complicados.

—Totalmente de acuerdo —asintió él—. El arte tiene ese poder de trascender lo cotidiano, de tocar algo más profundo en cada uno de nosotros. ¿Tienes algún estilo o movimiento favorito?

Ella se quedó pensativa por un momento, disfrutando de la conversación intelectual que la distraía de los problemas recientes.

—Siempre me ha atraído el impresionismo —confesó—. La forma en que capturan la luz y el movimiento con tanta delicadeza, casi como si estuvieran pintando emociones, no solo paisajes.

Max asintió, impresionado por la respuesta.

—Es un estilo hermoso, sin duda. Hay algo mágico en la forma en que esos artistas lograron capturar momentos tan fugaces y convertirlos en algo eterno.

La rubia asintió, sintiéndose cada vez más relajada, disfrutando de la compañía, de su cita y del ambiente elegante. Sin embargo, mientras seguían conversando, algo llamó su atención al otro lado del salón. Fue un instante, una sensación que le hizo girar la cabeza hacia la entrada.

El tiempo pareció detenerse cuando sus ojos se encontraron con la figura que acababa de entrar al salón. Christopher. Su exmarido, el hombre que ocupaba un lugar demasiado amplio en su corazón, estaba allí, y no estaba solo. Una mujer de aspecto elegante, con un vestido que le quedaba impecable, caminaba a su lado, agarrada de su brazo con una familiaridad que a ella le resultó dolorosa.

Su corazón dio un vuelco y una ola de emociones la inundó. Celos, sorpresa, confusión… Todo se mezclaba en su interior mientras lo observaba moverse con esa seguridad innata que siempre había tenido, como si el mundo entero le perteneciera.

El CEO parecía estar en su elemento, saludando a conocidos y sonriendo, pero había algo en su mirada, una sombra de tristeza que solo ella podía detectar. No obstante, la presencia de esa mujer a su lado eclipsaba cualquier otra cosa.

Max, que había notado el cambio en la expresión de ella, siguió la dirección de su mirada y su rostro se tensó al comprender lo que estaba sucediendo. Observó cómo ella se perdía en la figura de su exmarido, y sintió cómo la inseguridad y los celos comenzaban a formarse en su pecho.

—¿Estás bien? —le preguntó en un tono suave, intentando ocultar su propia incomodidad.

La rubia tardó un segundo en responder, tratando de controlar la marea de sentimientos que amenazaba con abrumarla.

—Sí, estoy bien —mintió, obligándose a apartar la mirada de su ex y la mujer que lo acompañaba—. Es solo... inesperado verlo aquí.

El radiólogo asintió, aunque su expresión mostraba que no estaba del todo convencido. Sabía que el ex aún tenía un poder inmenso sobre la mujer de la cual estaba enamorado, un poder que él, a pesar de sus mejores esfuerzos, no podía igualar. Pero no estaba dispuesto a rendirse tan fácilmente.

—Recuerda por qué estamos aquí —le dijo, tomando su mano y apretándola con suavidad—. Esta noche es para nosotros. No dejes que él arruine lo que hemos construido.

Ella asintió, tratando de aferrarse a sus palabras, pero la verdad era que su corazón latía con una mezcla de anhelo y tristeza. A pesar de todo, Christopher seguía siendo el hombre que amaba, y verlo con otra mujer, en un entorno tan elegante, solo hacía que esas emociones enterradas volvieran a la superficie.

Había estado tantos años solo, él mismo se lo había confesado, ¿por qué ahora estaba con alguien?

Mientras la orquesta continuaba tocando, intentó concentrarse en la conversación, en el champán y en la belleza del evento. Pero cada vez que escuchaba la risa de Christopher o lo veía por el rabillo del ojo, su corazón se encogía un poco más.

Y aunque intentaba convencerse de que esta noche era solo para ellos, no podía evitar sentir que una parte de ella nunca dejaría de pertenecerle a él.

(...)

El salón de la cena benéfica estaba lleno de luces suaves y música envolvente. El ambiente era elegante, sofisticado, y todos los presentes parecían estar disfrutando de la velada. Christopher llegó, vestido con un impecable traje negro que resaltaba su figura atlética. Su porte era el de siempre: seguro, controlado, con una elegancia natural que hacía que todas las miradas se dirigieran hacia él.




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