Papá desastre

Capitulo 23

El beso entre Savanna y Christopher era ardiente, lleno de una pasión que habían mantenido reprimida durante demasiado tiempo. Las manos del CEO recorrían la espalda de ella, atrayéndola más cerca, mientras sus labios se movían con una urgencia desesperada. Por un momento, ella se dejó llevar, dejándose consumir por la intensidad del beso.

Pero, de repente, la realidad la golpeó con fuerza. Se separó de él abruptamente, respirando con dificultad, el corazón latiendo a toda velocidad. La angustia llenó sus ojos cuando lo miró, tratando de entender cómo habían llegado hasta ahí.

«No puedo volver a aquel círculo de desconfianza, no puedo».

—No... —susurró, llevando una mano a sus labios hinchados—. No puedo hacer esto, ya no.

Él la miró con desesperación, negando con la cabeza, sin querer dejarla ir.

—Nena, por favor... —murmuró, acercándose de nuevo, intentando tomar su mano—. No puedes negar lo que sientes. Esto es real, lo que tenemos es real.

Ella retrocedió, alejándose de su toque, su respiración acelerada. Sabía que si cedía otra vez, estaría perdida.

—¡Déjame ir! —exclamó, su voz quebrándose—. No podemos seguir haciendo esto. ¡No está bien!

Pero el CEO no estaba dispuesto a ceder. Se adelantó, atrapándola suavemente por la cintura, sus ojos brillando con una mezcla de desesperación y deseo.

—No, Savanna. No puedo dejarte ir —dijo con voz ronca—. Te amo, siempre te he amado. No puedo soportar la idea de perderte otra vez.

Ella forcejeó, intentando liberarse de su agarre, pero él la mantuvo cerca, como si su vida dependiera de ello. La situación se volvió cada vez más tensa, los corazones de ambos latiendo frenéticamente mientras luchaban entre lo que sentían y lo que sabían que estaba mal.

En medio del forcejeo, un estruendo interrumpió el momento. La puerta del baño se abrió de golpe, y Max entró con furia en los ojos, su expresión transformada por la rabia. Sin perder un segundo, agarró a Christopher por la solapa de su chaqueta y lo arrastró hasta la otra esquina del baño.

—¡¿Qué demonios estás haciendo?! —le gritó, empujándolo con fuerza contra la pared.

El CEO, sin perder tiempo, se lanzó hacia él con igual intensidad, sus ojos llenos de fuego.

—¡Esto no es asunto tuyo, imbécil! —replicó, su voz impregnada de rabia contenida—. ¡Ella es mi esposa!

—¡Era tu esposa! —le recordó el médico, bloqueando un golpe que este intentó lanzarle—. ¡Pero ya no lo es, y no puedes seguir acosándola de esta manera!

Los dos hombres se enzarzaron en una pelea salvaje, sus puños volando, el sonido de los golpes resonando en el baño. Savanna, completamente horrorizada, gritaba desesperada, tratando de separarlos.

—¡Paren, por favor! —suplicó, con lágrimas en los ojos—. ¡Deténganse los dos!

Pero ninguno de los dos la escuchaba. La lucha continuaba, ambos hombres cegados por la ira y los celos. Christopher consiguió conectar un golpe en la mandíbula de Max, quien retrocedió tambaleándose, pero rápidamente se lanzó de nuevo hacia él, empujándolo contra la pared con toda su fuerza.

La joven madre, viendo la pelea escalar, se arrojó entre los dos, colocando sus manos en el pecho de Christopher para intentar detenerlo.

—¡Basta, Christopher, basta! —le gritó, con su voz cargada de dolor.

Él se detuvo al sentir las manos de su exesposa en su pecho, su mirada se suavizó momentáneamente al ver las lágrimas en sus ojos. Pero antes de que pudiera reaccionar, Max lo empujó lejos de ella, furioso.

—¡No vuelvas a tocarla! —advirtió, respirando con dificultad.

Christopher, aún con la rabia brillando en sus ojos, levantó las manos en señal de rendición, su pecho subiendo y bajando rápidamente mientras intentaba recuperar el control.

Savanna, temblando de pies a cabeza, miró a ambos hombres, incapaz de entender cómo habían llegado a ese punto. Su corazón estaba destrozado, y sabía que no podía seguir en medio de esa lucha.

—Esto no puede continuar así —murmuró, más para sí misma que para ellos, antes de girarse y salir corriendo del baño.

Christopher corrió tras ella, alcanzándola en el pasillo antes de que pudiera llegar a la salida. La tomó suavemente del brazo, obligándola a detenerse.

—Savanna, por favor, no te vayas —le rogó, su voz rota—. Tienes que escucharme.

Ella se detuvo, pero no lo miró. En su interior, una tormenta de emociones la mantenía en constante lucha, entre el amor que aún sentía por él y la necesidad de protegerse de más dolor.

—No confiaste en mí hace dos años, Christopher —dijo, su voz temblando—. Me dejaste sola, me acusaste de cosas que jamás haría. Me rompiste el corazón. ¿Por qué debería confiar en ti ahora?

Su pregunta lo golpeó como un puñal. Sabía que ella tenía razón, que su falta de confianza en el pasado había destruido todo lo que habían construido juntos. Pero no podía soportar la idea de perderla otra vez.

—Lo sé, y me arrepiento cada día de mi vida por eso —respondió con dolor—. Fui un estúpido, y si pudiera volver atrás, lo haría. Pero no puedo. Todo lo que te pido es una oportunidad para demostrarte que he cambiado, que puedo ser el hombre en el que puedas confiar.

Ella finalmente lo miró, sus ojos llenos de lágrimas que amenazaban con caer. Las palabras de él la afectaban profundamente, pero su instinto de protegerse era más fuerte. Había sufrido demasiado, y aunque parte de ella aún lo amaba, no podía arriesgarse a pasar por lo mismo otra vez.

—Christopher... —comenzó a hablar en voz baja—. Ya no puedo hacer esto. No puedo seguir siendo la que se rompe una y otra vez. Necesito alguien en quien pueda confiar, alguien que me proteja, que esté ahí para mí y para nuestros hijos, sin hacerme dudar de todo, sin dudar de mí.

Él sintió que su corazón se partía con cada palabra que ella decía. La angustia en sus ojos era evidente, pero también lo era la determinación. Intentó acercarse más, pero ella dio un paso atrás, manteniendo la distancia.




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