Christopher esperaba en la habitación, inquieto, mientras el agua caliente del baño corría en la habitación de al lado. Cada sonido que llegaba desde el baño hacía que su corazón latiera con más fuerza. Había preparado la cama con sábanas nuevas, hecho un té, y ahora trataba de distraerse con cualquier cosa que mantuviera su mente ocupada. Sin embargo, todo cambió cuando la puerta del baño se abrió y Savanna apareció envuelta en una toalla, tímida y sonrojada.
—¿Tienes algo que pueda servirme? —preguntó con voz suave; la vergüenza se notaba en sus mejillas enrojecidas.
El empresario, al verla, sintió que el aire le faltaba. Sus ojos recorrieron su figura, notando cómo la piel de ella, aún húmeda, brillaba bajo la luz tenue de la habitación. Tragó saliva, tratando de calmar los nervios y el calor que comenzaba a acumularse en su interior. Savanna, recién bañada y semidesnuda, era una visión que despertaba en él una oleada de emociones y recuerdos.
El agua caliente había dejado su piel enrojecida, recordándole todas las veces que se habían bañado juntos y habían hecho el amor en la tina. Su mente estaba llena de esas imágenes, y tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no dejar que su mirada se demorara demasiado en las curvas que la toalla apenas cubría.
—Todavía... —comenzó a decir, aclarando su garganta—. Todavía hay ropa tuya en los armarios. La que dejaste hace tres años.
La rubia se quedó helada por un momento, sintiendo cómo su pecho se sacudía al escuchar eso. ¿No había tirado su ropa? Su voz salió como un susurro.
—¿No… no las tiraste?
Christopher negó con la cabeza, sus ojos se suavizaron.
—No, tal parece que tu recuerdo quedó intacto en este hogar —mencionó con nostalgia y sinceridad.
Ella se quedó muda, solo mirándolo. Él nunca había dejado su recuerdo evaporarse, a pesar de sentirse traicionado siempre la tuvo presente, lo que la ropa, más el celibato que había guardado su exesposo la pusieron a pensar demasiado. ¿Cómo había podido ser tan tonta? Tantos tiempos desperdiciados, tantas oportunidades perdidas por la maldad de Henry Brown. Sus pensamientos estaban desordenados, pero antes de que pudiera decir algo, Christopher carraspeó, encontrando su voz de nuevo.
—He preparado la cama con sábanas nuevas y un té. Creo que es lo mejor para que puedas descansar —le dijo, señalando la cama recién hecha.
Savanna le sonrió con gratitud.
—Gracias —murmuró.
Sin mostrar ninguna vergüenza, se movió por la habitación, aún envuelta en la toalla, y se dirigió hacia las cunas de los bebés. Se inclinó suavemente para besar las cabecitas de sus hijos, mientras observaba los muebles, los juguetes, y todos los utensilios que el padre de sus pequeños había comprado para ellos.
—Veo que estás surtido de todo —señaló con una sonrisa.
Él asintió, rascándose la cabeza, tratando de no dejar que sus ojos se desviaran hacia las curvas de ella, que lo tentaban cada vez más.
—No quiero que les falte nada cuando estén aquí —mencionó, tratando de disimular la agitación que sentía. Tres años de celibato estaban empezando a pasarle factura, y tenerla tan cerca, tan accesible, era un reto que le estaba costando enfrentar.
Excitado y con los nervios a flor de piel, se excusó rápidamente.
—Voy por el té —dijo, casi tartamudeando, mientras se apresuraba a salir de la habitación.
Savanna notó la reacción de él y no pudo evitar esbozar una ligera sonrisa al verlo salir tan rápidamente. Observó la puerta cerrarse detrás de él y, por un momento, se quedó sola en la habitación, con el corazón latiendo fuerte, sintiéndose segura y al mismo tiempo confundida por los sentimientos que afloraban en ella.
(...)
Regresó a la habitación con una taza de té en la mano, su mente aún enredada en pensamientos sobre lo que había visto y oído esa noche. Al entrar, vio a Savanna, que ya se había cambiado, usando una de las antiguas pijamas que había dejado en su casa. La tela suave y bien ajustada sobre su figura hizo que el aire se volviera denso entre ellos, cargado de una tensión que ambos podían sentir.
Savanna, notando su mirada, bajó los ojos un momento y luego dijo, intentando romper el silencio:
—Tal parece que aún me quedan —su voz sonaba tímida, casi como si estuviera probando el terreno.
Christopher asintió, sus ojos todavía fijos en ella, y dijo con una sinceridad que brotó de lo más profundo de su ser:
—A ti todo siempre te queda bien, estás hermosa.
Ella le agradeció con una sonrisa pequeña, apenas perceptible, y tomó la taza de té que él le ofrecía. Se sentaron juntos en el borde de la cama, el ambiente cargado de preguntas no formuladas y respuestas que ninguno estaba seguro de querer escuchar.
El CEO fue el primero en romper el silencio.
—Savanna… —empezó, su voz era suave, no quería presionarla—. Quiero que me digas todo lo que ha pasado. Necesito entender qué te trajo aquí a esta hora.
Ella mantuvo la vista en la taza de té, girando la porcelana entre sus manos. Sus dedos temblaban ligeramente.
—Max…
—¿Qué te hizo ese imbécil? —cuestionó con miedo, no quería escuchar que la habían lastimado o algo peor—. ¿Te abusó?
—No, no es eso —comenzó, sintiendo cómo su garganta se cerraba al pronunciar su nombre—. Max no era quien yo pensaba. Todo este tiempo, ha estado jugando conmigo, manipulándome, y lo peor es que no lo hacía por él… lo hacía por tu padre.
Él se tensó de inmediato al escuchar esto, su cuerpo entero se puso rígido y sus ojos se oscurecieron por la ira que comenzaba a crecer en su interior.
—¿Mi padre? —su voz se había vuelto más grave—. ¿Qué tiene que ver él en esto?
Savanna tomó aire profundamente antes de continuar.
—Escuché a Max hablar por teléfono esta noche. Le estaba diciendo a alguien, a Henry, que había cumplido con su parte del trato. Que lo habían pagado para enamorarme, para alejarme de ti. Me usaron, Christopher. Todo lo que ha pasado, la forma en que terminé acercándome a él… fue parte de un plan para mantenernos separados.