La sala de reuniones del imperio Brown estaba en un silencio tenso. Henry y su esposa, sentados en la cabecera de la larga mesa de caoba, observaban a sus socios y abogados. Era una reunión importante, pero el ambiente era sombrío. Los abogados del imperio habían sido claros en su comunicado. Lo que estaba a punto de suceder marcaría el fin de una era.
Uno de los abogados tomó la palabra con un tono neutro, pero cada palabra caía como un martillo sobre Henry.
—Señor Brown, estamos aquí hoy para informarle oficialmente que sus hijos, Christian y Christopher, han decidido desligarse completamente de las empresas familiares. Se quedarán únicamente con la parte que les corresponde por la herencia de su abuelo materno, Carlos Becker. Asimismo, ambos han solicitado un cambio de apellido legal, pasando a llamarse Christian y Christopher Becker.
Henry, que había estado escuchando con atención, sintió cómo la ira comenzaba a hervirle en la sangre. Se inclinó hacia adelante, apretando los puños sobre la mesa.
—¡Esto es una locura! —gritó, golpeando la mesa con furia—. ¡No puede ser que me hagan este disparate! ¡Son mis hijos, todo esto es para ellos!
Su esposa, sentada a su lado, le puso una mano en el brazo, intentando calmarlo.
—Henry, por favor... —susurró, su rostro pálido, claramente afectada por la noticia.
Pero él la apartó bruscamente, levantándose de su asiento.
—¡No puedo creer que mis propios hijos me traicionen de esta manera! —vociferó, su voz resonando en toda la sala—. ¡Después de todo lo que he hecho por ellos!
En ese momento, la puerta de la sala se abrió, y los gemelos Becker, Christian y Christopher, entraron con paso firme, cada uno acompañado por su propio abogado. Sin decir una palabra, ambos se dirigieron hacia la mesa y tomaron asiento frente a sus padres. El silencio en la sala se volvió aún más pesado.
El primero en hablar fue Christian, con un tono frío y decidido.
—He construido mi propia empresa de sistemas operativos —dijo, mirando directamente a su padre—. No necesito nada de lo que tienes, Henry. A partir de hoy, ya no soy un Brown. Y, para que quede claro, no quiero volver a tener nada que ver con ustedes dos.
Las palabras cayeron como una bomba en la sala. La madre de ambos, que hasta ese momento había permanecido en silencio, rompió a llorar. Las lágrimas corrían por su rostro mientras intentaba hablar, su voz temblaba de desesperación.
—Por favor... —suplicó entre sollozos—. Denme una segunda oportunidad. No sabía que todo esto estaba pasando. Si lo hubiera sabido... Habría hecho algo... Habría ayudado...
Christopher, que había permanecido en silencio hasta entonces, se inclinó hacia adelante, sus ojos fríos y llenos de resentimiento.
—¿Ayudar? —replicó con dureza—. ¿Qué hiciste cuando me viste sufrir por mi esposa, madre? ¿Qué hiciste cuando me viste siendo miserable por todo el engaño y las mentiras? ¡No hiciste nada!
—No lo sabía... —insistió—. De verdad, no sabía...
Christopher se levantó, sus ojos ardían de ira contenida.
—Tal vez no lo sabías, pero aun si lo hubieras sabido, de seguro habrías apoyado a Henry —espetó, mirando a su padre con desprecio—. Por permitirle todo a este hombre egoísta, hoy pierdes a tus hijos. Has sido cómplice, madre, y por eso tampoco te quiero en mi vida.
La madre de ambos gemelos se derrumbó en su asiento, incapaz de contener el llanto. Henry, aún enfurecido, se levantó de su silla con un golpe seco y señaló a sus hijos.
—¡Ingratos! —gritó—. ¡Todo esto lo hice por ustedes! ¡Ustedes son mi legado, y están tirando todo por la borda!
Christian miró a su padre con una frialdad que hizo que el ambiente en la sala bajara varios grados.
—No, Henry —respondió con calma—. Todo esto lo hiciste por ti, por tu ego. Nunca fue por nosotros. Querías controlarnos, manipularnos, y ahora, finalmente, nos hemos liberado de ti. Ya no somos tus hijos, ni queremos serlo.
Los abogados de ambos hermanos comenzaron a distribuir los documentos sobre la mesa, marcando la desvinculación legal de Christian y Christopher con el imperio Brown. Los papeles estaban listos para ser firmados. Era un trámite que oficializaría su decisión, sellando el fin de su relación con las empresas y, en gran medida, con sus padres.
Henry, todavía con el rostro rojo de ira, miró a sus hijos con una mezcla de rabia y desesperación.
—Esto no va a terminar aquí... —amenazó—. Haré todo lo posible para recuperar lo que es mío. No dejaré que destruyan mi imperio.
Christopher se volvió hacia él con una expresión imperturbable.
—No vamos a destruir nada, Henry. Simplemente nos estamos alejando de ti. Puedes quedarte con todo lo que has construido, pero a nosotros ya no nos importa. Somos Becker, no Brown. Y tú ya no formas parte de nuestras vidas.
Con esas palabras, los gemelos firmaron los documentos uno tras otro, sin dudar ni un segundo. Era el punto final a una relación que había estado marcada por el control, la manipulación y el abuso de poder.
Cuando terminaron, se levantaron de sus asientos y, sin mirar atrás, abandonaron el lugar.
La sala de reuniones quedó sumida en un silencio sepulcral tras la salida de Christian y Christopher. Henry, aún de pie, sentía cómo la rabia y la desesperación se arremolinaban en su interior, como una tormenta que no podía controlar. Su mujer, visiblemente afectada por la situación, lo observaba con ojos llenos de lágrimas, intentando comprender lo que acababa de suceder. Ella sabía que algo se había roto irreparablemente entre ellos y sus hijos, y que, de alguna manera, era en parte su culpa.
—Henry... —empezó a decir, con la voz temblorosa—. ¿Qué vamos a hacer ahora? No quedan herederos... No tuvimos más hijos.
La mención de la falta de herederos pareció encender aún más la chispa de desesperación en los ojos del hombre. Se volvió hacia su esposa, su expresión endurecida, sus labios apretados en una línea de determinación.