—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó mi amiga cuando detuvo su auto frente a los enormes edificios de la compañía Santander telecomunications company, la principal compañía de telecomunicaciones del país, una empresa multimillonaria con varios negocios asociados, como la creación de teléfonos, aplicaciones y todo lo relacionado con la tecnología.
—Por supuesto que sí—sonreí —¿quién no quiere trabajar en una empresa así? —cuestioné mirando los enormes edificios y ella suspiró poniendo su mano en mi hombro.
—No es en la empresa que trabajarás, es para quién trabajarás. El señor Cristian Santander es la persona más extraña y sofisticada que conozco, nunca lo he visto sonreírle a ninguno de sus empleados y llevo seis largos años trabajando aquí, despidos si he visto muchos, todos los días y no le importa si llevas una hora o diez años trabajando para él. El tipo quiere todo perfecto, mira a todos por encima del hombro y usa palabras hirientes siempre que tiene posibilidades, y tú serás nada más y nada menos que su secretaria: No lo mires a los ojos, ni le dirijas la palabra a menos que pregunte algo, no le des la espalda y ni siquiera tomes agua en tu horario laboral o te despedirá. —explicó y me acomodé mis espejuelos un poco más nerviosa de lo que ya estaba. —No creas que intento asustarte, tan solo respirar el mismo aire que Cristian compensa todo su mal carácter.—suspiró— El tipo es un monumento, el bendecido de Dios, rico y apuesto. De solo mirar su cuerpo tan perfecto, te olvidas de lo pesado y gruñón que es. Tampoco lo mires tanto, además de que no le gusta, tiene esposa y la señora Valeria Moustier además de ser muy tóxica y celosa, está constantemente por la empresa vigilando a su marido y despidiendo a cualquier mujer en la que su esposo fije la mirada por más de cinco segundos. No la critico, teniendo un esposo así hasta yo lo hiciera.
—Y él cómo es con su esposa—balbucee un poco para cuestionar y ella sonrió.
—La complace absolutamente en todo lo que pide y la trata como una reina ¿por qué crees que Cristian no tiene secretaria?... Ella la despidió, pero bueno—pronunció mirándome de arriba a abajo observando detalladamente mi aspecto físico—tú no le molestarás estoy segura, además fue ella quien mandó a entrevistarte luego de ver tu foto en el expediente laboral—agregó y sonreí, no sabía si tomarlo como elogio o ofensa, pero me limité a bajar del auto, lo que me importaba era tener el trabajo para poder ayudar a mi hermana.
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—Y ahí está la oficina. —exclamó Emma cuando estuvimos frente a la puerta—suerte la vas a necesitar. —murmuró antes de empujarme para que me acercara y alejarse. Toqué la puerta con las manos algos temblorosas, acomodé mis espejuelos que eran bastante grandes por mi inmensa escasez de vista y luego entré, la vista del apuesto hombre que estaba sentado en su escritorio frente a una lapto se fijó en mí, no dije nada y solo lo miré como tonta, creí que Emma había estado exagerando, pero no, este hombre era incluso más apuesto de lo que lo describió, tanto era así que además de ruborizarme un poco su presencia y ponerme nerviosa, pues tenía miedo escénico olvidé decirle quien era y que hacía allí. Pero sus palabras me sacaron del estado de inactividad mental en el que me encontraba.
—¿Quién demonios eres tú? —cuestionó con un timbre de voz algo prepotente, su voz también era bastante atrayente pero dominante.
—Su nueva... Soy nueva... Su asistente—gagueé un poco con voz temblorosa y enarcó ambas cejas sorprendido suspirando pesado mientras me observó de arriba a abajo. Tomó su teléfono y realizó una llamada:
—Hay una chica aquí bastante desubicada—pronunció mirando mi ropa algo desajustada y mi cabello recogido torpemente—que dice ser mi asistente ¡¿quién carajos la contrató para despedirlos juntos?! —gritó
—Fui yo—respondió una voz dulce tras de mí,la chica delgada de cabello castaño caminó hasta quedar cerca de él, parecía modelo de revista, llevaba un vestido azul claro y unos enormes tacones negros, su cartera pequeña también era negra y sus enormes uñas dejaban claro que no realizaba ningún trabajo más que vigilar a su esposo y ser bonita, lo besó en los labios y se sentó en sus piernas.
—Luego de mirar muchos currículums me di cuenta de que esta es la asistente que necesitas —afirmó acariciando el rostro de su esposo y él me observó.
—Necesito una persona competente a mi lado—refutó.
—Necesitas a tu lado a alguien que no te distraiga con su físico —agregó la chica, esta gente hablaban de lo tonta y poco bonita que era como si yo no estuviera allí.
—¿Qué miras? —reclamó él dirigiéndose a mí que había bajado la mirada al ver su comportamiento indecente. —ve y traeme un café que sea fuerte y amargo—exclamó con voz dominante. Llevaba cinco minutos y ya le tenía miedo a mi jefe, la poca autoestima que tenía antes de llegar aquí la había perdido y tenía ganas de renunciar. Cerré los ojos mientras preparaba el café y recordé a mi hermana, su rostro pálido en aquella cama de hospital llena de equipos médicos esperando un trasplante de corazón, su voz débil, su respiración agitada y sus manos temblorosas hacían evidente que su tiempo se estaba acabando. Tenía que hacerlo por ella, para ayudarla con los gastos médicos, para ahorrar y pagar su operación. Suspiré, tomé el café y fui hasta donde estaba mi jefe pero cuando entré a la oficina no había nadie allí. Me volteé y me dispuse a irme a entregarle su café a donde fuera que estuviera cuando alguien empujó la puerta y entró, era Cristian que chocó conmigo cayéndole todo el café caliente encima.
—Lo siento, disculpa, lo siento tanto—exclamé extendiendo la mano para limpiarlo, pero él sostuvo mis muñecas y alejó mis manos de él con desagrado.
—¿Qué haces aquí? —cuestionó.
—Yo... —intenté disculparme, pero me interrumpió:
—Esta empresa no es para gente tonta, creo que estás en el lugar equivocado. —exclamó pero aún así no me despidió, imagino por lo que me dijo Emma que no lo hizo, ya que fue su esposa quien mandó a contratarme. —Iré a cambiarme, estoy esperando a alguien muy importante cuando llegue atiéndelo bien y haz todo lo que él diga, firmaremos un acuerdo millonario, si lo arruinas esta vez te despediré aunque seas la sobrina del propio presidente—exclamó furioso saliendo de allí, limpié el café derramado y me quedé esperando allí, tocaron a la puerta y era un señor de unos sesenta años.