Cristian:
Me desperté en medio de la noche y miré a mi lado, la cama estaba vacía, me levanté con rapidez algo asustado y miré en el baño, pero mi esposa tampoco estaba allí, la puerta de la habitación estaba entreabierta, era obvio que había salido fuera. Cuando me paré en la puerta, la luz de la habitación de al lado estaba encendida, suspiré, pasé las manos por mi rostro y caminé hacia allí, cuando entré me quedé parado en la entrada con un nudo en la garganta allí estaba Valeria, mi esposa, arrodillada en el piso con una ropita de bebé en las manos.
—Amor qué haces aquí—cuestioné y ella volteó su rostro lleno de lágrimas hacia mí.
—Nuestro hijo ya tuviera tres años Cris—pronunció con voz temblorosa, yo me agaché a su lado y la abracé por la espalda.
—Nos tenemos el uno al otro—dije besando su frente. Hace tres años mi esposa había estado embarazada pero perdió al bebé cuando tenía seis meses y medio de embarazo.
—Me estoy muriendo Cris, el cáncer está acabando conmigo, lo siento, me levanto cada mañana y sé que me queda un día menos y no puedo hacer nada, absolutamente nada para evitarlo. Desde el momento en el que nos casamos mi sueño fue ser la madre de tus hijos y ahora no puedo, me iré de este mundo sin haber sido madre, sin haberte dejado un heredero para la fortuna de nuestras familias—exclamó abrazándome y llorando intensamente. Me casé con Valeria cuando cumplí dieciocho años, los padres de ella habían muerto en un accidente, y la última voluntad de su padre era que el mío cuidara de ella. Es por eso que se quedó a vivir en mi casa y se enamoró de mí, yo siempre la vi como una hermana pero mi padre no pensaba lo mismo, Valeria no solo era la hija huérfana que su amigo le había pedido que cuidara, sino también la heredera de una enorme compañía hotelera multimillonaria, es por eso que cuando cumplí dieciocho años mi padre me presionaba para casarme con ella, yo no quería ningún tipo de compromiso, quería disfrutar mi juventud; sin embargo, un día después de una noche loca desperté con ella a mi lado, ambos sin ropa y mi padre entró en mi habitación y ese fue el punto culminante por el que tuve que aceptar nuestra unión. En un principio la aborrecí, ella también era culpable y sabía que había planeado eso porque se había enamorado de mí, no lo niego que me la llevé a la cama unas cuantas veces, ella era muy atractiva e insistente, siempre estaba encima de mí, tratando de llamar mi atención y de provocarme, sin embargo, jamás la quise y mucho menos la respeté, compré una casa y me fui a vivir con ella para estar lejos del control de mi familia, amaba la libertad y no toleraba tener que darle cuenta de mi vida a nadie. Casa que visitaba muy pocas veces, pues cuando no estaba trabajando con mi padre estaba con alguna de mis amantes y así se me fueron los años. Sin embargo Valeria quedó embarazada, en una de esas noches que llegué borracho a la casa hicimos el amor y quedó embarazada y aunque me atraía la idea de tener un hijo, un heredero, no sentía nada distinto por ella pero traté de mantenerme tranquilo para no causarle angustias, perder el bebé fue un golpe duro para ambos, pero más para ella que además de dejar de trabajar se aisló de todos menos de mí, empecé a sentir lástima de ella, a ser un esposo responsable y a pasar más tiempo a su lado, pues por el estado depresivo en el que estaba temía que atentara contra su vida. Mi padre murió y como soy su único hijo quedé a cargo de su empresa con el 70 por ciento de las acciones, a mi medio hermano le dejó el 15 por ciento pues lo crió desde que era muy pequeño y a mi madre el otro 15 por ciento. Un año después descubrimos que Valeria tenía cáncer, entonces me sentí completamente culpable, había sido un mal esposo y le había dado una mala vida y quería remediarlo, es por eso que la complacía en todo lo que podía y que estaba todo el tiempo con ella, la vida loca que llevé alguna vez la dejé a un lado, el tumor cerebral que tenía no era operable y ya estaba en fase terminal, es por eso que ella se negó a aceptar las quimioterapias. Si el amor era culpa entonces yo la amaba. Mis ganas de protegerla y de remediar el daño que le había hecho alguna vez me llevaron a ser un esposo consentidor y a dejarla hacer todo lo que quisiera, quería que fuera feliz en el poco tiempo de vida que le quedaba.
—Quiero un hijo Cris—repitió y me quedé en silencio, ella no podía tener hijos en ese estado, en primera por los medicamentos que tomaba y en segundo porque eso acabaría con ella.
—El doctor... —intenté explicarle lo mismo que le había dicho el médico en miles de ocasiones. Ya la última vez el doctor incluso le había dicho que si salía embarazada además del bebé poder tener algún problema de salud, provocando por los medicamentos que tomaba posiblemente ninguno de los dos sobreviviera, pues si salía embarazada su tiempo se reduciría significativamente.
—No me importa lo que diga el doctor, quiero un hijo tuyo Cristian, yo no puedo tener un hijo, pero si podemos tener un hijo que lleve tu sangre—tragué en seco manteniéndome en silencio, si quería tener hijos, pero no ahora, no en estas condiciones, no me sentía preparado para hacerme responsable de un pequeño que iba a quedar sin su madre siendo aún pequeño.
—Tenemos mucho dinero podemos pagarle a alguien para que nos sirva de vientre de alquiler—afirmó—ese pequeño llevará tu sangre, tendrá esos bonitos ojos tuyos, tu cabello, tu rostro, tu sangre.
—¿Quieres que me haga una inseminación artificial es eso? —cuestioné, ella se quedó mirándome a los ojos.
—Quiero un hijo, no me importa como lo concibas, quiero un pequeño que sea nuestro hijo, que la mujer que lo cargue en su vientre firme un contrato cediéndonos la custodia del niño—exclamó—hay miles de mujeres que hacen eso hoy día, que sirven de vientre de alquiler, no me quiero ir de este mundo y dejarte solo Cristian, quiero que cuando yo no esté tengas un hijo a quien cuidar, por quien mantenerte centrado.