Papá es el jefe

Capítulo: 4

Isabella:

—¿Qué dice? —balbucee, aunque lo había escuchado perfectamente, pero me parecía algo ilógico lo que acababa de decir.

—Tengamos un hijo. Quiero tener un hijo, no mantendremos ningún tipo de relación sentimental, firmaremos un contrato donde me cederás la custodia del pequeño al nacer y...

—Espera—exclamé llevándome la mano a la frente sin entender la situación. —estás casado ¿por qué no tienes un hijo con tu mujer?

—Ella lo sabe—respondió dejándome más confundida aún—Mi esposa no puede tener hijos—dijo sin explicar los detalles—Si me das un hijo pagaré la operación de tu hermana—agregó.

—¿Quiere que me haga una inseminación artificial? —cuestioné algo nerviosa. Ese hombre era tan apuesto que incluso estar de pie frente a él se volvía algo difícil, pues hacía que mis piernas temblaran un poco.

—No—dijo y enarqué ambas cejas—podemos estar junto, tener relaciones solo  para tener un hijo, solo por un contrato, nadie tiene que saberlo.

—¡Usted es un descarado! —le grité—no quiere ningún hijo lo que quiere es aprovecharse de mí...

—No, no—dijo extendiendo su mano a mí—me estás malentendiendo.

—¿Malentendiendo? Me has ofrecido dinero por mi cuerpo—

—Quiero un hijo es todo—respondió—y una inseminación artificial lleva un proceso y no tengo tiempo.

—Señor Cristian mi cuerpo no está a la venta. Y el día que tenga hijos será con la persona que ame y el día que me entregue a alguien será porque lo ame no por dinero—

—Espero que la persona que ame la ayude a encontrar un trabajo... Porque está despedida. —afirmó.

—Yo sabía que el dinero no compra los valores—exclamé—y usted acaba de demostrármelo—afirmé saliendo de allí. Estaba enojada y deprimida y pedí un taxi mientras esperaba fuera de esa enorme empresa. Si deseaba tener un hijo algún día, pero no ahora y no para dárselo a nadie más. ¿Cómo iba a tener un bebé para no verlo nunca más? Me parecía algo muy cruel. No podría vivir sabiendo que tengo un hijo y no poderlo ver, ni abrazar, ni cuidar. Solo dejarlo en las manos de esa gente a la que solo le importaba el dinero y las apariencias. Fui directo al hospital y cuando llegué allí estaba mi hermana en cama, pálida y sonreía al verme.

—¿Cómo te sientes? —cuestioné.

—Bien ¿cómo te fue en tu nuevo trabajo? —cuestionó tomando mi mano—me llena de esperanza que estés trabajando allí.

—Los jefes son muy estrictos, no creo que dure mucho tiempo ahí.—dije ocultándole lo que había pasado, no quería preocuparla. 

—No importa —pronunció besando mi mano—. Isa, no tienes que preocuparte, sé que has hecho todo lo que has podido para ayudarme, hermana. Estoy muy orgullosa de ti y muy agradecida —dijo abrazándome y no evité derramar unas lágrimas.

—Vas a mejorar ya verás—dije con dolor, quizás si podía haber hecho más por mi hermana, quizás debí aceptar la propuesta de mi jefe.

—Estoy cansada. Muy cansada—pronunció. Cuando no esté solo quiero que recuerdes que hiciste todo lo que pudiste por mí y que fui muy feliz de tener una hermana como tú. Conversamos un rato y después me fui cuando iba por el pasillo me encontré con el doctor.

—Isabella que bueno que la veo—pronunció.

—¿Cómo está el estado de salud de mi hermana? —cuestioné.

—La insuficiencia cardíaca de su hermana se ha incrementado en el último mes. Debido a eso es su extremo decaimiento y falta de aire en ocasiones. Su expectativa de vida si no se realiza un trasplante de corazón es de 10 meses —exclamó y derramé unas lágrimas.

—Trataré de conseguir ese dinero—afirmé.

—Sé que es mucho dinero y quisiera hacer algo para ayudarlas, las conozco desde niñas pero lamentablemente no soy el dueño del Hospital, solo un simple doctor—exclamó y salí de allí con lágrimas en mis ojos. Cuando llegué a mi casa mi padre estaba sentado frente a la televisión con una botella en su mano.

—¿Qué haces papá? —cuestioné.

—Nada y no puedo hacer nada. Tu hermana se está muriendo, no tenemos dinero, lo poco que gano en mi trabajo ni siquiera me da para cubrir los gastos del hospital.

—Por qué no morí yo en vez de enfermarse tu hermana—exclamó. Es solo una niña, solo 17 añitos, 17 años por Dios—exclamó derramando unas lágrimas.—soy un fracaso como padre. 

—Conseguiré ese dinero papá—exclamé saliendo de allí. Tomé mi teléfono y llamé a Emma.

—¿El jefe está en el trabajo aún? —cuestioné.

—Por supuesto, aún es temprano. ¿Tú donde estás? ¿No estás trabajando?

—Luego te cuento. Tengo que ir ahora y ver al señor amargado.—pronuncié dándome cuenta que había cometido un grave error. Tenía la oportunidad de salvar a mi hermana e iba a tomarla. No podía simplemente dejarla morir teniendo en mis manos la solución para salvarla. 




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