Papá es el jefe

Capítulo: 6

Isabella:

Me quedé estática frente al espejo luego de que terminaran de arreglarme, parecía otra persona. El vestido rojo, largo, abierto a un lado y bastante ajustado, dejaba muy marcadas las curvas de mi cuerpo y la espalda casi totalmente descubierta me daban un toque de elegancia que nunca antes había tenido. Un maquillaje llamativo pero delicado y el cabello suelto mr hacían ver completamente diferente. Miré mis enormes tacones, de color rojo, el mayordomo de Cristian me había llevado a comprarlos luego de darme el vestido. Era un señor mayor muy amable y educado que me trataba como si fuera una princesa.

—Señorita, ya es hora de irnos. El señor Cristian nos espera—pronunció el mayordomo sacándome de mis pensamientos—se ve preciosa, el señor quedará complacido cuando la vea—comentó y mi corazón latió con fuerza, sin embargo, no dije absolutamente nada. El auto se detuvo frente a un lujoso restaurante y estaba nerviosa, pues nunca antes había estado en un lugar así de caro y elegante.

—Esta es la mesa—dijo dándome un papel. Salió y me abrió la puerta. Entré y las piernas me temblaban un poco mientras avanzaba. Le mostré el papel a uno de los empleados cuando me preguntó si podía ayudarme y me llevó hasta el lugar, era una mesa alejada de todas las demás en el piso superior. Cuando entré allí estaba Cristian, tan apuesto como siempre, se quedó mirándome fijamente de arriba a abajo y sonrió como muestra de que estaba complacido en cómo me veía.

—Estás preciosa—pronunció sin guardarse lo que pensaba señalándome la silla para que me sentara a su lado.

—Gracias—murmuré sentándome.

—Él es mi abogado—exclamó y el señor extendió la mano saludándome amablemente. No podía despegar mi vista de mi jefe, era demasiado apuesto, demasiado perfecto, demasiado educado y caballeroso, hasta el punto de que me resultaba prácticamente imposible no sentir atracción por alguien así. El Cristian que estaba allí sentado no se parecía en nada a mi odioso jefe que casi me despide esta mañana.

—Debes firmar aquí —pronunció el abogado. Yo tomé el papel y comencé a leerlo antes de firmar. En parte decía que desde el momento en el que naciera el bebé debía entregarlo a Cristian Santander y cederle la custodia legal y completa del bebé, nunca lo buscaría, ni intentaría acercarme al pequeño de ningún modo posible. A cambio se me entregaría la suma de un millón de dólares, cifra que incluso superaba el dinero que costaba la operación de mi hermana. Entre los términos y las condiciones estaba que mientras estuviera embarazada, no tendría relaciones ni sentimentales ni sexuales con ningún hombre, cosa que en el momento no me causaba preocupación ya que tenía demasiados problemas personales que me impedían mantener cualquier relación romántica, también decía que no le daría detalles a nadie de nuestro acuerdo y que cumpliría al pie de la letra todas las indicaciones médicas del doctor de Cristian. El dinero me lo entregaría cuando tuviera cinco meses de embarazo para que la operación de mi hermana se realizara a tiempo. Me quedé pensativa, llena de duda mientras pensaba en mi hermana y saber que mi hijo tendría una buena vida me reconfortaba, aunque me llenaba de dolor lo que estaba a punto de hacer. Puse el lapicero sobre la hoja y una lágrima rodó por mis mejillas, imposibilitándome moverlo. Era un acuerdo que luego de firmarlo no tendría marcha atrás.

—¿Nos deja un momento a solas? —le dijo Cristian a su abogado al verme dudar.

—Por supuesto—respondió el abogado poniéndose de pie y saliendo de allí, dejándonos solos. Él tomó mi mano y la besó con cariño, lo observé llena de duda.

—Lo haces por una buena causa. De no ser así tu hermana morirá —me consoló Cristian—. Sabes que es algo admirable lo que estás haciendo. Si mi hermano estuviese muriendo, también haría cualquier cosa para salvarlo —confesó—. Nada le faltará a nuestro hijo, crecerá rodeado de amor y de lujos. Tendrá la vida que tú nunca podrías darle, la vida que cualquier persona normal desearía—acabó diciendo y firmé el papel. Él lo tomó, salió fuera y se lo dio al abogado, el cual se marchó. Nos quedamos solos, pidió la cena y unas bebidas y llenó mi copa. No era de tomar, pero esta vez lo hice, nunca antes había estado con nadie. Si tuve un novio en mi adolescencia pero jamás tuve relaciones sexuales con él. La cena fluyó bastante amena, Cristian comenzó a cuestionarme sobre mi gusto musical y las cosas que me gustaban hacer en mi tiempo libre.

—Así que amas leer y cocinar, no te gustan las fiestas ni los lugares llenos de personas. Y dime qué te gustaría saber sobre mí —preguntó y lo miré en silencio—. Después de todo, es una cita —comentó sonriendo y acariciando mi mano. Tragué en seco algo nerviosa.

—¿Eres feliz? ¿Crees que tienes una vida plena? —cuestioné y me observó algo serio cambiando su semblante.

—Tengo dinero para comprar lo que se me antoje, mi esposa es una mujer preciosa y amo mi trabajo, eso sin contar que todos me respetan...

—Y aun así no eres feliz, ¿verdad? —pregunté.

—No lo sé. Sinceramente a veces sí creo que falta algo en mi vida, quizás sea un hijo—comentó.—¿Y tú eres feliz?

—Lo fui alguna vez cuando mi madre estaba viva—confesé—luego de morir, mi padre empezó a emborracharse seguido y mi hermana enfermó.

—Lo siento mucho—dijo y sonreí bebiendo de nuevo.

—Por qué no seguimos tomando en el hotel—preguntó y asentí algo tímida. Durante todo el viaje ambos nos mantuvimos en silencio, únicamente cruzamos miradas debes en cuando. Cuando detuvo su auto intenté soltar el cinturón, pero no pude, él se acercó y lo safó por mí, entonces allí estando más cerca me miró, acarició mi rostro y comenzó a besarme, no puedo negarlo que su beso me hacía sentir mil sensaciones imposibles de describir, se apartó unos centímetros de mis labios y me observó.

—Tienes unos ojos muy bonitos—murmuró con voz ronca, un poco más ronca de lo habitual, cosa que hacía mis piernas temblar en forma desmedida. Apartó el cabello que estaba en mi cuello y empezó a depositar pequeños besos húmedos en este, luego regresó nuevamente a mis labios y sus manos empezaron a acariciar mis muslos mientras levantaba mi vestido, terminó quitándomelo completamente y desabrochando mi sostén. Se tomó su tiempo para mirar mi desnudez y sonrió complacido.




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