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Lorenzo Vitale
Cinco años antes
La música resonaba en el yate, reverberando en las paredes lujosas y danzando en el aire cálido de la noche, mientras tres chicas se movían al unísono, con sus cuerpos ondulando al ritmo envolvente.
Mi risa estalló cuando una de ellas, rubia de ojos azules intensos, chupando un sorbete de forma provocativa, se acercó con un contoneo seductor, y le di una palmada en el trasero, sacándole un gritito divertido.
—Guapa —susurré arrastrando mi acento italiano, con una sonrisa maliciosa en los labios.
Las otras dos pronto se unieron a ella, sus manos suaves recorriendo mis hombros, los toques ligeros enviando escalofríos por mi piel.
Una de ellas, de piel negra y ojos almendrados, se arrodilló frente a mí, fijando su mirada en la mía con una intensidad que hizo que mi corazón se acelerara.
Ella deslizó sus manos dentro de mi bañador, sus dedos hábiles encontrando mi gloria con una destreza que hizo que un “¡carajo!” escapara de mis labios.
No pude resistirme al placer que siguió, mi cuerpo se rindió al pecado, mientras mi mente se perdía en la mezcla de sensaciones y en el suave balanceo del yate. El escenario a nuestro alrededor era de pura opulencia. La cubierta estaba iluminada por luces suaves, reflejándose en las aguas oscuras del mar Egeo. Almohadas lujosas estaban esparcidas, proporcionando un contraste acogedor con la dureza del suelo de madera.
El olor salado del mar se mezclaba con el perfume de las chicas, creando una atmósfera embriagadora. Cada movimiento, cada toque, cada sonido se fundía en una sinfonía de placer y poder, reforzando mi posición de mando en ese pequeño reino flotante. Yo estaba en control, y la noche prometía aún más indulgencias.
La rubia se acercó y me jaló la cara, pegando sus labios a los míos en un beso intenso. Sentí el sabor dulce del mojito mezclado con el deseo mientras mi lengua exploraba la suya. Al mismo tiempo, mi mano agarró el cabello ondulado de la mujer arrodillada, inclinando mi cintura para que me tragara más profundamente.
Mi otra mano descendió, acariciando el trasero redondo y firme de la que me besaba. Apreté su piel suave, sintiendo su cuerpo arquearse contra el mío. La música pulsaba a nuestro alrededor, cada latido sincronizado con los movimientos de nuestros cuerpos. El viento nocturno traía la fragancia del mar, mezclándose con el olor de sudor y perfume.
El yate se balanceaba suavemente, y me sentía el rey de mi dominio, con el mundo a mi disposición. Todo se intensificó, y gemí, apretando más fuerte el cabello de la mujer arrodillada. La chica que me besaba bajó sus manos por mi pecho, arañando levemente mi piel, su toque añadía una capa extra de excitación.
Los almohadones esparcidos por la cubierta, las copas de cristal medio vacías, y las risas ahogadas que venían de algún lugar, todo contribuía a la atmósfera cargada de deseo y poder. Me sentía en el ápice del placer, cada fibra de mi ser vibrando con la intensidad del momento.
La rubia mordió mi boca, su cuerpo arqueándose en respuesta al toque. La otra se acercó, reclamando por estar fuera del juego. La negra de ojos almendrados se levantó, deslizando sus manos por mi pecho, mientras la rubia, con una sonrisa traviesa, bajó la mano por mi abdomen. Estaba tocando a la rubia, cuando la tercera chica, de piel bronceada y cabello oscuro, se arrodilló a mi lado, sus manos acariciándome y sus ojos fijos en los míos.
Los gemidos suaves, los susurros y los toques gentiles se entrelazaban con el ritmo de la música, creando una sinfonía de placer que nos envolvía completamente.
Me sentía en control absoluto, un maestro de una orquesta de deseo, cada nota tocada a mi mando. Después de muchos gemidos, orgasmos y deseo, caímos exhaustos en la cubierta. Nuestros cuerpos estaban entrelazados, sudados y satisfechos, respirando en sincronía.
La paz fue interrumpida por el insistente sonido del teléfono, arrancándome de mi momento de tranquilidad.
Resoplé, irritado, mientras las chicas intentaban retenerme. Me levanté, apartándolas suavemente, y caminé hasta una mesa donde el celular vibraba sin cesar.
—Odio este maldito sonido —resoplé, tomando el aparato sin prisa.
—Jefe, su madre va subiendo por la cubierta —me avisa Petros.
—¡Joder no! —solté.
Antes de que pudiera decir algo más, el sonido de unos pasos me produjo taquicardia, y ahí estaba ella, Annetta Vitale, la mafiosa mayor, con su imponente figura, una mano en la cadera y una chancla en la otra.
Las chicas, aún tratando de recobrar el aliento, se quedaron petrificadas.
—¡Lorenzo Vitale! —gritó mi madre, haciendo que mi corazón se detuviera un segundo—. ¡Qué clase de espectáculo deplorable es este! ¡Un trío en mi yate, con estas mujeres sinvergüenzas!
Las chicas intentaron cubrirse, pero era tarde. Mi madre avanzó hacia ellas, moviendo la chancla con una precisión militar.
—¡Prostituto! —me espetó, pegándome con la chancla en el brazo—. ¡Y ustedes, sinvergüenzas sin moral! ¡Mira que venir a tirar con este descarado en pleno yate y de a tres!
Cada palabra iba acompañada de un golpe. Las chicas saltaban de un lado a otro, tratando de evitar la ira de mi madre, pero era inútil. Ella golpeaba con una velocidad y precisión que haría envidiar a cualquier ninja.
—¡Fuera de aquí, harapientas! —gritó, dándoles el último azote con la chancla hasta que salieron huyendo, con el maquillaje corrido y los vestidos a medio poner.
Me quedé ahí, inmóvil, sabiendo que mi turno estaba por venir. Mi madre se volvió hacia mí, con los ojos encendidos de furia.
—¡Mírate, todo cogido y usado! —dijo, apuntándome con la chancla—. ¡Descarado, sinvergüenza! ¡Nunca me darás los nietos que deseo, porque eres un vago sin moral!
Intenté hablar, pero fue en vano. La chancla voló hacia mí, golpeándome en la cabeza.
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Editado: 30.10.2024