Papá es un Mafioso

Capitulo 6

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Lorenzo tomó la mano de Kathleen con una suavidad que contrastaba con su presencia poderosa y dominante. La condujo a través de los pasillos de su mansión, sus dedos entrelazados con los de ella, mientras avanzaban hacia el balcón que daba al vasto y sereno desierto. La noche estaba despejada, y un manto de estrellas cubría el cielo, brindando una vista que parecía sacada de un sueño. La luna iluminaba el paisaje con una luz tenue y plateada, reflejando la majestuosidad del desierto bajo sus pies.

El italiano se había quitado la chaqueta y su camisa estaba a medio desabotonar, mostrando parte de los músculos del torso y sus tatuajes, provocando un sonrojo en ella.

Ella sentía su corazón latir más rápido con cada paso que daba. La mansión era impresionante, un reflejo del hombre que la había construido, pero lo que más la fascinaba era la sensación de seguridad que sentía al estar al lado del empresario. No solo era su físico, alto, grande y poderoso, era su delicadeza al tocarla, su caballerosidad y la elegancia con la que la estaba seduciendo.

Había algo en él que la hacía sentir protegida, a pesar de la intensidad que él emanaba. Sin embargo, esa misma intensidad la desarmaba, la hacía temblar de una manera que nunca había experimentado antes.

Cuando llegaron al balcón, Lorenzo la soltó con suavidad, dejando que ella se maravillara con la vista por unos segundos antes de dirigir su atención hacia un telescopio que había colocado estratégicamente en el centro del espacio abierto. La miró con una sonrisa suave, sus ojos reflejaban la luz de las estrellas.

—Ven, bambina —dijo, su voz tan suave como la brisa que acariciaba su piel—. Quiero mostrarte algo.

La castaña, tímida pero curiosa, se acercó al telescopio. El italiano se colocó detrás de ella, sus manos fuertes pero delicadas se posaron en sus caderas, guiándola suavemente hacia el instrumento. Ella sintió cómo su respiración se aceleraba al sentir el contacto de su cuerpo contra el de él. La proximidad era intoxicante, y el calor que emanaba él la envolvía, creando una atmósfera cargada de tensión y deseo.

—Mira por aquí —susurró, acercando su rostro al de ella, su aliento cálido rozando su cuello—. Las estrellas nunca se ven tan hermosas como desde este lugar.

Agitada como nunca, se inclinó hacia el telescopio, sus cuerpos se rozaban, solo la ligera tela del vestido de ella y los pantalones de él existían como barreras deteniendo los sexos ansiosos por conectar. A través de la lente, pudo ver las estrellas como nunca antes: brillantes, vibrantes, como si cada una de ellas estuviera viva. Era un espectáculo que la dejó sin aliento.

—Son... son tan hermosas —murmuró, casi en un suspiro.

El empresario sonrió, observando su fascinación.

«No se necesita de mucho para sentir la conexión, tu cuerpo, el ritmo acelerado de tu pecho y su olor, te lo dirán», recordó las palabras de su nona.

«Mi galaxia de amor, suena ridículo tal vez, pero nada me detendrá de poseer a esa hembra».

Aprovechó el momento para inclinarse un poco más, dejando que sus labios rozaran suavemente el hombro descubierto de Kathleen. El contacto fue tan ligero que ella apenas lo sintió, pero envió una chispa eléctrica que recorrió todo su cuerpo.

—No tan hermosas como tú, bambina —murmuró contra su piel, dejando que sus labios trazaran un camino lento y deliberado por su hombro hacia su cuello.

La pecosa cerró los ojos, permitiéndose disfrutar de la sensación, aunque su mente estaba llena de preguntas, preguntas que la ayudaban a controlar el torbellino de emociones que Lorenzo despertaba en ella.

Ella jamás había permitido que un hombre literalmente le lamiera el cuello, pero este espécimen perfecto, musculoso y con olor a gloria la tenía embobada.

—¿Qué… qué es lo que más disfrutas hacer? —preguntó, su voz temblorosa, mientras trataba de concentrarse en algo que no fuera el calor de los labios de Lorenzo sobre su piel.

Él, más maduro, más experto, disfrutando de la vulnerabilidad y la inocencia de Kathleen, sonrió contra su cuello antes de responder.

—Disfruto de muchas cosas —dijo, su voz ronca y seductora—. Pero en este momento, disfruto de tenerte aquí conmigo, de escuchar tu voz, de sentir tu piel bajo mis labios.

«¡Maldita sea, esto es demasiado bueno!»

Kathleen tragó saliva, sintiendo cómo sus rodillas se debilitaban con cada palabra que él pronunciaba. La intensidad del italiano la desarmaba, pero también despertaba en ella una curiosidad que no sabía cómo manejar. Quería saber más, quería conocer al hombre detrás del poder y la seducción.

—¿Y tus empresas? ¿Cómo logras manejar tantas cosas a la vez? —siguió cuestionando, intentando mantenerse firme.

Lorenzo, divertido por sus intentos de distraerse, respondió con una sinceridad que la sorprendió.

—Mi vida siempre ha estado llena de responsabilidades y decisiones difíciles... de mucho caos, bambina. Pero tú, aquí y ahora, haces que todo eso parezca irrelevante. Cuando estoy contigo, lo único que quiero es este momento —dijo, apretando suavemente sus caderas, acercándola aún más a él.

Kathleen sintió cómo su corazón latía desbocado. Las palabras de Lorenzo la envolvían como un hechizo, uno del que no quería escapar.

—Lo único que quiero es saborear cada centímetro de esa piel pecosa que tienes...

Sentía que estaba en un sueño, uno en el que la realidad se desvanecía, y solo existían ellos dos.

—Lorenzo... —murmuró, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero antes de que pudiera decir algo más, él la interrumpió.

Él sonrió contra su cuello, saboreando cada segundo de su reacción. Su mano se movió con lentitud, subiendo desde el borde del vestido hasta encontrar la piel suave de su cintura. La presión de sus dedos, firme pero cariñosa, la hizo jadear, incapaz de contener el torrente de emociones que la invadía.




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