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Lorenzo tomó la mano de Kathleen con una suavidad que contrastaba con su porte imponente. La guio por los pasillos de la mansión hasta el amplio balcón que se abría al desierto. La noche estaba despejada y un manto de estrellas cubría el cielo. La luz de la luna, suave y plateada, hacía brillar las dunas como si fueran de cristal.
La mansión era majestuosa, pero lo que más impresionaba a Kathleen era la tranquilidad que sentía a su lado. No solo era por su altura y fuerza, sino por la delicadeza con la que la trataba, y la elegancia que desprendía en cada gesto.
Cuando llegaron al balcón, él la dejó admirar el paisaje y luego señaló un telescopio colocado en el centro.
—Ven, bambina —dijo con voz suave—. Quiero mostrarte algo.
Ella se acercó con curiosidad, y él, de forma amable, la guió para que mirara a través del lente.
—Las estrellas nunca se ven tan hermosas como desde este lugar —explicó.
Kathleen quedó maravillada. A través del telescopio, las estrellas parecían más vivas que nunca.
—Son tan hermosas —susurró.
—No tanto como tú —contestó él con una sonrisa cálida.
Permanecieron unos segundos en silencio, disfrutando de la noche. Luego Lorenzo dijo:
—Tengo un lugar especial en el desierto. Quiero enseñártelo.
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Lorenzo la llevó por un sendero de arena fina, iluminado por antorchas. Al final, se encontraba una elegante carpa decorada con telas suaves, alfombras de vivos colores y cojines que invitaban a descansar. Era como un rincón sacado de un cuento, con el cielo estrellado enmarcando la entrada.
Dentro, había una pequeña mesa con frutas, pan y jugo, preparados para compartir.
—Este es mi rincón favorito —explicó—. Aquí vengo cuando necesito pensar y recordar lo que de verdad importa.
Kathleen observó a su alrededor, fascinada.
—Es… increíble.
—Brindemos por este momento —dijo él, ofreciéndole un vaso.
Chocaron suavemente los vasos y bebieron. Después, Lorenzo tomó sus manos y la miró con ternura.
—Kathleen… quiero que sepas que te valoro más de lo que imaginas. Lo que más deseo es que, pase lo que pase, recuerdes que aquí siempre tendrás un lugar.
Ella sonrió, sintiéndose segura y apreciada. Afuera, las estrellas continuaban brillando, como testigos de un instante que ninguno de los dos olvidaría jamás.
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Editado: 30.10.2024