Papá no me dejes

Capitulo 2

En las semanas posteriores, la casa parecía un eco de los recuerdos que solían llenar cada rincón. Cada objeto, cada fotografía, resonaba con la presencia que ya no estaba físicamente, pero que permanecía viva en mi mente y corazón. La ausencia de papá se convertía en un vacío palpable, pero su influencia perduraba como un faro de sabiduría.

 

Recorrí los senderos de la nostalgia, explorando antiguas cartas y fotografías que atesoraba en una caja de recuerdos. Cada imagen era un destello de momentos compartidos, y las palabras escritas eran un eco lejano de su voz, guiándome incluso en su ausencia.

 

En medio de la melancolía, descubrí una carta que nunca había leído. Sus palabras, delicadamente trazadas en papel envejecido, revelaban pensamientos íntimos que nunca antes habían salido a la luz. “Querido hijo”, comenzaba, y mientras avanzaba en la lectura, una mezcla de emociones me envolvió.

 

En aquellas líneas, papá compartía sus reflexiones sobre la vida, la pérdida y la eternidad del amor. “El tiempo nos lleva en su corriente, pero el amor es un ancla que siempre nos conecta”, escribía. Cada palabra resonaba con una verdad universal, como un legado literario de un padre sabio.

 

Impulsado por el deseo de mantener viva su memoria, decidí escribir un relato sobre nuestras experiencias compartidas, sobre las lecciones que aprendí de él y sobre cómo su influencia seguía moldeando mi camino. Las palabras fluían como un tributo a su espíritu, una narrativa que trascendía el papel para convertirse en una extensión de nuestra historia.

 

A medida que avanzaba en la escritura, descubrí que el acto de recordar era también un acto de celebración. Cada palabra, cada frase, se convertía en un pincel que delineaba el retrato de un hombre extraordinario. La tristeza se mezclaba con la gratitud, y el dolor se transformaba en una chispa de inspiración.

 

Las páginas del relato se llenaron con anécdotas de su valentía, de sus enseñanzas impregnadas de sabiduría y de los momentos cotidianos que ahora se volvían tesoros invaluables. A medida que avanzaba en la escritura, sentía que, de alguna manera, papá seguía guiando mi pluma, como si su espíritu se entrelazara con cada palabra impresa.

 

El relato se convirtió en un viaje de autodescubrimiento, una exploración de mi propia transformación a través de las experiencias compartidas con él. Descubrí que su legado no solo residía en las palabras que dejó atrás, sino también en la forma en que esculpió mi corazón y mi mente, dejando una huella imborrable.

 

La casa, que una vez resonó con la presencia de papá, ahora se convertía en un santuario de recuerdos. Cada rincón contaba una historia, y cada historia se tejía en la narrativa más amplia de nuestra familia. A través de la escritura, encontré consuelo en la continuidad del amor, en la manera en que las palabras podían dar forma a la inmortalidad de los lazos familiares.

 

Y así, mientras seguía escribiendo, comprendí que la despedida no marcaba el final, sino el comienzo de una nueva fase en nuestra relación. El relato se convirtió en un testimonio de la eternidad del amor filial, trascendiendo las barreras del tiempo y la distancia.

 

Pero, aunque las palabras seguían fluyendo, la historia aún no alcanzaba su conclusión. La vida, como un relato interminable, continuaba su curso, llevándome a nuevos capítulos y desafíos. Y mientras enfrentaba el futuro, sabía que papá vivía en cada palabra escrita, en cada recuerdo compartido, y que su legado perduraría a través del tiempo, como un faro que guía a las generaciones venideras.

 

 




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