Papá por Correspondencia

Capítulo 1

CUATRO AÑOS ATRÁS.

Una cortina de lluvia implacable y helada envolvía la noche, ahogando toda esperanza bajo su manto oscuro. Isabel corría, sus pasos chapoteando en los charcos, hasta alcanzar la entrada de su casa. Las ocho de la noche, y la puerta, sellada como un ataúd, se negaba a ceder. Un grito desgarrado brotó de su garganta, cortando la tormenta.

— ¡Abran! ¡Por el amor de Dios, abran! ¡Necesito ayuda!

El silencio era su única respuesta. Horas antes, había salido con Carlos, su esposo, para celebrar otro año de amor. Ahora, él yacía inmóvil junto a su vehículo, víctima de un infarto fulminante que le había arrancado la vida en un instante. El dolor era un cuchillo retorciéndose en su pecho. Empapada y tiritando, con la mente nublada por el pánico, solo podía pensar en su hija… y en el cuerpo inerte de su amado. De pronto, descargó toda su furia y desesperación contra la madera.

— ¡Abran, maldita sea! ¡AYÚDENME!

La puerta cedió. Clara, la cuidadora, apareció en el marco, sus ojos abriéndose de par en par ante la visión de la mujer destrozada. Sin mediar palabra, Isabel la arrastró bajo el diluvio, hacia la camioneta. El cuerpo de Carlos, pálido y quieto, lo confirmó todo. Clara comprendió de inmediato la urgencia de llamar a las autoridades, pero Isabel se arrojó sobre su marido, abrazando su cuerpo sin vida mientras sollozos convulsivos la sacudían. Lo había perdido. La vida, tal como la conocía, se había esfumado.

— Señora… está muerto. Debemos llamar a la policía —murmuró Clara, con voz temblorosa—. Ya no hay nada que hacer.

—¿Por qué, Clara? ¿Por qué a él? —gimió Isabel, ahogada en lágrimas.

—Cálmese, por favor. Su hija Sofía no debe verla así.

—¿Y qué le digo? ¿Qué le digo cuando pregunte por su padre?

—La verdad, señora. Que ahora está al lado de Dios.

Isabel guardó silencio. Las palabras se habían esfumado, reemplazadas por un vacío insondable. Hasta que un alarido primitivo, cargado de toda su angustia, desgarró la noche. Se abrazó a sí misma, buscando un consuelo que no existía, hasta que la oscuridad la venció y se desplomó, inconsciente. Clara, presa del pánico, corrió en busca de ayuda.

DOS DÍAS DESPUÉS.

Isabel Fuente contemplaba con ojos vidriosos el ataúd de caoba en el fondo de la fosa. La tierra, fría y húmeda, caía sobre la madera con un sonido sordo, mezclándose con los pétalos marchitos de las coronas fúnebres. Todo había sucedido con una velocidad brutal. A su alrededor, amigos y familiares enmudecían, incrédulos ante la partida de un hombre tan lleno de vida.

Isabel se acercó al borde del abismo. De su bolsillo sacó una pequeña fotografía arrugada —una instantánea de su primer viaje juntos— y la dejó caer. El leve golpe contra la madera fue el adiós definitivo. Permaneció allí, congelada en el tiempo, hasta que el recuerdo de su hija la reclamó. Sofía, con su inocencia lastimada, no podía comprender la magnitud de la pérdida.

De regreso en la casa, el vacío era aún más profundo. Las lágrimas regresaron, silenciosas e implacables. Clara se acercó, envolviéndola en un abrazo silencioso, un refugio momentáneo para ambas. Luego, llevó a la pequeña Sofía a su habitación, intentando responder a sus preguntas inocentes con palabras que nunca serían suficientes.

Isabel subió a su dormitorio, el santuario que durante cuatro años había compartido con Carlos. Se sentó frente al espejo de la cómoda, y en el reflejo buscó el fantasma de su amor.

“Recuerdo el día en que te conocí,” susurró, su voz quebrándoseose en la penumbra. “Nuestras miradas se encontraron y el mundo entero se detuvo. Fue un instante mágico, lleno de la promesa de un futuro que construimos juntos. Fuiste mi compañero, mi confidente, mi todo. Sé que ocultaste tu enfermedad para protegernos, para regalarnos esos últimos momentos de felicidad. Y cuando te fuiste, una parte de mí se fue contigo.

Solo han pasado dos días, y ya extraño el calor de tus brazos al amanecer, la ternura de tus besos antes de dormir. Extraño tu risa, esos chistes tan tuyos que iluminaban la habitación. Te extrañaré cada segundo de lo que me queda de vida, mi amor. Pero Sofía… nuestra hija necesita una madre fuerte. Necesita que me levante por ella. Así que, con el corazón destrozado, me despido de ti, esposo mío. Hasta que nos volvamos a encontrar.”




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